¿Los países con más riqueza tienen ciudadanos más felices? Sí y no, le contamos por qué la riqueza y la felicidad no siempre van de la mano.
Uno de los temas recurrentes en todas las culturas populares del mundo es qué tan importante son los bienes materiales en la vida de las personas. Y aunque hay algo de variación intercultural, las narrativas dominantes, a lo largo y ancho del mundo, suelen ser aquellas que no solo señalan que la riqueza material no trae la felicidad, sino que enfatizan cómo su búsqueda decidida suele traer desdicha en el largo plazo.
Más allá de su popularidad folclórica, vale la pena pensar si estas narrativas realmente son ciertas. Es decir, conviene preguntarnos cuál es la evidencia acerca de la relación entre riqueza material y felicidad. Aquí, brevemente, les presento aquella evidencia.
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En primer lugar, al comparar sociedades, existe una muy robusta correlación positiva entre la felicidad y el ingreso per cápita. En otras palabras, las personas que viven en países más ricos reportan, en promedio, ser más felices que aquellas que viven en países más pobres. Esto, fácilmente, se puede ver en la pendiente positiva de la dispersión de puntos del gráfico 1.
Ahora bien, esa misma evidencia entre países sugiere que elementos contextuales, como el clima o la cultura, son importantes. Esto se puede observar en lo se podría llamar el síndrome latinoamericano: las personas en Latinoamérica reportan, sistemáticamente, ser más felices que aquellas que viven en países con ingresos similares.

Fuente: Our World in Data
Justamente estos elementos contextuales—particulares a cada país—hacen importante buscar evidencia que provenga no de comparar países, sino de comparar un mismo país a lo largo del tiempo. Aquí, la evidencia es algo menos contundente.
Aunque con frecuencia los países muestran creciente felicidad en la medida en la que su ingreso per cápita aumenta, esta correlación no siempre está presente. Este es el caso de EE. UU., al menos desde comienzos del siglo. Aunque la economía estadounidense ha crecido sistemáticamente en este periodo, la felicidad que reporta su población (y esto es cierto para republicanos y demócratas) ha caído (véase gráfico 2).
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Fuente: The Financial
Este tipo de patrón en el que mayores ingresos per cápita no van de la mano con mayor felicidad promedio suele conocerse como la Paradoja de Easterlin. Y aunque los mecanismos detrás de esta paradoja pueden ser muchos, uno particularmente importante viene de problemas distributivos. Es decir, en muchos contextos el aumento del ingreso per cápita no representa crecientes ingresos para la mayoría de las personas. Por esto, es importante revisar la evidencia que viene de individuos a lo largo del tiempo, y ahí las cosas se complican aún más.
Por un lado, una serie de trabajos clásicos sugiere que eventos que aumentan o reducen repentinamente los ingresos de las personas tienen efectos pasajeros en su felicidad. Philip y coautores estudian a ganadores de lotería. Ellos encuentran que, con el tiempo, los ganadores no son significativamente más felices que personas que nunca ganaron la lotería. Similarmente, Clark y coautores encuentran que eventos negativos en la riqueza material, tales como la pérdida del empleo, reducen la felicidad de las personas en el corto plazo, pero este efecto va desapareciendo con el paso del tiempo.
No obstante, un estudio reciente de Lindqvist y coautores también sigue a ganadores de lotería en el tiempo y, a diferencia del equipo de Philip, encuentra efectos positivos de ganar la lotería, los cuales perduran por más de una década. Esta evidencia reta la idea de que nuestra felicidad está sujeta a grandes fuerzas adaptativas.
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En conjunto, la evidencia que explora la relación entre la felicidad y la riqueza material no es realmente concluyente. Aunque parece claro que individualmente mayores ingresos son positivos en el corto plazo, no es muy claro su impacto en la felicidad de largo plazo, ni tampoco cómo interactúan con otros procesos colectivos asociados a aumentos generalizados de los ingresos en la sociedad.
Como muchos se imaginarán, la ambigüedad de estos resultados se explica, primordialmente, por la complejidad de la naturaleza humana. Los humanos somos criaturas a las que no solo nos importan nuestras circunstancias actuales, sino la evolución de ellas en el tiempo y la evolución de las circunstancias de aquellos otros que componen nuestro mundo.
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LinkedIn: Javier Mejía Cubillos
*El autor es Asociado postdoctoral en la división de Ciencias Sociales de la Universidad de Nueva York- Abu Dhabi. Ph.D. en Economía de la Universidad de Los Andes. Investigador de la Universidad de Burdeos e investigador visitante en la Universidad de Standford.
Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia.