La remota posibilidad de tener un Mundial de Fútbol femenino puso al país futbolístico a mirarnos hacia adentro.

En los pasados días se dieron en medios de comunicación y redes sociales todos los debates posibles alrededor de la posibilidad de que a Colombia le fuera asignada la sede de la Copa del Mundo Femenina 2023. Detractores y defensores, analistas, políticos, economistas, jugadores y jugadoras, todos tuvieron una opinión, una posición, un punto de vista. La remota posibilidad que tuvimos por unos días puso al país futbolístico a mirarnos hacia adentro, a revisar nuestras fibras, a mirar con más detalle al fútbol femenino y eso ya es ganancia.

El hecho de que los noticieros le dedicaran minutos al tema, que las jugadoras tuvieran voz, que los periodistas hablaran en distintos medios y que jugadores referentes como Falcao dieran su respaldo público al fútbol femenino colombiano, abrió un poco más la puerta. Más allá del debate del desarrollo del fútbol jugado por mujeres en Colombia del cual ya he escrito varias veces, hoy me pregunto si algún día seremos elegidos para ser los organizadores de una gran fiesta deportiva, o si, como dicen muchos, aún no estamos preparados y la ‘platica’ la necesitamos mejor para otras cosas.

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Recordemos que el 11 de junio de 1974 el Congreso de la FIFA, celebrado en Frankfurt, Alemania, otorgó a Colombia el derecho de realizar el Campeonato Mundial de Fútbol de 1986.  Cuatro años antes del inicio del certamen, la FIFA envió a la organización colombiana un listado de las condiciones requeridas para poder llevar a cabo el Mundial en el país. Las exigencias fueron las siguientes: disponer de 12 estadios con una capacidad mínima para 40 mil personas con destino a la primera fase, cuatro para 70 mil personas con destino a la segunda ronda, y dos más para 80 mil personas que sirvieran de sede al partido inaugural y a la final del torneo. Así mismo, se exigía el congelamiento de las tarifas hoteleras para los miembros de la FIFA a partir del primero de enero de 1986, una torre de comunicaciones en Bogotá, un decreto gubernamental permitiendo la libre circulación de divisas extranjeras en todo el territorio colombiano, la adquisición de una flotilla de limusinas último modelo para la movilización de los ejecutivos de la FIFA, y, por último, una red ferroviaria que uniera todas las subsedes.

Ante estos requerimientos, el Congreso de la República decidió en el mes de octubre de 1982 negar el aval para la celebración del certamen. El país aseguró, en aquel entonces, que nuestras necesidades y prioridades eran otras y que no se disponía ni del tiempo, ni del dinero para atender las que denominó “extravagancias” de la FIFA. Para muchos esto fue absolutamente acertado, Colombia en ese momento estaba inmersa en una complicada situación económica y de violencia que no hacía viable, de ninguna manera organizar un evento de esta magnitud.

Yo por mi parte creo que hoy seríamos un país distinto si hubiéramos tenido ese Mundial, si nos hubiéramos atrevido a ponernos el traje de gala y ser los anfitriones de la gran fiesta. El problema no es que no haya plata en Colombia, el tema de fondo es que la corrupción nos ha carcomido por dentro desde tiempos inmemorables y nos ha dejado en la miseria y llenos de falencias estructurales, pero ese es un tema muy complejo que no me compete. Lo que sí creo es que un evento de estas magnitudes le daría al país un impulso económico muy oportuno y necesario para el fortalecimiento de infraestructura, estadios, vías, comunicaciones, turismo, tecnología, entre otros miles de aspectos que se ven catapultados por sucesos como estos.

Albergar una Copa del Mundo detona, además, acuerdos de patrocinio, alianzas comerciales, negocios de merchandising y todo un ecosistema que mueve por toda la cancha la economía y genera empleo. Es cierto que necesitamos inversión en salud, educación, reactivación económica, empleo y en muchos aspectos más, aún con mayor énfasis en este momento donde la economía nacional y mundial esta sufriendo una gran contracción por cuenta de la pandemia. Pero haber recibido el honor de la Copa del Mundo Femenina sin duda nos hubiera dado una inyección muy importante, y un compromiso y una confianza sin precedentes. Estuvimos muy cerca, demasiado, como nunca antes, y pasará un buen tiempo antes de que volvamos a tener una oportunidad igual.

Por ahora seguiremos viendo el mundo a través de la careta y con el tapabocas puesto, y aunque el balón vuelva a rodar y las gradas se vuelvan a llenar, la pregunta seguirá siendo: ¿nos mereceremos algún día ser los anfitriones de la fiesta? Espero que así sea.

Carolina Jaramillo Seligmann
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