La codirectora del Banco de la República, Carolina Soto, hace un análisis sobre el legado de Roberto Junguito en la economía colombiana.

Por: Carolina Soto, codirectora del Banco de la República

Resulta difícil encontrar las palabras precisas para describir y recordar a Roberto Junguito Bonnet. Una persona ejemplar que logró ganarse el aprecio y la admiración de sus compañeros de trabajo, sus colegas y sus estudiantes. Una mente brillante, inquieta, que nunca paró de investigar, proponer y escribir. Un hombre público que le aportó al país con generosidad, sapiencia y coraje.

Muchos ya han escrito sobre su legado, sobre sus aportes a la economía, sobre su manejo ejemplar de dos de las más grandes crisis económicas de nuestra historia reciente, sobre su disciplina académica, su capacidad para conectar la teoría y la práctica, así como sobre su pasión por la historia económica, su interés por las finanzas públicas, la política monetaria y la estabilidad macroeconómica.

Yo quiero complementar esa descripción, con otra de sus facetas, la de un dirigente gremial excepcional. Tuve la oportunidad de trabajar con él, de conocerlo de cerca cuando fue presidente de Fasecolda. Alguna vez le escuché decir a Eduardo Lora que “uno siempre hace el mismo trabajo, no importa el puesto que desempeñe” (se refería al método y al estilo, infiero). El Doctor Junguito se ajustaba a esa descripción. Llevó a la dirigencia gremial su talante de investigador, su curiosidad académica, su pragmatismo, su independencia y sobre todo su interés por el bienestar general.

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Tenía una obsesión con la excelencia. Logró conformar un equipo de profesionales destacados en las distintas áreas (economía, actuaría, matemáticas, finanzas, derecho, entre otras). A todos les exigía elaborar documentos, revisar la literatura, las mejores prácticas y por supuesto el impacto para la industria. Las ideas eran siempre bienvenidas siempre y cuando estuvieran sustentadas en la evidencia. El Dr. Junguito creía en la disciplina empírica. Era exigente y generoso. Estimulaba y confiaba en su equipo. Los incluía en las discusiones y los instaba a participar. Exaltaba y reconocía el trabajo de todos, trataba a todo el mundo con respeto y equidad.

Combinaba su rigor técnico con el convencimiento de que siempre debía prevalecer el bien común. Creía, como un buen economista clásico, que el interés general y gremial son compatibles en el mediano plazo.  No siempre las compañías compartían sus posiciones, pero su claridad conceptual y su conocimiento técnico las llevaba a aceptarlas y respaldarlas. No concebía defender una posición contraria a sus principios: los defendía con vehemencia, de ser necesario. Pero esto no implicaba que fuera radical o inflexible. Era consciente de que muchas veces la mejor alternativa era imposible o inviable. Rápidamente encontraba y adoptaba una posición. Sabía que la toma de decisiones es un bien escaso en los sectores público y privado. “No hay que dar todas las peleas”, decía “y hay que saberlas dar”.  Así actuaba y así lograba construir consensos y sacar adelante sus iniciativas.

En lo personal tenía muy claras también sus prioridades. Primero su familia. Se desvivía por su esposa –su polo a tierra–, sus hijos y sus nietos. Siempre se preocupó por su salud. Así como ejercitaba su mente también era muy deportista. Jugaba tenis varias veces a la semana. Pero le gustaba la buena comida. Nunca fue, o nunca quiso ser, un asceta. Con pragmatismo, delegó el manejo de las finanzas domesticas a su esposa que administraba su generosidad sin límites. Tenía un gran sentido del humor, otra de las manifestaciones de su inteligencia. Sus bromas a los colegas economistas eran famosas y temidas. Uno podría decir que el amor a la vida, en todas sus manifestaciones, la familiar, la profesional y la hedonista, casi lo definía.  Adiós Dr. Junguito, ejemplo de vitalidad, equilibrio, rectitud y humanidad.

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