En las presidenciales de Estados Unidos tendrán efecto no solo en el liderazgo del país más poderoso del planeta, sino también la dirección que tomen los mercados internacionales por los siguientes cuatro años. Análisis de David Castrillón Kerrigan.
Por: David Castrillón Kerrigan*
Este año no será diferente. De hecho, su impacto será aún más profundo, ante un escenario de crisis económica internacional causada por la pandemia del coronavirus y dos candidatos, Donald Trump y el demócrata Joe Biden, con visiones marcadamente divergentes sobre el futuro de EE. UU. y del orden liberal internacional. ¿Qué deparan las elecciones de este año, que se cumplirán el próximo 3 de noviembre?
Por una parte, y como en años anteriores, debemos estar a la espera de gran volatilidad debido a la incertidumbre causada por el proceso electoral.
El más afectado será el dólar, por su función de activo refugio. Un estudio realizado este año por el banco danés Nordea lo confirma. Al analizar el comportamiento de cuatro indicadores económicos en años electorales desde 1948, se encontró que los movimientos más significativos en estos años se dan sobre el índice del dólar, con incrementos promedio de 4 puntos porcentuales -es decir, una apreciación del dólar- frente a reducciones de un poco más de 1 punto porcentual en años no electorales.

Fue precisamente esto lo que vimos en el 2016, cuando Donald Trump sorprendió a los mercados, venciendo a Hillary Clinton para convertirse en el 45 presidente de Estados Unidos en septiembre de ese año, cuando la victoria de Clinton parecía inevitable, el índice del dólar tenía un valor de 95,58; para el 1 de noviembre, días antes de las elecciones, su valor ya había ascendido a 100,59, su punto más alto desde los ataques del 9/11 y la invasión a Afganistán, y se seguiría elevando, tocando un techo de 102,42 para el cierre del año.
Las elecciones de este año, las cuales tendrán un resultado de foto finish, seguramente llevarán a movimientos similares.
Otros impactos serán los que provienen del resultado de las elecciones. Si Trump es reelegido, podemos esperar una continuación de la doctrina de “Estados Unidos primero”, aunque vigorizada por una segunda victoria.
Ya esta doctrina ha dejado huellas profundas sobre los mercados internacionales. La renegociación de acuerdos comerciales como el antiguo TLCAN, guerras comerciales iniciadas contra aliados y competidores por igual y continuos ataques contra la globalización y el multilateralismo son algunas de las secuelas que dejan cuatro años de Trump en la Casa Blanca.
Cuatro años más de gobierno republicano verán una continuación y hasta una profundización de estas políticas. Esto es así ya que, sin importar lo que ocurra en la carrera presidencial, todas las proyecciones apuntan a una Cámara de Representantes y posiblemente un Senado en manos del Partido Demócrata. Impedido de lograr avances en el campo doméstico por un Congreso de oposición, Trump no verá más recurso que tomar acción en el campo internacional. Y será el resto del mundo el que pague el precio.

Tomemos la guerra comercial contra China como ejemplo. En un tweet de marzo del 2018, Trump dijo que “las guerras comerciales son buenas, y son fáciles de ganar”. Dos años después, estudio tras estudio ha mostrado lo contrario. El año pasado, el Fondo Monetario Iinternacional señaló que la continuación de la guerra comercial contra China resultaría en una reducción del crecimiento económico mundial del 0,8 % en el 2020. Aunado a la crisis del coronavirus, el golpe ahora será aún mayor, con efectos directos sobre la economía estadounidense e indirectos sobre mercados que dependen de él como destino de exportación y fuente de inversión y financiación.
Quizás lo más trágico es que la mayor víctima de este tipo de políticas fallidas es el mismo Estados Unidos. En vez de reducir el déficit comercial, este se ha incrementado: en julio de este año, el déficit llegó a los US$80 mil millones, la cifra más alta en la historia. Y un reporte de la Fed de Nueva York encontró que los mayores costos generados por las barreras arancelarias están siendo asumidos por los consumidores estadounidenses, no por los productores en China. Pero un Trump convencido de una segunda victoria difícilmente admitirá derrota. Por el contrario, como ya lo anunció, se espera que continúe buscando la desarticulación de la economía china.
El efecto de nearshoring causado por esta desarticulación podría beneficiar a ciertas economías de América Latina con acceso preferencial a los mercados de Norteamérica y Europa, pero lo que se ha visto hasta la fecha apunta a un alcance más bien limitado. ¿Y qué pasa si el demócrata Joe Biden se ve favorecido?
Ciertamente, en algunos asuntos, habrá un cierto regreso a la normalidad de la era Obama. En la plataforma del partido, aprobada durante la convención demócrata en agosto, se dijo que una administración Biden revitalizará el rol de la diplomacia en la política exterior del país. Para América Latina, esto se traduce en nuevas políticas de ayuda que fomentan el desarrollo, una política migratoria más flexible y la reanudación de diálogos con gobiernos como el de Cuba. Más allá de la región, se espera que un EE. UU. bajo Biden de fin a guerras comerciales contra aliados como Canadá y Corea del Sur y que retome su liderazgo internacional en asuntos de interés común, como por ejemplo, combatir el cambio climático y prevenir la siguiente pandemia. Pero cuatro años de Trump han dejado su imprenta. Ha cambiado la lógica política tanto para republicanos como para demócratas.
El resultado es un país más fragmentado que responde con más fuerza a las propuestas populistas de los partidos. En esta línea, como respuesta al “Estados Unidos primero” de los republicanos, los demócratas han planteado “poner al trabajador estadounidense primero”. Domésticamente, este llamado se traduce en un incremento a los impuestos de los más ricos, mayor regulación para el sector empresarial y el impulso de políticas de bienestar amplias. En un entorno de crisis causado por la pandemia, estas políticas seguramente serán inicialmente populares, pero corren el riesgo de minar la competitividad y sostenibilidad de la economía estadounidense al largo plazo.
Hacia afuera, dar preferencia al trabajador estadounidense implicará poner al resto de los trabajadores de último, en pocas palabras, dar continuidad al espíritu de Trump, pero bajo otra etiqueta. Ya los demócratas están celebrando el nuevo T-MEC por su uso de provisiones laborales y ambientales para, de manera efectiva, favorecer el empleo en Estados Unidos. La apuesta es expandir esa fórmula a otros acuerdos y relaciones existentes.
*El autor es profesor investigador de la Facultad de Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Externado de Colombia.