En la región no solo hace estragos el coronavirus, sino también la violencia policial. Pero muchos latinoamericanos ya no quieren aceptar que la gente muera durante protestas, allanamientos y controles policiales.

DW.- A principios de septiembre, el estudiante de derecho Javier Ordóñez murió debido a golpes propinados por policías en un CAI. Los agentes de seguridad llevaron detenido a Ordóñez porque este no se atuvo a las normas contra el coronavirus, ya que habría bebido alcohol en la calle.

En las protestas contra la violencia policial que siguieron a la muerte de Ordóñez resultaron muertos al menos 13 civiles. Además, a finales de septiembre, el caso de una mujer trans que fue tiroteada en por un soldado durante un control policial también provocó disturbios.

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En Chile causa indignación el caso de un joven manifestante que fue arrojado desde un puente por un policía el pasado 2 de octubre. Además, durante las protestas masivas por mejoras en la calidad de vida y un cambio constitucional de fines del año pasado, las fuerzas de seguridad chilenas fueron acusadas de torturas, disparos indiscriminados que dejaron decenas de lesionados con pérdida total o parcial de la vista y de uso indiscriminado de la fuerza, en algunos casos con consecuencias fatales.

En junio miles de personas salieron a la calle en México para protestar contra la violencia policial, luego de que se diera a conocer que un hombre de 30 años, Giovanni López, murió cuando estaba bajo custodia de las fuerzas de seguridad. López había sido detenido por no llevar tapabocas. Los métodos de la policía mexicana son casi tan temidos como los de los carteles del narcotráfico.

Triste récord de muertes por violencia policial

Estos son solo tres ejemplos sintomáticos que valen para casi todos los países no anglosajones del continente americano. Este año la atención de la opinión pública internacional giró en torno al problema de la violencia policial racista en Estados Unidos, luego de que el afroestadounidense George Floyd muriera durante una detención policial violenta. Pero en América Latina, la brutalidad de las fuerzas de seguridad cobra una magnitud muy distinta.

“El nivel de violencia y de ejecuciones sumarias está en muchos lugares de Latinoamérica totalmente fuera de control”, dijo a DW Fernanda Doz Costa, de la organización de derechos humanos Amnistía Internacional.

Una comparación de Wikipedia de los casos de muertes por violencia perpetrada por policías constata esa apreciación: Venezuela y El Salvador son los países en los que mueren más personas a manos de agentes. Jamaica y Brasil también están en los primeros lugares. Sin embargo, dice Doz Costa, muchos países ni siquiera registran ese tipo de estadísticas, por lo cual es casi imposible obtener informaciones confiables al respecto en ese tema.

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La historiadora Agustina Carrizo de Reimann investiga sobre la Policía en América Latina. Según ella, la excesiva brutalidad de las fuerzas policiales es un problema estructural desde hace mucho tiempo que puede, en parte, ser explicado por el rol que tuvieron las fuerzas de seguridad durante las dictaduras y los regímenes autoritarios en las décadas de los años 70, 80 y 90.

Conexión entre la policía y los militares

También Doz Costa considera que ese vínculo es una de las causas de la violencia policial en Latinoamérica. Muchos policías conservan una forma de pensar similar a la de esa época, señala, y casi no se han llevado a cabo reformas en las fuerzas de seguridad desde entonces en la región. “Eso se ve muy bien en los carabineros, la policía chilena. Todavía actúan, en parte, como durante la dictadura de Pinochet, desde 1973 hasta 1990. Los manifestantes son, para ellos, un peligro para el Estado. No son personas que ejercen su derecho a protestar pacíficamente y a quienes deben proteger”, subraya la vicedirectora de Amnistía Internacional para el continente americano.

Una frase desde el estamento superior del poder político, de boca del mismo presidente Sebastián Piñera, animó en 2019 a la policía chilena a reprimir duramente a los manifestantes. Piñera describió a los jóvenes que salían a las calles para exigir mejoras de “enemigo implacable” que estaba “en guerra” con Chile.

América Latina es conocida por sus grandes desigualdades sociales y por tener altas tasas de criminalidad. Según un ranking del portal Statista, por ejemplo, las grandes ciudades de Latinoamérica son las más peligrosas del mundo. De 50 ciudades con la tasa más alta de homicidios, solo siete no pertenecen a esa región.

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“Primero disparar, luego preguntar”: ese parece ser el concepto de la policía latinoamericana. También en el caso de cuatro adolescentes argentinos que sufrieron un accidente de automóvil que les costó la vida cuando la policía los perseguía, luego de que agentes les dispararan sin motivo, en la ciudad de San Miguel del Monte, provincia de Buenos Aires. El caso es conocido como la “Masacre de San Miguel del Monte”.

El problema de la violencia policial en América Latina es conocido desde hace mucho tiempo. Sin embargo, el tema cobró nuevamente importancia a partir del movimiento Black Lives Matter en Estados Unidos, y de los recientes escándalos en varios países de la región.

También la crisis de coronavirus, dice Fernanda Doz Costa, contribuyó “a que ahora tengamos una oportunidad histórica de reformar la policía”, ya que la pandemia deja al descubierto en Latinoamérica la gran desigualdad social y la violencia policial. Ahora más que nunca, aclara, queda claro que se necesita una institución policial que trabaje para todos. “Necesitamos una policía que respete los derechos humanos, y no una por la cual tengamos miedo de que nuestros hijos no vuelvan vivos de una manifestación”, sostiene.