Ir a la universidad y ser un buen trabajador no es suficiente para insertarse exitosamente en el mercado laboral. Acá juega un papel importante el conocimiento de los códigos disponibles en los círculos sociales.
Uno de los inesperados efectos positivos de la expansión imperial de Europa en el siglo XVIII fue el surgimiento del que yo considero el método más interesante de las ciencias sociales: la etnografía, que busca entender culturas particulares a través de una observación intensiva desde la perspectiva de un miembro de la cultura en cuestión.
A través de inmersiones profundas y prolongadas del investigador en la cotidianidad de aquella cultura, se pueden registrar sistemáticamente los hábitos de sus miembros y los patrones de interacción entre ellos. Con esto, eventualmente, se abren las puertas a la comprensión de las lógicas propias de estas comunidades.
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Por décadas, las etnografías se limitaron a sociedades no occidentales, las cuales eran vistas como extrañas (por no decir exóticas) por los científicos sociales europeos y norteamericanos. Con los años, los etnógrafos occidentales se dieron cuenta de que muchas comunidades dentro de sus mismas sociedades tenían lógicas que merecían ser estudiadas con métodos similares.
Eventualmente, contextos laborales convencionales entraron en esta tradición. Fue así como, hacia 1840, Rexford Hersey estudió los trabajadores del sistema ferroviario de Pensilvania, viviendo un año entero entre ellos. De la misma forma, algunas décadas después, Carol Germain siguió enfermeras y doctores por 12 meses para entender las dinámicas de interacción dentro de una unidad de oncología.
El surgimiento de este tipo de trabajos tiene sentido en la medida en la que reconozcamos que, aunque los ambientes laborales modernos parecen controlados únicamente por incentivos universales y lógicas racionales, en realidad están llenos de rituales idiosincráticos que señalan los roles de cada persona dentro de la organización y condicionan el comportamiento de todos sus miembros.
La forma más sencilla de pensar esto es ver cómo los modales clásicos de contextos jerárquicos tienen representaciones específicas en el mundo laboral. Por ejemplo, es normal que un jefe no responda un correo electrónico de un subordinado, o que lo haga brevemente en un par de líneas, pero no es normal que un subordinado haga algo equivalente con un jefe. Similarmente, en las reuniones presenciales las personas de mayor autoridad suelen sentarse en posiciones más centrales dentro de la sala. Ellos suelen tener prioridad a la hora de hablar, por lo que suelen hablar primero y por más tiempo que otros.
No solo es que el mundo laboral tenga rituales particulares, cada cultura organizacional es un microcosmos que debe ser entendido en sí mismo. ¿Cuál es el origen de los miembros de la organización? ¿Qué tanto compiten o colaboran en sus funciones? ¿Quiénes almuerzan juntos? ¿Qué tipo de interacción tienen fuera de los horarios laborales? ¿De qué se habla en horario laboral? Nada de esto tiene respuestas universales y exige una reflexión sistemática de cada organización desde adentro.
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¿Pero y por qué es esto importante? Porque, aunque parezcan nimiedades, estas son, realmente, expresiones esenciales de las lógicas subyacentes al funcionamiento de la organización y, más ampliamente, del mundo laboral. Detrás de su incomprensión radica buena parte del fracaso y la frustración actual de buena parte de la fuerza laboral.
Contrario a lo que se suele pensar, el éxito dentro de una organización o profesión solo es parcialmente explicado por el desempeño en las tareas puntuales que se realizan. La mayor parte detrás de este éxito viene de saber navegar las lógicas internas de cada una de estas culturas. Y esto tiene implicaciones en cómo luce nuestro mercado laboral. Los muy altos niveles de desempleo entre jóvenes de orígenes poco privilegiados, quienes tiene poca exposición y conocimiento sobre culturas corporativas competitivas, es una expresión de ello.
Ir a la universidad y ser un buen trabajador no es suficiente para insertarse exitosamente en el mercado laboral. Hacerlo requiere una serie de conocimientos informales sobre códigos y modales disponibles en algunos círculos sociales, pero completamente ausentes en la mayoría de la población. Preparar mejor a los jóvenes exige hacerlos reflexionar al respecto tan pronto como sea posible. Hacerlos pensar su mundo como etnógrafos posiblemente sea el tipo de entrenamiento más efectivo que se les puede ofrecer.
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LinkedIn: Javier Mejía Cubillos
*El autor es Asociado Postdoctoral en el departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Stanford. Ph.D. en Economía de la Universidad de Los Andes. Ha sido investigador y profesor de la Universidad de Nueva York–Abu Dhabi e investigador visitante de la Universidad de Burdeos.
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