En la actualidad, el contexto profesional al que se enfrentan los jóvenes economistas es mucho más internacional y competitivo, pero también más desigual. ¿Por qué?

Recientemente estuve involucrado en la contratación de un par de investigadores junior que hoy me apoyan en mi agenda de investigación. Esto me dio la grata oportunidad de conocer decenas de brillantes economistas latinoamericanos que están comenzando su carrera. Además de grata, esta fue una experiencia introspectiva, que me hizo reflexionar sobre las formas en las que ha cambiado la economía como profesión en la región.

El elemento introspectivo de esta experiencia tuvo que ver con que, hace diez años, yo estaba en una situación similar a la de los candidatos con los que conversé. Me había acabado de graduar de un pregrado en economía en Colombia y buscaba oportunidades para iniciarme en el mundo de la investigación, anhelando, algún día, poder hacer estudios doctorales. A pesar de las similares circunstancias, el contexto que los jóvenes economistas latinoamericanos enfrentan hoy es bastante diferente. Este es un contexto más competitivo, más internacional, pero más desigual.

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Para empezar, el contexto hoy es más competitivo porque la calidad de los candidatos ha aumentado radicalmente. Hoy, todos los candidatos son completamente bilingües. Muchos de ellos han cursado dos carreras, infinidad de cursos online, y se encuentran terminando una maestría. Además, el dominio de múltiples lenguajes de programación es la norma y tener experiencia en investigación de alta calidad es bastante común.

Muy pocos de estos atributos eran habituales entre los economistas junior hace 10 años. Un inglés machacado, un solo pregrado, y un manejo básico de Stata (y nada más) eran las habilidades promedio de los buenos candidatos una década atrás. 

El contexto hoy es, además, más internacional. En adición al aumento en la calidad de los candidatos, la cantidad de ellos también ha crecido monstruosamente. En tan solo una de las convocatorias que abrí, y en menos de una semana, recibí más de 150 hojas de vida de toda Latinoamérica. Esto, sin contar varias decenas de candidatos de otras regiones del mundo. Al menos la mitad de esas hojas de vida tenían los atributos descritos arriba.

Hace 10 años, esto jamás habría sucedido. No existía algo tal como un mercado internacional para investigadores jóvenes en economía. De hecho, solo un puñado de posiciones representaban oportunidades nacionales. En el caso de Colombia, las pasantías del Banco de la República, por ejemplo. En realidad, la inmensa mayoría encontrábamos trabajo a nivel local. Y por local me refiero a las fronteras de la ciudad donde estudiamos.

Finalmente, el contexto hoy es más desigual porque la disparidad entre los egresados de las universidades de élite y el resto, si algo, se ha ampliado. De hecho, el salto en la calidad y cantidad de candidatos que acabo de mencionar parece limitarse a egresados de universidades de élite. Universidades como la Universidad de los Andes en Colombia, la Universidad de San Andrés en Argentina, el ITAM en México, o la Universidad Católica de Río en Brasil. Algo así como el 80 % de todas las hojas de vida que recibí fueron de egresados de estas universidades, siendo quizá el 95 % de los candidatos más competitivos.

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No podría hablar con certeza de qué fracción de los candidatos a los mejores trabajos disponibles venían de universidades de élite hace 10 años. Sin embargo, mi impresión es que egresados de las grandes universidades públicas, como la Universidad Nacional de Colombia o la Universidad Autónoma de México, tenían una mayor presencia que la que tienen en la actualidad.

De cualquier forma, lo que me parece asombroso de la sobrerrepresentación actual de candidatos de universidades de élite es cómo esto puede ser posible en un contexto de acceso masivo a la información. En este caso particular, nada de las convocatorias que abrí exigía venir de una universidad de élite. Las convocatorias fueron publicadas abiertamente en mi cuenta de Twitter, no había ningún costo por aplicar, y no exigían nada diferente al envío de la hoja de vida. Uno habría esperado que cualquier persona pudiera haberse enterado de las convocatorias y haber aplicado a ellas.

Lastimosamente, no creo tener una buena respuesta a por qué los egresados de universidades de élite dominan en las aplicaciones a trabajos de investigación aún en un mundo amplio en acceso a las tecnologías de la información. Seguramente es una combinación de muchos factores. Sin embargo, creo que vale la pena pensar en el papel que en ello tienen sutiles atributos que se transmiten vía interacciones sociales y abundan en los círculos de las universidades de élites y no tanto en los de otras instituciones.

Por ejemplo, conocer los espacios donde circula la información relevante, tener una red de contactos cercana a los empleadores, estar familiarizado con los códigos implícitos de los empleadores, e incluso gozar de la confianza para contactar a los empleadores son atributos bastante útiles en la búsqueda de trabajo, y parecen germinar en los contextos sociales de las universidades de élite, pero poco en el resto.

Así las cosas, me cuesta ser optimista respecto a las perspectivas de la economía como profesión en Latinoamérica. Sí, es fabuloso que la región disponga de un talento cada vez mayor y mejor conectado con el resto del mundo. Con toda seguridad, esto se traducirá en una mayor presencia de latinoamericanos en las altas esferas de influencia económica mundial. Sin embargo, es inquietante que las oportunidades para explotar ese talento se estén concentrando en grupos ya privilegiados.

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Esto es aún más inquietante porque las barreras para acceder a estas oportunidades parecen sutiles e inmunes al potencial democratizador de los avances tecnológicos modernos. En ese sentido, parece ser algo que pasa desapercibido por muchos y que, ciertamente, no se corregirá de forma espontánea. De continuar este patrón, lo que tendremos en unos pocos años serán unas élites intelectuales completamente desconectadas de la realidad de las mayorías, lo cual profundizará el escepticismo y desprecio hacia sus ideas. De la mano de la desigualdad que enfrenta estos jóvenes economistas viene la semilla del descrédito de la profesión.

Contacto
LinkedIn: Javier Mejía Cubillos
*El autor es Asociado postdoctoral en la división de Ciencias Sociales de la Universidad de Nueva York- Abu Dhabi. Ph.D. en Economía de la Universidad de Los Andes. Investigador de la Universidad de Burdeos e investigador visitante en la Universidad de Standford.

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