Las alertas de guerra no habían sonado en Kiev, Ucrania desde la Segunda Guerra Mundial.
Una incesante acumulación de tropas, tanques y cohetes que se produjo a lo largo de casi cuatro meses. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, advirtió el 19 de enero que el presidente ruso, Vladimir Putin, “entraría” en Ucrania. Para el 18 de febrero, estaba convencido de que Putin había decidido invadir en pocos días y atacar la capital, Kiev.
Las fuerzas rusas invadieron Ucrania por tierra, aire y mar el jueves, confirmando los peores temores de Occidente con el mayor ataque de un Estado contra otro en Europa desde la Segunda Guerra Mundial.
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Una lluvia de misiles cayó sobre diversas ciudades, Ucrania informó que columnas de tropas estaban cruzando sus fronteras desde Rusia y Bielorrusia, y desembarcaban en la costa desde el mar Negro y el mar de Azov. Las fuerzas ucranianas enfrentaban a las tropas rusas a lo largo de prácticamente toda la frontera del país, con combates encarnizados en las ciudades de Sumy, Járkov, Jerson y Odesa y un aeropuerto militar cerca de Kiev, informó un asesor de la oficina presidencial.

En la capital Kiev, de tres millones de habitantes, se oyeron explosiones antes del amanecer. Sonaron disparos y sirenas en toda la ciudad, y la autopista se atascó con el tráfico mientras los residentes intentaban huir.
Broma de Kremlin
El aumento de tropas rusas en la frontera a partir de noviembre tuvo lugar exactamente en paralelo a lo que Putin presentó como una importante iniciativa diplomática para hacer cumplir los “márgenes” rusos y obtener garantías de seguridad legalmente vinculantes de Occidente.
En diciembre, Rusia presentó demandas a Estados Unidos y a la OTAN que incluso analistas cercanos al Kremlin dijeron que Moscú sabía que serían rechazadas. Incluían peticiones para bloquear la entrada de Ucrania en la OTAN y para retirar toda la infraestructura militar que la alianza había colocado en Europa del Este desde 1997.
Era una trampa para Occidente. Negociar con Rusia, por no hablar de ofrecerle concesiones, daría la impresión de estar premiándola por su comportamiento amenazante; el rechazo rotundo de las demandas de Moscú sería utilizado por Putin como prueba de que los adversarios de Rusia habían despreciado la diplomacia y que no tenía otra opción que tomar el asunto en sus propias manos -exactamente el argumento que utilizó esta semana.
A medida que se intensificaba el despliegue militar ruso, la OTAN respondía enviando miles de tropas más al este de Europa y suministrando armas a Ucrania, incluidos misiles antitanque. Esto también fue presentado por Putin como prueba de la intención agresiva de Occidente.


Las jugadas rusas
Estados Unidos vio lo que se avecinaba, aunque no estaba seguro del tamaño y la escala de un ataque ruso inminente. El secretario de Estado Antony Blinken dijo en repetidas ocasiones que Rusia estaba siguiendo el mismo “libro de jugadas” militar y propagandístico que utilizó antes de arrebatar Crimea a Ucrania en 2014.
Pero las amenazas de sanciones masivas y sin precedentes resultaron ineficaces contra un país que ya ha vivido con sanciones durante años, ha acumulado 635,000 millones de dólares en reservas de oro y divisas y suministra un tercio del gas de Europa.
Incluso mientras aumentaban esas advertencias, los líderes occidentales se preguntaban en voz alta si simplemente Putin las ignoraría. El primer ministro británico, Boris Johnson, dijo que las sanciones “pueden no ser suficientes para disuadir a un actor irracional”.
En un movimiento poco habitual y arriesgado, Estados Unidos y Reino Unido hicieron públicas las advertencias de los servicios de inteligencia sobre las operaciones de “falsa bandera” que decían que Rusia planeaba llevar a cabo. Blinken dijo a Naciones Unidas que éstas podrían incluir un ataque químico real o falso del que Rusia culparía a Ucrania.
Eyal alabó las tácticas de los servicios de inteligencia estadounidenses, que, según dijo, probablemente sorprendieron a Putin y resultaron eficaces para poner al descubierto sus intenciones. Pero dijo que el fracaso del enfoque de las sanciones radicaba en poner un límite cuantificable a los costos que tendría que enfrentar Putin, en lugar de mantenerlo en vilo.
“Siempre tuvo ventaja en la escalada de esta crisis porque sabía lo máximo que podía esperar de nosotros. En ningún momento logramos persuadirle de que nuestra respuesta sería tan incierta que no debería contemplar la operación”.

Reuters