Los países ricos son aquellos que ganan más medallas. Aunque tiene que ver con el talento, las competencias deportivas tienen de fondo un contexo social. ¿Cómo se relacionan?

La meritocracia es una idea agradable. La mayoría de personas están de acuerdo con que es bueno un mundo donde los esfuerzos y talentos son recompensados. Quizá por eso los defensores del capitalismo moderno ven a la meritocracia como una de sus grandes virtudes morales.

En su opinión, a diferencia de otros sistemas donde la igualdad de resultados es prioritaria, el capitalismo sí fomenta la generación de ganancias y pérdidas extraordinarias lo cual es indispensable en cualquier sistema que espere retribuir más a quienes más se lo merecen.

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Esta lógica ha sido fuertemente criticada en años recientes, y dichas críticas han recibido un apoyo masivo en la opinión pública.  Es así como ‘La Tiranía del Mérito‘ de Michael Sandel o ‘La Trampa de la Meritocracia‘ de Daniel Markovits han sido algunos de los libros más vendidos de los últimos años. Me atrevería a decir que el éxito de estas críticas ha sido tal que la posición dominante en el mundo occidental, hoy, es que la meritocracia no es más que un mito diseñado para legitimar moralmente al sistema.

Yo creo que esta posición, aunque valiosa en muchos sentidos, pierde de vista los elementos esenciales de la estructura de incentivos del mundo moderno y, sobre todo, su articulación con nuestros símbolos de éxito y prestigio. Permítanme ilustrar esto con los Juegos Olímpicos.

Para empezar, los Olímpicos son el arquetipo de un sistema “perfectamente” competitivo. Allí todos los participantes están sujetos a las mismas reglas, todos conocen aquellas reglas y, en teoría, los mejores ganan y los peores pierden. Todo defensor del capitalismo moderno diría que dichos atributos harían de este un sistema meritocrático.

No obstante, a pesar de la aparente igualdad de oportunidades, si uno observa el desempeño por naciones en los Olímpicos, es clara la existencia de injusticias estructurales. La forma más sencilla de verlo está en observar el ránking global de medallas olímpicas y ver su muy alta correlación con el ránking global del producto interno bruto. En otras palabras, los países ricos son los que se llevan la mayoría de las medallas.

Dejando de lado los posibles sesgos de réferis y otros intereses geopolíticos más amplios, no es extraño que a los países ricos les vaya mejor en los Olímpicos. Las competencias deportivas no suceden en el vacío, están insertadas en un contexto social más amplio y, en este contexto, las desigualdades se acumulan. Países más ricos tiene más recursos para competir deportivamente.

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Lo mismo sucede en otros ambientes profesionales. Por ejemplo, la idoneidad de los candidatos en cualquier proceso de contratación, incluso bajo una selección ausente de sesgos, va a depender de la historia de vida de estos. Aquellos provenientes de familias más ricas habrán tenido más oportunidades para estar en mejor condición que aquellos de familias pobres.

¿Es esto meritocrático? No. En este contexto, buena parte del éxito de los deportistas, o candidatos al trabajo, vienen de los privilegios del sistema.

Hasta aquí suele llegar la crítica a la meritocracia que esta generación ha abrazado tan fuertemente. Llega hasta describir que el campo de juego está desnivelado a favor de algunos y que esto genera trampas prevalentes donde los privilegiados y los no privilegiados mantienen su posición hasta el final de los tiempos. Permítanme describir por qué entender el desnivel del terreno no es suficiente para describir la justicia del juego.

Para eso, volvamos a los resultados de los Olímpicos

Primero que todo, quiero hacer notar que los países ricos, aunque tengan ventajas absolutas en todos los deportes, no ganan todas las medallas. De hecho, países pobres ganan una fracción importante de las medallas. Es más, algunos países logran desarrollar gran experticia en deportes donde, aunque no tienen ventajas absolutas, sí tienen ventajas comparativas.

Piense, por ejemplo, cómo Colombia o Cuba generan algunos de los mejores boxeadores del mundo. No es porque tengan más recursos agregados o más privilegios que los países ricos para esta tarea, es porque, justamente, los recursos y privilegios de aquellos países ricos generan dinámicas que hacen que se concentren en otro tipo de actividades.

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Esto mismo pasa en el éxito profesional. Aunque el sistema favorezca masivamente a algunos, la focalización de los privilegiados en ciertos espacios abre senderos que los no privilegiados pueden aprovechar. Tradicionalmente, senderos como el emprendimiento, el entretenimiento, y el deporte (paradójicamente) han ofrecido grandes oportunidades de movilidad social para personas no privilegiadas. Estos senderos suelen caracterizarse por ser bastante más riesgosos y tener altos costos reputacionales en las etapas tempranas.

La mayor parte de los emprendedores suelen fracasar a los pocos años y enfrentar riesgos financieros enormes. Pocos en la industria del entretenimiento llegan a ser estrellas, y durante buena parte de sus carreras suelen ser ridiculizados y despreciados como seres banales. Y bueno, aunque aquí hablo del lado glorioso de los deportistas de alto rendimiento, el deporte más ampliamente definido como profesión se trata de una carrera difícil, usualmente corta, donde el cuerpo es tremendamente importante y los riesgos físicos son extraordinarios.  

¿Entonces, es esto meritocrático? Por un lado, uno diría que sí es meritocrático. El hecho de que existan espacios dominados por personas provenientes de contextos no privilegiados indica que existen esfuerzos individuales que sí son apreciados por el sistema. Por otro lado, es difícil ver meritocracia en un sistema donde las actividades abiertas para los no privilegiados son altamente riesgosas para sus finanzas, su dignidad, o su salud.

Ahora quisiera que pensaran en el desempeño individual de los deportistas en los Olímpicos. Noten el muy claro ciclo de vida en su desempeño. Todo deportista con la fortuna de vivir una carrera exitosa empieza como un prometedor muchacho en sus primeros Olímpicos, en unos años llega a ser el líder en su disciplina, y luego decae hasta que es opacado por un nuevo muchacho.  

Este es también el caso en el resto de ciclos profesionales. Aunque el pico de desempeño varía por actividad, todo profesional exitoso suele iniciar lejos de aquel pico y, luego de años de experiencia y de llegar a liderar en su especialidad, es eventualmente opacado por una generación con ideas renovadas, códigos renovados, o, simplemente, energía renovada.  

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¿Es esto meritocrático? Diría que sí, puesto que señala un sistema donde la experiencia es de cierta forma premiada. No obstante, eventualmente, esa experiencia siempre es vencida por la novedad de la juventud, lo cual no parece ser un atributo muy meritocrático. Sin embargo, es justamente este atributo el que permite la renovación necesaria para evitar que los ya privilegiados se mantengan en dicha posición por siempre.

Finalmente, piensen en el elemento que suele mantener divertidos los Juegos Olímpicos. Hablo de la suerte. Así exista un ránking bien definido de deportistas en mejores condiciones que otros, todos podemos estar de acuerdo con que la suerte juega un papel importante en el resultado final.

Lo curioso con esto es que, en el resto de contextos profesionales, las personas suelen menospreciar la importancia de la suerte. Quizá porque parece un argumento de mentes esotéricas, no lo sé. De cualquier forma, cualquier persona reflexiva debería reconocer que el mundo tiene un componente probabilístico grande, y la suerte es, básicamente, la fuerza detrás de esto. Así, es difícil pensar en alguien exitoso en cualquier ámbito profesional que no haya gozado de buena fortuna en algún momento crítico de su carrera.

¿Es esto meritocrático? Ciertamente no, nada podría tener menos que ver con los méritos que eventos que son, literalmente, aleatorios. Sin embargo, justamente como la suerte es aleatoria, trata a todos por igual, lo que la hace la fuerza más justa de la naturaleza.

En conclusión, la meritocracia sí es un mito. En ese sentido, como todo mito, la meritocracia no es real. No obstante, eso no quiere decir que no exista. Y no estoy tratando de plantear aquí una extraña paradoja. No hago más que resaltar la esencia misma de todo mito.

Todo mito está inspirado en algún principio real y tiene, como narrativa, una funcionalidad colectiva bastante real. Entonces, decir que la meritocracia no existe es tan poco útil como decir que no existe un dios que penalice a quienes incumplen los 10 mandamientos. Tanto los 10 mandamientos como la idea de que el esfuerzo y el talento debe premiarse son principios que la sociedad valora.

Ningún sistema garantiza su cumplimiento perfecto, en parte porque las acciones del mundo real están llenas de contradicciones y sutilezas donde implementar esos principios es complicado. Reconocer esto es fundamental, no solo para entender de forma más apropiada el verdadero funcionamiento del sistema, sino también para valorar la sociedad que tenemos y evitar la añoranza de utopías ausentes de dilemas morales.

Contacto
LinkedIn: Javier Mejía Cubillos

*El autor es Asociado Postdoctoral en el departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Stanford. Ph.D. en Economía de la Universidad de Los Andes. Ha sido investigador y profesor de la Universidad de Nueva York–Abu Dhabi e investigador visitante de la Universidad de Burdeos.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia.