En las manos del artista pereirano, los desechos se convierten en singulares piezas de arte que elogian a la naturaleza y generan consciencia sobre las decisiones humanas.
Su capacidad de disociar los objetos de su uso y verlos tal cual son en forma, color, tamaño y textura representa una gran ventaja para Federico Uribe, que gracias a ello encuentra valor estético en los desechos. A medida que explora los materiales, el artista profundiza también en su peso simbólico. Es así como su obra, a lo largo de los años, ha adquirido un carácter tan singular como consciente.
Uribe sostiene que el arte es, entre otras cosas, una expresión de la realidad. Ante esta afirmación resulta inevitable conocer la perspectiva del artista respecto a la humanidad en tiempos del covid-19. Su respuesta es directa: “Por un momento pensé que esta situación nos haría mejores personas, pero no fue así. Durante el encierro, hubo una reivindicación tremenda de la naturaleza: los animales avanzaron hacia las ciudades, pero hay quienes salieron a matarlos. La complejidad de la convivencia humana también quedó una vez más en evidencia”.
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En términos artísticos, el pensamiento de Uribe alrededor del tema se manifiesta en su creciente interés por utilizar muletas, instrumentos quirúrgicos obsoletos y radiografías para construir esculturas y cuadros dimensionales. “Mi intención es crear belleza con estos instrumentos relacionados con la enfermedad como un eco de la vida que se está tratando de reconstruir”, precisa tras compartir los detalles del paisaje que realizó con radiografías de huesos, el cual se proyecta a través de una caja de luz.
Homenaje a la vida
Uribe creció en una finca rodeada de árboles que le permitió establecer una conexión definitiva con la naturaleza. Muchas de sus obras, advierte, no representan una reflexión a la conservación: “Es un homenaje a algo que yo amo y que siento como propio”.
Antes de iniciar la entrevista, recorrí virtualmente la muestra más grande que se ha hecho de la obra de Uribe, con una superficie de exposición de 5.400 metros cuadrados, equivalente a poco más del espacio que ocupa el Museo de Arte Moderno de Bogotá. El proyecto, que incluyó una subasta, surgió como una colaboración con Maluma con el propósito inicial de recaudar recursos para la Fundación Amigos del Mar, el Jardín Botánico de Cartagena y la rehabilitación de Providencia, una isla en el caribe colombiano que fue impactada por el huracán Lota.
La obra de Uribe se identifica en plenitud con dichas causas al referir la inclinación que tenemos los humanos por la extinción propia y la de nuestro planeta. “Todo lo que intoxica es una constante en nuestras vidas. Tiramos toneladas de plásticos todos los días y muchas de ellas contaminan los mares”. Esta reflexión se explica con detalle a través del arrecife que presentó en la Bienal de Venecia en el 2019 y que fue una de las piezas sobresalientes de la exhibición monumental que montó en Miami.
“Las herramientas digitales te dan una idea de la dimensión de la instalación, pero igual pueden proporcionar una vista errónea de las obras. Porque debemos entender que la plástica se debe admirar con todos los sentidos”, acentúa Uribe. Sin embargo, reconoce que el digital ha sido un medio útil para acercar su obra a más personas en el contexto de distanciamiento social.
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Sin límites
La muestra presenta piezas que Uribe empezó a construir hace 20 años y que no habían sido expuestas antes. En ese sentido, el artista no repara en decir que es él quien establece sus propios retos y que no hace una obra porque tenga la oportunidad de mostrarla, sino porque disfruta el proceso creativo.
“Me divierten mis propias ideas, mi creatividad, e invierto todo el dinero que gano en construir mis sueños, no importa cuánto cueste. No necesito tener invitación, ni excusas, ni nada”, subraya el artista pereirano desde su taller en Miami mientras ensambla un oso con la boca abierta, y de la cual sale un tucán. La obra lleva por nombre “Mi voz interior”.
Uribe crea objetos que vienen de ideas y consolida ideas que vienen de objetos. “Entonces claro, si trabajo con balas estoy haciendo una reflexión sobre la violencia. Siempre me establezco la meta de rehacer la vida con metáforas materiales o hacer una poesía con el objeto propio de la destrucción”.
Porque si algo ha entendido, afirma, es que no puede evadir las experiencias que tuvo en Colombia durante su infancia y parte de su juventud, así como en su peregrinar por diferentes ciudades del mundo, incluida su estancia en territorio mexicano, donde vivió ocho años.
“Me divierten mis propias ideas, mi creatividad, e invierto todo el dinero que gano en construir mis sueños, no importa cuánto cueste”.
Federico uribe.
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En ese andar observó la barbarie, pero también aprendió mucho. “En México crecí más que en ningún otro país como artista”. Hoy. las necesidades de Uribe se centran en encontrar otras formas para seguir explorando su propia posibilidad de reflexión desde un plano muy personal e influir de manera positiva en el ámbito de las artes en Colombia.
“Quiero que los colombianos se identifiquen con mi propuesta y fortalecer así nuestra identidad nacional. Sé que es un romanticismo de parte mía pensar que tenga el valor de crear identidad nacional, pero esa es mi intención. En lo profundo, sólo deseo hacer cosas de la mejor calidad, teniendo un pensamiento ético y sincero con mi propia vida, con mi propio país”, concluye en voz alta el protagonista de un universo creativo único.