El coronavirus derribó las barreras del trabajo remoto y parece que llegó para quedarse. Pero esto supondrá más carga laboral y menos lazos entre empleados.

El teletrabajo es sin duda uno de los pocos ganadores de esta pandemia. Había sido por años una modalidad de trabajo que muchos habían promovido, pero que la cultura corporativa dominante se había resistido a acoger. La pandemia cambió esto por completo. Las políticas de aislamiento y restricción de movilidad obligaron a implementar planes para que tantas personas como fuera posible teletrabajaran.

Con el fin de las medidas de aislamiento, la gran mayoría de los trabajadores (cuyos puestos no hayan desaparecido por la crisis económica) volverán a sus labores presenciales. No obstante, muchas de las barreras que restringían el teletrabajo ya han sido derribadas y eso hará mucho más común el trabajo remoto, aún luego del fin del Covid-19.

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Esto será beneficioso en muchos sentidos. Traerá más flexibilidad a trabajadores y reducirá los costos de contratación de las firmas.  Sin embargo, el teletrabajo viene con una serie de costos de los que se habla poco.

Quizá el costo más evidente es la posible sobrecarga laboral. Por un lado, los hogares están diseñados para vivir, no para trabajar. Las empresas invierten millones en generar espacios para maximizar la productividad de los trabajadores. Muy pocas personas tienen en sus casas espacios similares. Esto implica que las labores para el teletrabajador promedio se hacen, de una u otra forma, más pesadas.

Por otro lado, al eliminar las barreras físicas entre el trabajo y la vida personal, los trabajadores corren el riesgo de trabajar más de las horas acordadas y amenazar el balance vida-trabajo. Esto es una amenaza para la estabilidad emocional de los trabajadores que eventualmente redundará en menor productividad.

Más interesante, sin embargo, son los costos que el teletrabajo trae sobre el capital social de los trabajadores. Las empresas son espacios bastante únicos en la formación espontánea de lazos sociales; lazos que son fundamentales en el crecimiento profesional de las personas. El teletrabajo reduce drásticamente la oportunidad de formar estos lazos.

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A diferencia de otros espacios, como las zonas residenciales, la pertenencia a una empresa promedio no depende del origen social de las personas, sino de su productividad en una tarea específica. Por tanto, en una empresa promedio trabajan muchas personas de clases sociales diferentes (desde el CEO hasta la persona que sirve los tintos).

En cambio, en un barrio promedio viven personas de clases sociales similares. Esto hace que las empresas ofrezcan oportunidades de interacción con personas de orígenes sociales diferentes a los de uno. Décadas de investigación en sociología han mostrado que este tipo de interacciones son particularmente valiosas para lograr ascensos, generar mejores ideas, participar de proyectos más importantes, e incluso conseguir un mejor trabajo.

La razón de ello es que personas de otros círculos sociales aportan información y recursos a los que uno no está expuesto dentro de su propio “mundo”, justamente porque quienes pertenecen al mundo de uno son parecidos a uno, tienen recursos parecidos a los que uno tiene, y saben cosas parecidas a las que uno sabe.

Entonces, una sociedad donde el teletrabajo es la norma será una sociedad donde muchos trabajarán más de la cuenta. Será una sociedad más segregada, donde pocos podrán explotar la riqueza que yace en la diversidad. Pero, más preocupante aun, es que seguramente será una sociedad menos empática y más polarizada, simplemente porque las personas estarán menos expuestas a otros diferentes. Les costará entender por qué “los otros” piensan como piensan y sienten lo que sienten.

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LinkedIn: Javier Mejía Cubillos
*El autor es Asociado postdoctoral en la división de Ciencias Sociales de la Universidad de Nueva York- Abu Dhabi. Ph.D. en Economía de la Universidad de Los Andes. Investigador de la Universidad de Burdeos e investigador visitante en la Universidad de Standford.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia.