Aunque las medidas de aislamiento han dado paso al fortalecimiento del trabajo remoto, también han recordado la importancia de la presencialidad.

El Covid-19 y las consecuencias del confinamiento que está viviendo casi todo el planeta han tentado a muchos expertos a repetir, en un tono premonitorio (un “te lo dije” propio de cualquier mamá) que la formación de un mundo inevitablemente tecnológico se ha acelerado y es inminente.

El Covid es, para muchos, una invitación a alejarnos a toda costa de cualquier modelo de negocio que signifique presencialidad, es una prueba de que la educación será digital, que que los trabajos serán remotos y de que los gimnasios y las academias de yoga son obsoletos siempre y cuando nos podamos sintonizar a la programación de los live en Instagram.

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Desde mi humilde punto de vista, el Covid está reivindicando profundamente a la presencialidad. Explico por qué:

El sesgo del ‘futurólogo’ y el Covid-19

Es común que esos que se dedican a predecir el futuro terminen simplemente exagerando tendencias presentes, fenómeno que explica muy bien Nicholas Rescher. “Nos inclinamos a ver el futuro a través de un telescopio, magnificando y acercando lo que podemos ver”. Acá algunos ejemplos de ese fenómeno:

  • En plena guerra fría, muchos aseguraron que en un par de décadas conquistaríamos el espacio. Sin embargo, la última vez que el hombre pisó la luna fue en 1.972. Hace 47 años.
  • Hace 50 años muchos aseguraron que la movilidad del futuro tendría que ver con algo así como “carros voladores”, pero nadie mencionó el crecimiento que tendrían las bicicletas en las principales ciudades del mundo. Aunque hoy hay cientos de proyectos tecnológicos y regulatorios para permitir la revolución de los drones, la revolución de la bici parece imparable.

En ese mismo sentido, la revolución digital lleva varios años prometiendo la virtualización de la educación y del trabajo, y en el 2020, esa predicción tuvo un “empujoncito” inesperado: el coronavirus, que sumergió a colegios, universidades y a empresas  en una especie de  “transformación digital forzosa”.

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En cuestión de semanas (o días) hicimos cosas que hubiéramos podido hacer hace mucho tiempo, pero que no habíamos hecho por una especie de pereza organizacional (aceptémoslo).

  • Plataformas como Domicilios.com habilitaron una linea telefónica para que adultos mayores pidan mercado.
  • Los fondos de pensiones hicieron alianzas con bancos y eliminaron las filas.
  • Las secretarias de salud establecieron atención médica por llamada para descongestionar las salas de urgencias
  • Restaurantes y bares (de todo tipo) vieron que sí podían ofrecer cosas interesantes a domicilio.
  • Los bancos aumentaron significativamente la cantidad de servicios virtuales o telefónicos disponibles.

(ojo, estoy listando medidas que las empresas podrían haber tomado antes de la pandemia, no las medidas de emergencia, que son medidas de supervivencia. Los hoteles que se convirtieron en hospitales y las empresas textiles que están confeccionando tapabocas, no van en esta lista).

El futuro no es la exageración del presente

Esto, sin embargo, no quiere decir que esta transformación absoluta haya sido un éxito. Muchos extrañan sus cubículos, sus salones de clase, sus tiempos a solas en el transporte público para escuchar un buen podcast, y las reuniones con sus equipos de trabajo “con tablero y marcador”.

De ninguna manera digo que estamos retrocediendo, solo digo que estamos entendiendo, con esa claridad con la que los humanos entendemos cosas en situaciones extremas, cuales son nuestros propios puntos medios.

En otras palabras, el fenómeno de la virtualización es innegable, pero el futuro no es (necesariamente) la exageración del mismo, sino un punto medio que el coronavirus nos está ayudando a encontrar más rápido.

El confinamiento aceleró nuestro proceso de aprendizaje: nos está ayudando a ver esos cambios que por inercia no habíamos hecho, o esas tareas, reuniones y actividades que haríamos mejor desde casa, pero también a entender que hay otras donde las oficinas, las salas de reuniones,  los salones de clase y los almuerzos con clientes (lo old school) son importantes.

El coronavirus, más que una transformación digital forzosa y masiva, es una invitación a mover una fichas adelante, hacia el futuro, y a mover otras fichas atrás, hacia lo tradicional.

Contacto
LinkedIn: Juan Pablo Ramírez

*El autor es cofundador & CEO en Empréndete, un podcast que cuenta historias que educan en emprendimiento y negocios en español. Empréndete trabaja con empresas, universidades y organizaciones que quieran compartir conocimiento, crear audiencias y agregar valor.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia.