"Como las oficinas, otro habitual de los debates sobre el futuro del dinero es si las sociedades podrán o no vivir sin efectivo, dando por supuesto que se encuentra en franca retirada y la pandemia, por su carácter transmisor, habrá contribuido a acelerar su desuso", expresa Oriol Ros, director de desarrollo corporativo de Latinia.

Si hay dos debates que encendían pasiones en la época A.C. (abreviatura ya aceptada como Antes de Covid) eran si la sociedad acabaría viviendo, más allá de su continuado ocaso, sin efectivo ni oficinas bancarias. Encendido por la pasión con la que se vivía a ambos lados de las trincheras que defendían una u otra opción, a menudo salpicadas con algún tinte ideológico, y del cual no hemos sido, los que nos dedicamos a esto, interpelados alguna vez por nuestra opinión al respecto. Y aquí pocas medias tintas había, era y es un debate muy binario: o todo (es decir, permanecerían algunos reductos o cantidades), o nada (exterminados de la faz de la tierra, solo protagonistas del recuerdo o los libros de historia).

La aceleración de clausuras, una tendencia irreversible desde hace algunos años (que se inició con la crisis financiera de 2008 y la sugerencia de los bancos centrales) nos obliga a pensar en si la banca tiene sentido sin presencia física. El neobanco alemán N26 auguró durante la pandemia que hasta el 70% de las oficinas cerrarán en menos de 10 años, lo cual deja lógicamente grandes territorios desabastecidos de una interacción física banco-cliente.

Otras voces sugieren que, dentro de la lógica de esa paulatina desaparición, acelerada por el virus, resulta imposible entender la banca sin sucursales. El motivo no es otro que esas cuatro paredes recogen en el imaginario colectivo la esencia de lo que significa un banco: un gran almacén de confianza. Sin esta, y un marco legal que lo soporte y garantice, no existe transacción de valor o valor sin transacción. La confianza, apuntan los psicólogos, se cementa en lo físico, en lo tangible, en la puerta que atravesamos, la mano que estrechamos o las palabras que cruzamos (una sonrisa los más afortunados) con la persona que nos atiende detrás de un mostrador.

Quizás la respuesta a esta crisis esté finalmente en esas sucursales que parecían Starbucks y que nunca nos acabamos de creer, donde nos dijeron que podíamos tomarnos un café con nuestro gestor. Quizás se nos fue la mano con el azúcar, pero quizás ver alguna de éstas de vez en cuando nos recuerde que todavía, o quizás por siempre jamás, que este también es un negocio de ladrillos y personas. 

Como las oficinas, otro habitual de los debates sobre el futuro del dinero es si las sociedades podrán o no vivir sin efectivo, dando por supuesto que se encuentra en franca retirada y la pandemia, por su carácter transmisor, habrá contribuido a acelerar su desuso. Un estudio de la Universidad de Nueva York descubrió que en cualquier billete norteamericano podían anidar mas de 3.000 bacterias, mientras que China, primer y principal foco de la pandemia, lavó -físicamente- ingentes cantidades de billetes durante la crisis. Por su parte, la Reserva Federal norteamericana puso en cuarentena todo dólar que provenía de Asia entre una semana y diez días para evitar la propagación del virus.

Poco tardaron los a menudo tachados de neoluditas para saltar en defensa de los viejos ‘moneda y billete’ y descargar las sospechas sobre los ‘nuevos’ formatos sin contacto. Y lo hicieron aludiendo a la análoga necesidad en unos casos de tomar un bolígrafo para firmar, introducir un PIN para acreditarse, o simplemente tocar la pantalla de un cajero si de sacar dinero con una tarjeta se trataba, siendo el propio plástico igualmente depositario y potencial transmisor de gérmenes. Posibilidades de infección, las mismas que propagaba un billete. Todo esto dejando de lado que en las primeras semanas los cajeros no dieron abasto a las retiradas de efectivo… un dinero, además de vector transmisor, luego inútil para utilizar ante el cierre de comercios.

En fin, pasará la pandemia y posiblemente las posiciones sigan igual de confrontadas (¿qué seria de nosotros sin esa permanente lucha de ideas?), o quizás, quizás, en unos años debamos mirar al infinito cuando nuestros nietos nos pregunten: “abuelo, ¿es cierto que los bancos no solo estaban en el celular y también tenían sus tiendas?”, o “abuelo, me ha dicho papá que antes se podía pagar con unos papeles donde ponían caras de personas famosas, ¿saliste tu también en alguno de esos documentos?”.

Por: Oriol Ros*

*El autor es director de desarrollo corporativo de Latinia.

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