"Antes de que esta pandemia surgiera, existía una parte importante de universidades que veían con cierta resistencia la posibilidad de ofrecer programas en modalidad virtual, demorando así, la transformación digital que estaba asomándose".

En el país, la virtualidad en educación superior no es reciente. La misma, venía creciendo a pasos acelerados mucho tiempo antes del Covid-19. Basta con mirar las cifras oficiales, en el año 2012, Colombia tenía 16 mil alumnos de Educación Superior en modalidad virtual y para 2018, tenia 200 mil. 

Si bien estos datos resultan alentadores; antes de que esta pandemia surgiera, existía una parte importante de universidades que veían con cierta resistencia la posibilidad de ofrecer programas en modalidad virtual, demorando así, la transformación digital que estaba asomándose.

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En la última década, la tecnología ha cambiado profundamente la sociedad y, consecuentemente, nuestras vidas. Hoy en día, se hacen transacciones bancarias e inversiones en la bolsa desde cualquier aparato electrónico. Se comparten datos, amistades y fotos de nuestros hijos en las redes. Usamos apps para subirnos a autos dirigidos por conductores que no conocemos y, muy pronto, nos estaremos subiendo a autos autónomos. Hoy, la ciencia ha avanzado tanto que permite que un médico en Tokyo,  pueda valerse de la tecnología para hacer una cirugía a un paciente en Bogotá.

Sin embargo, si bien estos datos podrían ser positivos para algunos sectores, aún carecen de suficiente peso para ese grupo de universidades que consideran que la educación mediada por tecnología, es de nivel inferior y calidad cuestionable. Y el argumento se basa en que muchos de ellos mantienen la creencia de que aún en el siglo XXI, el profesor debe estar físicamente en un salón de clases junto a sus alumnos.

En Colombia, la virtualidad nació hace 15 años con el propósito de ampliar el acceso a educación a más personas y ofrecer educación en las regiones y, basado en este propósito “misional”, muchas universidades han decidido ofrecer sus programas a un precio menor.

No obstante, si la universidad no puede asegurar una educación virtual de calidad es un problema de la universidad, no de la modalidad. Todas las universidades más prestigiosas del mundo, ofrecen hoy educación virtual y si no fuera así, estas universidades no la ofrecerían como alternativa. Por eso, la modalidad no define la calidad. Lo que define la calidad, es la universidad y el nivel de inversión que esté dispuesta a hacer en sus programas y en sus docentes.

Una de las tantas franquezas que trajo el Coronavirus, es que ha demostrado que esas mismas universidades que cuestionaban la modalidad virtual hasta hace unos meses,  ahora lo están haciendo con mayores desafíos poniendo a un profesor frente a una cámara para dictar sus clases. Y aquí hay que dejar algo en claro, hacer virtualidad no es poner al profesor a hablar frente a una cámara. Decir eso, seria lo mismo que decir que hacer una película es filmar una obra de teatro.

Esta pandemia global sacó a la luz  la falta de innovación del modelo educativo convencional y acentuó la necesidad de explorar modelos realmente virtuales, sostenibles y con más acceso.

Estamos en una encrucijada y nuestra nueva realidad ha forzado un cambio de paradigma con mas de 1000 años. Eso representa una excelente oportunidad para poder brindar educación a millones de personas en Latinoamérica.

Sin embargo, también existe el  riesgo que la educación se convierta en algo aún más elitista y todavía más exclusivo.

La pregunta que tenemos que hacernos es ¿Queremos una sociedad más inclusiva y más equitativa o, por lo contrario, una donde la desigualad y la inequidad van a ser aún mayores de lo que son?

Por: Nuno Fernandes.

*El autor es CEO de Ilumno.