Javier Mejía Cubillos, columnista de Forbes, cuenta desde Emiratos Árabes cómo fue recibir la vacuna en ese país.
La última semana de diciembre me apliqué la vacuna contra el Covid-19. Recibí muchas preguntas al respecto de parte de mi círculo social en Colombia. Confío que contar mi experiencia aquí pueda resolver dudas similares a un grupo más grande de personas.
Primero que todo, no recibí la vacuna por ser una persona en alto riesgo o un trabajador esencial. Soy un académico saludable de 29 años. Recibí la vacuna como parte del programa de vacunación de los Emiratos Árabes Unidos, país donde resido. Este programa se inició a comienzos de diciembre, inmediatamente después de aprobado el uso de emergencia de la primera vacuna.
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El programa ofrece la vacunación voluntaria de todos los residentes y nacionales de los Emiratos; los costos de la vacunación son cubiertos por el Estado, al igual que cualquier complicación asociada con su aplicación.
La primera vacuna aprobada fue la desarrollada por Sinopharm y actualmente está disponible en todos los emiratos. Es una vacuna que contiene una versión débil del virus, a partir de la cual el organismo receptor genera las defensas apropiadas para enfrentar el virus real. La vacuna desarrollada por Pfizer-BioNTech, que provee material genético del virus (y no el virus como tal), ya fue aprobada y también está disponible en todos los emiratos.
La vacuna se ofrece en varias decenas de hospitales, tanto de la red pública como de la red privada. En la mayoría de casos, basta con acercarse al hospital para recibirla el mismo día. En mi caso particular, llamé al hospital más cercano a mi casa y me dieron una cita para dos semanas después.
El proceso de vacunación es tremendamente sencillo. En lo esencial, no difiere en nada de cualquier otra vacuna que yo haya recibido en el pasado: una toma inicial de signos vitales y preguntas básicas sobre el historial médico, una rápida inyección indolora en el brazo, y una segunda toma de signos vitales 10 minutos después de la inyección.
Lo único a resaltar del procedimiento fue un protocolo previo donde me reuní con un doctor cuya única función era responder mis preguntas acerca de la vacuna y garantizar que me sintiera cómodo dando mi consentimiento para recibirla. Un mensaje claro de él, y del resto del equipo médico, fue que la efectividad apropiada de la vacuna solo se logra luego de unas semanas después de recibida la segunda dosis, por lo que es importante mantener los cuidados convencionales.
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Han pasado algo más de 2 semanas desde la aplicación de la vacuna y no he presentado ningún síntoma de algún efecto secundario. La próxima semana tengo la cita para recibir la segunda dosis de la vacuna.
Debo confesar que me tomé un par de semanas, luego de disponibles las vacunas, antes de decidir aplicármela. En este momento, creo que mis dudas tenían poco sentido. En primer lugar, la información disponible sobre las vacunas es limitada. Más allá de los resultados de la fase III, y el conocimiento general sobre vacunas similares, no se sabe nada más acerca de sus implicaciones.
En segundo lugar, mi conocimiento sobre medicina y epidemiología son minúsculos. Por tanto, incluso en un escenario de información más extensa, mi capacidad para interpretar y evaluar “la ciencia” detrás de la vacuna son insuficientes.
En esa medida, toda la información necesaria para tomar la decisión siempre estuvo disponible. Las pruebas de todas las vacunas aprobadas han seguido los protocolos convencionales y la comunidad de expertos parece coincidir en que la magnitud y probabilidad de los beneficios exceden, por mucho, la magnitud y probabilidad de los perjuicios.
Eso debió haber sido suficiente para mí desde un principio. Realmente, no existe otra manera razonable de navegar un mundo con incertidumbre; uno en el que no se tienen las herramientas para estimar correctamente la probabilidad de suceso de los eventos. Nadie puede garantizarle a uno que eventos trágicos producto de cierta actividad no puedan suceder, pero tampoco es posible vivir una vida funcional evitando comportamientos donde hay cierto consenso alrededor de que son poco probables los eventos trágicos. Esto es especialmente cierto para actividades con potenciales beneficios tan grandes, como aplicarse esta vacuna.
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En ese sentido, hoy estoy convencido de que mis dudas iniciales acerca de la conveniencia de la vacuna no eran más que una expresión de mi ignorancia y de un inapropiado deseo por comprender y controlar algo que está por fuera de mi compresión y control.
Quisiera terminar invitando a las personas a apoyar los esfuerzos de vacunación. Por supuesto, la mejor forma de hacerlo es recibiendo la vacuna. Sin embargo, también se puede contribuir invitando a otros a recibirla. Aunque aún se desconoce la capacidad de las vacunas existentes para reducir la probabilidad de transmisión del virus, es de esperarse que sean la mejor herramienta disponible para ello. Así, los beneficios sociales de la aplicación de la vacuna serán mucho mayores que los individuales.
Invitar a otras personas a recibir la vacuna implica algo de tolerancia y paciencia. Un gran número de personas tienen miedos y dudas. Yo no creo que estas personas sean tontas o mal intencionadas. Muchos de ellos, como era mi caso, seguramente son motivados por un natural deseo de certidumbre y control. Muchos otros, simplemente, están pobremente informados. Entender esto es importante para evitar ideologizar este tema. Se trata de un problema práctico que involucra la participación de todos y así es que debemos enfrentarlo.
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LinkedIn: Javier Mejía Cubillos
*El autor es Asociado postdoctoral en la división de Ciencias Sociales de la Universidad de Nueva York- Abu Dhabi. Ph.D. en Economía de la Universidad de Los Andes. Investigador de la Universidad de Burdeos e investigador visitante en la Universidad de Standford.
Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia.