Con la muerte de Diego Armando Maradona muere el fútbol, muere un pedazo de la Argentina, Diego es, para muchos y en su país, eterno, inmortal e infinito.

“No me importa que hizo Diego con su vida, me importa lo que hizo con la mía”, esa frase atribuida al escritor argentino Roberto Fontanarrosa resume en pocas palabras lo que Diego Maradona fue y es para Argentina, más allá del fútbol, más allá de las canchas y de las redes sociales, trascendiendo la historia.

Con la muerte de Diego muere el fútbol, muere un pedazo de la Argentina, Diego es, para muchos y en su país, eterno, inmortal e infinito… como la imagen en la pantalla gigante que apareció a las afueras de la Casa Rosada durante su velación donde más de un millón de personas pasaron para despedirse del ídolo, que decía Diego Armando Maradona 1960 – ∞.

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Diego puso en el mapa mundial a un país clavado en todo el sur del continente americano, una nación debilitada y herida por una cruel y macabra dictadura que acabó en 1983, solo tres años antes de que “el barrilete cósmico” les diera el título de campeones del mundo. Maradona devolvió el orgullo y la esperanza, después de años oscuros de madres desesperadas, muertes ocultas y cientos de miles de desaparecidos.

Argentina volvió a sí misma, su bandera volvió a ondear hinchada de alegría. Y hay pocos países en el mundo tan arraigados a sí mismos, tan orgullosos y presumidos como el pueblo argentino, e igualmente hay pocos lugares tan futboleros, apasionados y hasta desquiciados por un balón de fútbol. Pasión y amor desbordado. Como lo escribió Jorge Valdano en su homenaje a su compañero y eterno capitán Maradona en el diario El País de España: “El fútbol, en Argentina, es un juego que solo llega a la mente después de pasar por el corazón…”.

Esa es la argentinidad, tan propia, tan única y tan fuerte, que en otras latitudes puede llegar a ser hasta antipática y pedante. El Diego logró calar en el alma de la gente, de su pueblo, de su país, de su gente, en vida consiguió lo que solo tras muertos pudieron ser el Che Guevara, Evita o Gardel… por mencionar otras figuras idolatradas en aquel país de fútbol, tangos y vino.

Su figura, sin embargo, trasciende las fronteras de Argentina, y es hoy más que nunca un símbolo universal, como pocos. El mundo entero está llorando su muerte, los medios en todo el planeta han abierto sus transmisiones y publicaciones con la imagen del eterno “10”; amigos, rivales, deportistas de todas las disciplinas sin distinción de país, edad o procedencia se han manifestado con admiración y respeto tras su muerte.

Al escribir de Maradona no se trata de justificar lo injustificable, sino quizás de entender la vulnerabilidad del ser humano, la complejidad de la fama y la debilidad, que puede terminar apabullando la vida misma. Nadie pudo describirlo como el gran escritor uruguayo, futbolero y maestro de las letras, Eduardo Galeano: “Cualquiera podía reconocer en él una síntesis ambulante de las debilidades humanas, o al menos masculinas: mujeriego, tragón, borrachín, tramposo, mentiroso, fanfarrón, irresponsable. Pero los dioses no se jubilan, por muy humanos que sean. Él nunca pudo regresar a la anónima multitud de donde venía. La fama, que lo había salvado de la miseria, lo hizo prisionero”.

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Y es que cuestionar al de al lado siempre es más fácil, y quizás por eso su vida genera tantas pasiones, controversias y contradicciones. Su imagen y lo que representa no pasan desapercibidas para nadie, todos de alguna manera opinan y tienen su posición sobre él y la forma en que vivió… y así fue su trasegar, una constante revisión minuciosa del público, que nunca entendió su compleja condición humana, o si la entendió la negó por su propia necesidad de tener hacia donde mirar y hacia donde disparar.

Diego, le devolvió la esperanza a un país entero, con su talento descomunal, su picardía singular, su descaro pueblerino y su autenticidad. Maradona resucitó al sur de Italia y los puso a soñar cuando con su maestría el humilde Napoli osó desafiar la supremacía del ultra poderoso Milan de Sacchi. Era una época de mafia, de drogas, de excesos, de mujeres, de descontrol… y él, desde luego, fue gran protagonista.

Subió a lo más alto y tocó fondo rozando la muerte una y otra vez. Fue homenajeado por jeques, papas, presidentes y líderes mundiales y, a su vez, repudiado y condenado igual cantidad de veces. Sus pecados nunca los pudo redimir, sus honores nunca los pudo disfrutar sin escrutinio y juicio. Muchos dicen y con toda la razón: “Descansa en paz Diego, lo que no pudiste nunca hacer en la tierra”.

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*La autora es fundadora de Score Sports, compañía consultora de marketing deportivo.

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