“Pequeños actos de solidaridad de millones de personas transforman el mundo”: el legado de Nydia Quintero, la colombiana que convirtió el amor en acción colectiva.
En la habitación de cuidados intensivos de la Fundación Santa Fe, mientras su nieto, el senador Miguel Uribe Turbay, luchaba por sobrevivir tras un atentado en Bogotá, el pasado lunes la mujer que dedicó su vida entera a los más vulnerables de Colombia emprendía su último viaje. Nydia Quintero, exprimera dama y símbolo nacional de la solidaridad, falleció a los 93 años. Su partida, rodeada de un halo de dolor familiar y espiritualidad, concreta un capítulo intenso en la historia del trabajo social en Colombia.
“Mi abuela se fue como refuerzo al cielo a interceder por el milagro de mi hermano”, dice a Forbes María Carolina Hoyos, su nieta mayor, quien ahora lidera la Fundación Solidaridad por Colombia, organización creada por Quintero en 1975. Para Hoyos, la conexión con su abuela empezó desde el primer tetero y se afianzó durante los 12 años que vivió bajo su techo, antes de que el secuestro y asesinato de su madre, Diana Turbay, los obligara a reconstruir la familia entre el dolor y la resiliencia.
Quintero no fue una mujer que aceptara límites. En una época en la que a las mujeres se les exigía discreción, ella construyó un legado visible y profundo, con impacto medible: más de 5,8 millones de colombianos beneficiados por sus programas; más de 2.000 jóvenes graduados de universidad; y un modelo de solidaridad que transformó barrios enteros con escuelas, iglesias, hospitales y esperanza.
Colombia la conoció como “Mamá Nydia”. Nunca fue presidenta, ni ministra. Tampoco buscó serlo. Pero su nombre se pronuncia en las calles de Neiva, en los barrios de Bogotá, en las veredas del Chocó y las orillas del Amazonas. Desde esos lugares, la Fundación que fundó sigue instalando plantas de agua potable, promoviendo la economía circular y manteniendo vivo un principio esencial que ella repetía: “La solidaridad no es dar lo que sobra. Es dar de lo que uno tiene.”

Ese principio se convirtió en acción: creó la Caminata de la Solidaridad en 1976, un evento que por décadas ha convocado a miles de personas y artistas para recaudar fondos y abrazar simbólicamente a los más necesitados. En agosto de este año, cuando se realice una nueva edición del evento, muchos caminarán por ella.
Su nieta recuerda cómo transformaba los “no” en “sí”. “A mi abuela nadie le decía que no”, afirma Hoyos. “Era una mujer amorosa, práctica y milagrosa. Hacía que las cosas pasaran”.
Nacida en Neiva en 1931, Nydia Quintero creció entre la exigencia católica y el dolor de la pérdida: la muerte de su padre la obligó a estudiar con beca y moldeó su sensibilidad social. A los 16 años, se casó con su tío materno, Julio César Turbay Ayala, un hecho que la situó pronto en el ojo público. Como primera dama, entre 1978 y 1982, fue mucho más que una figura decorativa: lideró programas para madres cabeza de familia, infancia vulnerable y comunidades rurales.

Pero su verdadero poder estuvo en su capacidad de ejecución. No era solo una soñadora; era una mujer que construía. Cuando los programas sociales eran aún rudimentarios en Colombia, ella fundó una organización que sistematizaba la ayuda, la distribuía con dignidad y la proyectaba con visión.
Tras su segundo matrimonio con el político Gustavo Balcázar Monzón, su vida pública se tornó más discreta, pero nunca dejó de estar presente en los temas que marcaron su propósito: la niñez, los adultos mayores, la vivienda digna y la educación.
El trabajo de la Fundación que ella lideró hoy se adapta a nuevas realidades: becas universitarias, plantas de tratamiento de agua en zonas rurales, programas de sostenibilidad y modelos de impacto colectivo. Su nieta asegura que el motor sigue siendo el mismo: el amor convertido en acción.
En una Colombia marcada por ciclos de violencia, polarización y abandono estatal, la historia de Nydia Quintero es una lección: la transformación no siempre proviene del poder político. A veces, como ella demostró, nace de la obstinación tranquila de quienes deciden entregar su vida a los demás.
“Mamá Nydia” no solo deja un apellido ilustre, ni un historial de cargos públicos. Deja una idea que parece sencilla, pero que pocos logran convertir en misión de vida: que la solidaridad es una forma de amar sin pedir nada a cambio.
Y por eso, mientras miles lloran su partida, millones recuerdan lo que sembró. Porque como decía ella: “Pequeños actos de solidaridad de millones de personas transforman el mundo”.