Algunos países acabaron usando el bosque como rehén de las negociaciones globales o del derecho a las emisiones.
Cuando arden millones de hectáreas de selvas ecuatoriales, una situación propiciada por la omisión conveniente, la acción deliberada o fallas de gobernabilidad de los Estados en toda Suramérica, vemos hacerse ceniza los argumentos del sur para reclamar justicia climática.
El uso del bosque como rehén de las negociaciones globales o, incluso, dentro de algunos países acabó siendo una práctica tan justificada en la soberanía como el derecho a las emisiones que reclaman países como India y China para proveer a toda su población con niveles de bienestar equivalentes a los de Japón, Europa o Estados Unidos.
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El problema de esta perspectiva de justicia es que plantea la nivelación de las deudas por lo alto, es decir, llevando a todos los países y habitantes del mundo a condiciones equivalentes de derechos a un modelo basado en el crecimiento continuo sin compensación. Es decir, aquel que incrementa la huella ecológica aditiva de la humanidad, consumiendo los recursos de esos varios planetas que no existen y sin invertir en el mantenimiento del único que tenemos.
La COICA (Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica) ha respondido: las necesidades y perspectivas de bienestar de cada pueblo son distintas y vienen definidas por la cultura y las instituciones locales, de manera que es inadecuado medir el bienestar con un solo indicador.
Definir la proporción de la humanidad que “vive” con menos de un dólar al día es un genérico bastante inútil y perjudicial en amplias regiones del planeta con economías no monetizadas.
“Los invito a apoyar alguno de los centenares de proyectos de conservación y restauración ecológica que ya existen, ojalá creando empleos verdes”. .
Brigitte Baptiste.
Curiosamente, al otro extremo de la escala de ingresos se registra también un umbral de bienestar máximo asociado con el sobreconsumo y el límite a la “felicidad o bienestar marginal” a partir del cual un dólar más de ingreso per cápita solo genera obesidad e hipertrofia de los modos de vida basados en la acumulación (improductiva) de calorías o bienes materiales.
Los resultados de la COP25 de cambio climático realizada en Madrid como sede sustituta y accidental de la chilena, afectada por las protestas (incluida la climática), demuestran que el carbono es la nueva moneda del planeta, pero que tardará un poco en formalizarse como tal.
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La ventaja, a diferencia del oro, es que está enlazada con la vida y representa realmente una medida del bienestar compartido de la sociedad globalizada: nadie está exento de pagar intereses climáticos a esa deuda contraída por algunos sin un contrato de respaldo ni pólizas de cumplimiento.
Sin duda vendrán suficientes desastres que obliguen a pagar las deudas en un momento histórico en el cual las grandes mayorías marginadas ya no estarán dispuestas a ser “solidarias” con quienes han acumulado los beneficios del cambio ambiental, una de las razones de los cacelorazos.
Entretanto, los invito a hacer sus nuevas cuentas familiares, institucionales o empresariales en esos términos y buscar no solo la neutralidad, sino la justicia carbónica, que implica una cultura regenerativa y hacer buenos negocios para todos y para la biodiversidad, inseparable de la funcionalidad de los ecosistemas.
Una buena opción es apoyar alguno de los centenares de proyectos de conservación y restauración ecológica que ya existen, ojalá creando empleos verdes y nuevas oportunidades para comunidades expertas (pueblos indígenas, afros o campesinos), organizaciones (por ejemplo, la Red de Reservas de la Sociedad Civil) o proyectos corporativos innovadores: ya no hay excusa para dejar de aportar a la justicia climática.
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LinkedIn: Brigitte Baptiste
*La autora es Bióloga y Rectora de la Universidad EAN, en Bogotá.
Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia.