Con una barra de cocina abierta, una experiencia de 18 tiempos y una apuesta decidida por ingredientes del Caribe colombiano bajo técnicas japonesas milenarias, Omasake se ha convertido en uno de los lugares más exclusivos y codiciados de la ciudad.
Para la alta cocina, la sofisticación ya no se mide únicamente por vajillas de porcelana o comedores con manteles largos, sino por la experiencia, la curaduría del producto y la narrativa detrás de cada bocado. Ese es precisamente el corazón de Omasake, el segundo restaurante de su tipo en Colombia, que desde mediados de 2024 ha puesto a Barranquilla en el radar de quienes buscan este tipo de experiencias.
Ahí, cada noche o mediodía se sirve una experiencia de 18 pasos —16 salados y 2 dulces— que deja el menú, literalmente, en manos del chef.
“Ha sido un recorrido que ha superado nuestras expectativas”, asegura Antonio Merlano, uno de los fundadores del proyecto. “El primer reto fue que los clientes se abrieran al concepto sabiendo que no podían elegir lo que iban a comer. Que la gente aceptara el ‘Dejarlo todo en manos del chef’”.
Ese principio, que da nombre al estilo Omakase, es solo el comienzo. Fundado a mediados de 2024 por Merlano, Valerie Lafaurie y el chef ejecutivo Ian Pietro, Omasake ha seducido a locales y visitantes con una propuesta que combina la precisión japonesa con la riqueza del Mar Caribe. “El concepto fue bien valorado y recibido por la ciudad y turistas que nos visitan”, comenta Lafaurie. “Tanto así que ya contamos con una membrecía para aquellos que son repitentes y que quedaron fidelizados con la marca y el concepto”.

La experiencia sucede en una barra exclusiva, donde los comensales presencian de cerca la preparación de platos como sashimi de pargo en ponzú, sashimi de ventresca de salmón con naranja y katsoubushi, tartar de atún, maki de pez limón y una secuencia precisa de nigiris: róbalo, camarón, calamar, pargo rojo. Todo finaliza con un dashi de katsoubushi y alga kombu, que actúa como epílogo cálido en esta sinfonía marina.

En el corazón de este ritual está el chef Ian Pietro, quien llegó a Barranquilla tras trabajar en los omakases más reconocidos de Buenos Aires. Para él, la riqueza del Caribe colombiano representa una ventaja competitiva frente a otras latitudes. “En Buenos Aires se tenía que acomodar a periodos de corrientes y no es fácil la constancia del producto. Por suerte, el producto del Mar Caribe funciona muy bien con las técnicas japonesas. En los procesos de maduración logramos llevarla al punto clave para lograr un sabor y textura”.
Cada semana, Pietro adapta el menú a la pesca local. Es un ejercicio de creatividad constante que convierte a cada servicio en una experiencia irrepetible. “Creemos que el crecimiento de Barranquilla en muchos sentidos es innegable, cada vez se ven propuestas más interesantes”, reflexiona el chef. “Con Omasake quisimos resaltar toda la diversidad de pesca que tiene el Mar Caribe y que, combinada con técnicas milenarias edomae, se puede obtener un resultado increíble en términos de frescura, sabores y texturas”.
El proyecto también nació del amor de sus fundadores por la cultura japonesa. “Donde quiera que vayamos siempre buscamos este tipo de comida, ideas y técnicas innovadoras”, dice Merlano. “Desde que empezamos a comer en Omakase descubrimos que es la forma como verdaderamente come un japonés. Entendimos que el orden de los pasos tiene un sentido, las preparaciones y hasta la narrativa alrededor del servicio, donde se enfatiza la filosofía de vida de los japoneses: el agradecimiento, el perfeccionismo, el respeto y la importancia de honrar los alimentos”.
En una ciudad históricamente asociada con el goce y la espontaneidad caribeña, Omasake introduce un tipo distinto de lujo: uno que se manifiesta en el silencio respetuoso ante el corte preciso de un sashimi, en la temporalidad del producto marino y en la elegancia de una narrativa gastronómica que celebra el detalle. Una apuesta que, como sus platos, parece tener el punto exacto de maduración.