"Deberíamos movernos hacia una tributación verdaderamente progresiva en la que el grueso del impuesto de renta lo paguen las personas naturales", dice César Tamayo, decano de la Escuela de Economía y Finanzas Universidad Eafit.

Por: César Tamayo*

Esta es, como bien se sabe, la época de cábalas y augurios en todos los frentes. En economía, se les apuntará a las más importantes –y las más rebuscadas– proyecciones, desde el precio del dólar hasta el punto exacto de las tasas de interés en EE. UU. o Europa. Desde hace tiempo dejo este ejercicio a quienes tienen ventaja en capacidades e información para hacerlo, como los equipos de investigación de instituciones financieras o el Banco de la República.

Sabemos, eso sí, que el comportamiento de nuestra economía responde en buena medida a lo que suceda en el resto del mundo; y allí todo parece seguir una trayectoria más o menos estable.

Pasará de todo, claro. Pero en materia económica no se anticipan sobresaltos. El presidente de EE. UU. pasará meses defendiéndose ante el Congreso de acusaciones en su contra, al tiempo que escenifica una reconciliación comercial con China; todo debidamente calculado para llegar a tiempo a las elecciones. Por su parte, la Reserva Federal ha dicho que no advierte cambios en su postura monetaria para el próximo calendario, mientras que en Europa y Asia se prevé cierta estabilidad económica, y, si acaso, una modesta recuperación del crecimiento.

Esto es lo que se nos viene. Pero, con nuestras afugias de pobreza y desigualdad, no podemos, bajo ningún pretexto, resignarnos al 2020 que “nos toque”. Debemos emplazar las condiciones internas para acelerar el crecimiento económico y dinamizar el empleo, que viene de capa caída.

Sostener el crecimiento requiere un sector empresarial vibrante y competitivo, y para ello necesitamos mejorar la asignación de nuestros recursos productivos, que hoy es bien deficiente. Esta mala asignación resulta de distorsiones al capital, trabajo e insumos, que van de exclusión de los mercados financieros a los altos costos salariales y no salariales de generar empleo, hasta la estructura tributaria esquizofrénica que hemos construido.

A su vez, estas distorsiones permiten que las malas ideas sobrevivan, mientras que las buenas enfrentan obstáculos insuperables. Quizá deberíamos dejar la obsesión por las mipymes y el emprendimiento; mejor que se escalen las buenas ideas junto con las ideas de todos.

Deberíamos preocuparnos porque casi la tercera parte del crédito vaya a tan solo 100 empresas. No da espera consolidar una industria de capital de riesgo que permita convertir las ideas en empleos y bienestar.

De una buena vez, deberíamos dejar de escoger ganadores y perdedores a dedo, y eliminar todas las exenciones tributarias a empresas y sectores, al tiempo que le apuntamos a una tasa efectiva de tributación de las empresas cercana al 25 %, además de castigar de forma ejemplarizante la evasión. Si queremos dinamizar el empleo y absorber la ola migratoria que estamos experimentando, deberíamos dejar de incrementar el precio relativo del trabajo, pues mientras el costo de uso del capital baja –lo cual es deseable–, el salario mínimo sigue siendo 89 % del salario medio. También deberíamos impulsar con más fuerza el crecimiento de las ciudades.

Y para que los beneficios del crecimiento se distribuyan de forma más equilibrada, deberíamos movernos hacia una tributación verdaderamente progresiva en la que el grueso del impuesto de renta lo paguen las personas naturales, ampliando la base y gravando adecuadamente sus ganancias de capital. En pocas palabras, deberíamos trabajar con urgencia y decisión por el año que queremos y, de hecho, la década que necesitamos.

*Decano de la Escuela de Economía y Finanzas Universidad Eafit.