La sociedad tiende a prestar atención a los problemas presentes y olvidar los que ya aquejaban al mundo. Eso está ocurriendo con el coronavirus, que desplazó problemáticas viejas. ¿Qué podrá pasar?

La opinión pública es completamente cortoplacista. Las personas están permanentemente pensando en los eventos de la coyuntura o del pasado reciente.

Esto tiene cierta funcionalidad evolutiva. Para sobrevivir al peligro de mañana, antes que nada, hay que sobrevivir al peligro de hoy. No obstante, este patrón es peligroso para la humanidad en el contexto de sociedades complejas, donde la opinión pública es el motor de la prevención y mitigación de riesgos.

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El peligro radica en que, al estar concentrada en evitar la recurrencia de la tragedia más inmediata, la opinión pública suele dejar de lado otros aspectos que poco antes eran prioritarios. En la mayoría de casos, dichos aspectos eran prioritarios, justamente, por su relevancia en episodios catastróficos del pasado y la percepción contemporánea de su posible recurrencia. Así, al dejarlos de lado, lo que se termina haciendo es permitir la expansión de las raíces de las catástrofes futuras.

Las pandemias mismas son un ejemplo claro de ello. Aunque la crisis del Covid 19 ha tenido muchas particularidades, no ha sido fundamentalmente diferente de las epidemias respiratorias de alcance mundial del pasado. Basta con leer los titulares de prensa de los días de la Gripe española para reconocerlo.

A pesar de estos antecedentes en la historia moderna, el Covid tomó por sorpresa a la humanidad. Los recursos y capacidad de las agencias multilaterales eran minúsculos y la preparación de los gobiernos era totalmente insuficiente. Enseñanzas básicas de la Gripe española, como la eficacia del uso de mascarillas o el peligro de las grandes aglomeraciones, fueron ignoradas por meses. Haberlas tenido presentes a tiempo, posiblemente, habría contenido los impactos del virus.

¿Cómo es posible que las enseñanzas de una tragedia de las magnitudes de la Gripe española pudieran ser olvidadas?

Entre las múltiples posibles respuestas a esta pregunta, resaltaría el hecho de que otros problemas capturaron la atención de la sociedad y las preocupaciones epidemiológicas pasaron a un segundo plano. En particular, la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial fueron traumas tan profundos que, ya para los 50s, eran pocos los que se preocupaban por una nueva pandemia.

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De forma similar, hoy tenemos nuestra atención completamente concentrada en amenazas epidemiológicas, un poco en crisis ambientales, y, algo menos, en una posible recesión. Todos, problemas cercanos a nuestras experiencias vitales. Sin embargo, hemos olvidado las tragedias de otras generaciones. La más inquietante de ellas, una guerra de escala mundial.

Esto, aunque parezca un escenario apocalíptico, no es improbable. De hecho, el elemento común de la inmensa mayoría de guerras de gran escala del pasado, desde la guerra entre hititas y egipcios en el siglo XIII a.C. hasta la Segunda Guerra Mundial en el siglo XX d.C., está presente en la actualidad. Este elemento es el choque de intereses entre una potencia en decadencia y una en ascenso; EE. UU. y China, en este caso.

Por supuesto que las tensiones entre estas potencias pueden resolverse de muchas formas; pacíficas, algunas de ellas. Además, un mundo con la disponibilidad actual de armamento nuclear es disuasivo de confrontaciones abiertas de carácter mundial. Un uso decidido de este armamento llevaría a una destrucción completa del planeta; algo que, ciertamente, no está en el interés de nadie.

No obstante, las tensiones entre EE. UU. y China no desaparecerán espontáneamente, y, más importante aún, la forma en la que se han estado afrontando en los últimos meses han ido alejando aquellas soluciones pacíficas. Así las cosas, mientras toda nuestra atención se dirige en evitar una nueva pandemia, lentamente se cocina la amenaza de una catástrofe de un potencial destructivo muchísimo mayor, una guerra.

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LinkedIn: Javier Mejía Cubillos
Twitter: @JavierMejiaC
*El autor es Asociado postdoctoral en la división de Ciencias Sociales de la Universidad de Nueva York- Abu Dhabi. Ph.D. en Economía de la Universidad de Los Andes. Investigador de la Universidad de Burdeos e investigador visitante en la Universidad de Stanford.

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