"Ambos candidatos, junto con las facciones dentro de sus partidos que representan cada uno de ellos, han mantenido silenciadas sus posturas sobre las relaciones económicas con sus vecinos del sur".
Por: José Hugo Ochoa Vázquez*
Cuando Estados Unidos despierte un enero después de una larga contingencia, se encontrará sobre sus finas alfombras de lana pintada de estrellas y barras, convertido en el mismo país de siempre. Es el mismo Estados Unidos de toda la vida, pero con cuatro años de gestión del presidente más viejo en su historia por delante. Ahí, la hegemonía de lo añejo es timonel en un barco donde los liderazgos jóvenes no terminan por reclamar ese espacio al que los septuagenarios se rehúsan a soltar.
Con este panorama tan sepia y borroso, sería ingenuo y absurdo esperar que, tras la elección, sea quien sea que resulte ganador, haya cambios significativos en las relaciones entre los Estados Unidos y los demás países del mundo, mucho menos de Latinoamérica. Ambos candidatos, junto con las facciones dentro de sus partidos que representan cada uno de ellos, han mantenido silenciadas sus posturas sobre las relaciones económicas con sus vecinos del sur.
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Pensar en América Latina como un conjunto o un bloque, tampoco es muy preciso. Hay muchas Américas Latinas, cada una con sus necesidades y sus problemáticas. Poner en la misma canasta a las principales economías de la región como Chile, Uruguay o Panamá, con las de Perú, Paraguay u Honduras, resultaría en un análisis superficial. Compartimos orígenes, lenguaje y expresiones, pero somos muy diferentes, especialmente, hablando de temas económicos. Sin embargo, en lo que sí coincidimos es en que seguimos las elecciones de Estados Unidos como lo hacemos con el Superbowl (las elecciones son el Superbowl de los políticos). Tenemos a nuestro favorito y hasta discutimos de ello. Y esto tiene sentido: Estados Unidos figura como el tercer socio comercial de Argentina, el segundo de Brasil y Chile y el cuarto de Uruguay. Además, es el primero de países como México y Costa Rica.
De alguna manera, el que las fichas se muevan en la Casa Blanca genera morbo en toda la región entre el Río Bravo y la Patagonia. Podría resultar desalentador que tanto Joe Biden, como el presidente Donald Trump, omitan mencionarnos en su campaña. ¿O, tal vez no? En 2016, gran parte de su campaña, Trump se dedicó a golpear a los mexicanos prometiendo una política exterior de choque, construir un muro fronterizo e imponer sanciones económicas a México para que este pagara la construcción de la barda. Se preveía un panorama oscuro, sin embargo, el T-MEC y el acuerdo petrolero entre ambos países en la cumbre de la OPEP+ en 2020, han sacado a la luz una realidad que muchos se niegan a creer: Estados Unidos necesita tanto de Latinoamérica, como Latinoamérica necesita de Estados Unidos (México es, por ejemplo, su tercer socio comercial). Quizá por esto, el presidente Trump ha tomado a China como el blanco de sus ataques y no a América Latina. Quizá también, por eso, Estados Unidos está siempre tan al pendiente de las elecciones de los países de nuestra región.
Aceptar la realidad de la simbiosis de Latinoamérica y Estados Unidos, y entender que será difícil cambiar la aparente postura de superioridad de Estados Unidos, hará que la incertidumbre que generan las elecciones se calme un poco. Quizá debamos asumir una postura más pasiva, sabiendo que, gane quien gane, habrá que construir sobre cimientos puestos hace muchos años por los viejos que nos antecedieron. Quizá debamos seguir los consejos de Kafka y ser como la familia Samsa cuando se había consumado ya la total metamorfosis de Gregorio.
*El autor es profesor investigador del Tecnológico de Monterrey.
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