Con la pandemia, las empresas tuvieron que dar un salto al vacío y creer en el trabajo remoto y el compromiso de sus colaboradores. ¿Qué efectos ha traído esto?

A diferencia de Santo Tomás de Aquino, a ciegas, las empresas tuvieron que creer. Tuvieron que confiar y vencer los mitos del trabajo a distancia. Tuvieron que desmontar, precipitadamente, todos los prejuicios sobre la productividad como la entendían hasta antes de la pandemia. Tuvieron que desprenderse, asimismo, de las jornadas convencionales de trabajo en la oficina. ¡Las empresas tuvieron que creer sin ver!

Y no tener excesivo interés en los horarios de entrada y salida. A punta de empatía, confianza y flexibilidad tuvieron que superar sus miedos, sus creencias, -demasiado rígidas para estos tiempos turbulentos -, sobre la libertad en el quehacer laboral. Una libertad, que, a gritos, pedían los empleados para que se les permitiera trabajar desde sus casas y así sumarle a sus proyectos y a su familia las horas muertas entregadas al tráfico de la hora pico sin retribución distinta al cansancio y la culpa.

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Estimaciones de McKinsey consideran que más del 20 % de la fuerza laboral de los países desarrollados seguirá trabajando desde su casa entre tres y cinco días por semana, incluso cuando el virus esté bajo control.

El trabajo dejó de ser un lugar para convertirse en un modo. No estoy en la oficina, pero si “en modo trabajo”: aunque no esté sentada detrás de un escritorio y encuentre la inspiración para redactar una estrategia mientras veo a mi hija perfeccionar su medialuna en clase de gimnasia.

¿Acaso, pasar unos minutos al sol en el parque durante la mañana o correr al supermercado a media tarde tiene que ver con nuestra productividad? Un no rotundo sería la respuesta a esta pregunta que años atrás no era tan obvia. Dormimos y despertamos en nuestro lugar de trabajo, los documentos para la junta ocupan el mismo espacio y tienen la misma importancia que el tajalápiz y la plastilina de Colores. Las fronteras entre la cama y el computador son prácticamente inexistentes y el tiempo dejó de ser lineal para transcurrir en medio de bifurcaciones.

Nadie revisa ni vigila el nuevo modo de laborar. Nadie reporta una ausencia ni un retardo. Es el imperio de la autogestión y la reinvención de la disciplina. Todos nos hemos tenido que adaptar, con días más felices que otros, a esas formas disruptivas de trabajar, quizás más fluidas, menos segmentadas, que permiten a las rutinas personales y familiares convivir con los asuntos laborales.

¿Qué dijeron las empresas sobre esto? No tuvieron tiempo para teorizar. Tuvieron que confiar a ciegas, sin elección. Adaptarse al cambio y convertir la incertidumbre en una oportunidad para creer era lo más urgente. ¿Liderar equipos a distancia es lo óptimo? ¿Realizar todos los procesos y las tareas de oficina desde la casa, la finca o desde un café es acaso lo más aconsejable para conservar el foco y mantener unido a un equipo? Tal vez, la respuesta hoy para las empresas que decidieron creer sea simplemente que se trata de un acto de fe.

Por: Andrea Cheer*
*La autora es Miembro del Comité de políticas corporativas de Women in Connection.

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