En medio de la pandemia y en la peor crisis económica de la historia reciente, vuelve la tensión entre EEUU, Reino Unido y China. ¿Cuál será el impacto? ¿Por qué sucede?

Con la entrada de China a la OMC en 2001 se abrió un nuevo capítulo de las relaciones comerciales globales, marcado por su participación de los compromisos contraídos y sintetizados en el esquema financiero global o arquitectura de Bretton Woods. Aquello permitía un justificado optimismo sobre el compromiso que asumiría respecto de las reglas del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (Gatt) en los intercambios crecientes.

Desde finales de los 70, con la llegada de Den Xiaoping a la cabeza del Partido Comunista, emergió un novedoso sistema económico y político que le permitía obtener provecho del contexto liberal y aperturista mundial, al tiempo que impulsaba una política de redistribución. En la obtención de dichas ventajas fueron clave los retornos de Hong Kong y de Macao donde ha funcionando un sistema diferenciado.

China será la única gran economía que crecerá en 2020

Paralelamente, bajo el principio de “un país dos sistemas”, Beijing ha buscado el control de Taiwán como una provincia autónoma a la vez que pretende acabar cualquier posibilidad de que sea un Estado reconocido. Hong Kong se convirtió en uno de los centros financieros asiáticos por excelencia y motor de crecimiento económico a través de la flexibilización del régimen de inversiones. Su actividad bursátil es la cuarta más dinámica del mundo por detrás de Nueva York, Londres y Tokio y representa el 65 % de inversión que llega a China y el 64 % de la que sale.

“Las medidas de retorsión en plena gestión de la crisis sanitaria y con miras a una pospandemia, presagian una tensión entre un nacionalismo económico y la cooperación internacional”



Apertura comercial y financiera, al tiempo que el Estado controla férreamente la política redistributiva ha significado un salto económico inédito: tasas de crecimiento superiores al 8 % sostenidas a lo largo de varios años y el abandono de la pobreza de aproximadamente 850 millones de personas.
Sin embargo, el denominado milagro chino no ha estado exento de críticas por las condiciones laborales que soportan ese crecimiento, algunas prácticas cambiarias que le otorgan competitividad a sus productos convirtiendo sus exportaciones en una suerte de amenaza.

Y, en el último tiempo, la política represiva respecto de Hong Kong ha creado malestar en occidente, particularmente Estados Unidos, rival natural económico de China y, desde la llegada de Donald Trump, contradictor del discurso chino. A su vez, el Reino Unido alineado con la narrativa nacionalista norteamericana con Boris Johnson y en virtud de su pasado como protagonista en Hong Kong, ha decidido asumir un papel activo en la exposición de los excesos de China.

Ahora bien, la fórmula no es fácil por la dependencia de la economía global respecto de China. En 2004, aportaba el 4 % del PIB global y para 2020 este alcanza el 17 %, por ende, cualquier recesión en el gigante asiático tendrá repercusiones en el resto y como un factor de relevancia mayor se debe insistir en la codependencia de Washington.

Si bien Estados Unidos ocupa un papel importante en sus importaciones (principal destino representando poco menos del 20 % del total), China posee 1.13 billones de dólares en títulos estadounidenses que la convierten en la principal tenedora de deuda norteamericana. Igualmente, Boris Johnson ha sido enérgico evocando el rol histórico de su país entendible a la luz de la declaración sino-británica de 1984 en el que se pactan las condiciones del retorno de Hong Kong, garantizando su autonomía. Londres ha ofrecido la ciudadanía a por lo menos 2.9 millones de hongkoneses nacidos antes de 1997 (de un total de 7,5 millones de habitantes) cuando tenía control sobre ese territorio. También ha suspendido la entrada en actividades de Huawei para la implantación de la red 5G.

“Los efectos de una china sancionada, aislada y algunas previsiones de ralentización por cuenta de la pandemia tendrán efectos en la economía mundial”



La posición de Washington y Londres no solo se explica por la situación en Hong Kong, sino por el nacionalismo económico alentado por reivindicaciones políticas. Antes de finalizar 2019, Trump había mostrado sus criticas por la represión en contra de la población Uigur adoptando una ley que prevé sanciones por violaciones a los derechos humanos. Incluso ha tomado partido a favor de algunos Estados del Sudeste Asiático con quienes Beijing tiene una disputa en el Mar Meridional chino, postura sin antecedentes y que demuestra cómo la guerra comercial tiene un trasfondo geopolítico.

El último capítulo del crudo enfrentamiento ocurre por cuenta de la aplicación TikTok que hace parte del conglomerado chino ByteDance. Los expertos en ciberseguridad afirman que las chances reales de una captación de datos por China son muy bajos. Sin embargo, se trata de una especulación inscrita en la estrategia de sumar adeptos a la tesis de una interferencia extranjera para las elecciones presidenciales. La cruzada contra TikTok sintetiza la controversia constante con sus dos principales contradictores: las redes sociales, en especial, Twitter, objeto de enfurecidos ataques desde que se borraran algunos de sus trinos por considerarlos apologéticos al odio o peligrosamente infundados; y, con China a quien cataloga como amenaza, competidor económico y rival a sabiendas de eventuales réditos electorales por la exaltación del nacionalismo.

Los efectos de una China sancionada, aislada y con algunas previsiones de ralentización económica por cuenta de la pandemia, tendrán efectos en la economía mundial. El boom por la demanda de materias primas que aceitó por años un vertiginoso y sostenido crecimiento económico, intercambios dinámicos y un incremento de las inversiones, se explica en buena medida por los millones de chinos que abandonaron la pobreza y su milagro económico que modificó la correlación de fuerzas económicas globales.

Las medidas de retorsión en plena gestión de la crisis sanitaria y con miras a una pospandemia, presagian una tensión entre un nacionalismo económico y la cooperación internacional. Sin embargo, si los países empujados por la necesidad terminan cooperando para recuperar la dinámica económica existe espacio para un justificado optimismo.

Mauricio Jaramillo Jassir
Profesor en la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario.