Podría decirse que 2021 causó un remezón en el panorama político internacional. Al margen de la pandemia, aspectos como la salida de tropas de Afganistán, el cambio de gobierno de EE.UU. y un abrupto salto de China hacia el grupo de las superpotencias globales configuró un nuevo orden global para 2022. Así está el panorama.
El mundo cambió, y no solo por la pandemia. Desde que Donald Trump llegó a la Casa Blanca, el escenario geopolítico se tornó impredecible gracias a su manera tan poco ortodoxa de manejar las relaciones internacionales. Por eso, su salida del poder el pasado 20 de enero, fecha en la que tomó posesión el presidente Joe Biden, marcó un cambio importante en el orden global. No obstante, aquí hay que hacerse una pregunta importante: ¿qué tan duradero puede ser este panorama?
“El daño que hizo Trump es más profundo de lo que la gente cree, porque aún está presente la posibilidad de que regrese. Creo que muchos países y líderes en Europa, y China también, tienen miedo de que vuelva, junto con su proteccionismo y su actitud aislacionista, que iría totalmente en contra de lo que el G20 está tratando de hacer”, dijo a Forbes el profesor de Economía Internacional del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), Charles Kane.
Su afirmación tiene sentido si recordamos las palabras de la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, antes de la toma de posesión de Biden. “Estados Unidos está de vuelta y Europa está lista”, aseguró la mandataria en su momento. Sin embargo, los estados miembros tienen claro que el aliado incondicional de la era Obama se fue para siempre, y el actual presidente va a tener serias dificultades para ganarse el beneplácito del resto.
“Creo que Biden tiene que reinstalar la confianza en todo el mundo de que Estados Unidos está de vuelta en la mesa, pero eso va a ser difícil por el ciclo político que debe enfrentar el país en 2024. Desafortunadamente, estas naciones deben tener en cuenta la posibilidad de que, para entonces, EE.UU. sea muy diferente a lo que es hoy en día”, subrayó Kane.
Por fortuna, Biden ha dado los primeros pasos adecuados al demostrar que va a tener un rol activo en la lucha contra el cambio climático, participar en el debate con los países europeos y ser inclusivo en la toma de decisiones que están llevando a cabo los miembros del G20. Pero él también sabe que no se puede quedar ahí. En sus manos está enmendar las relaciones que Trump rompió por completo.
Un periodo de reconciliaciones
La cumbre del G20 en Roma sirvió para eso, y la primera con la que Biden limó asperezas fue con la misma von der Leyen. Al final de la primera jornada de la reunión, ambos mandatarios suscribieron un pacto para levantar los aranceles al acero y al aluminio que Trump hizo efectivos desde marzo de 2018. A su vez, esto permitió que el bloque comunitario eliminara gravámenes a productos como el whisky y las motocicletas, poniendo en pausa sus litigios en la Organización Mundial del Comercio (OMC).
El asunto no se quedó ahí, sino que posibilitó la creación de acuerdo global sobre acero y aluminio sostenibles, con el propósito de fomentar la producción y el comercio de acero y aluminio con baja intensidad de carbono y restablecer las condiciones orientadas al mercado. Al mismo tiempo, aseguraron que el convenio estará abierto a la adhesión de todos los socios con ideas afines, algo que Kane destacó como “un triunfo enorme a la hora de nivelar el impacto que dejaron los aranceles”.
Por su parte, von der Leyen explicó a Forbes que “el acuerdo global añadirá una nueva y poderosa herramienta en nuestra búsqueda de la sostenibilidad, logrando la neutralidad climática y garantizando la igualdad de condiciones para nuestras industrias del acero y el aluminio”.
“El daño que hizo Trump es más profundo de lo que la gente cree, porque aún está presente la posibilidad de que regrese. creo que muchos países y líderes en Europa, y China también, tienen miedo de que vuelva, junto con su proteccionismo y su actitud aislacionista, que iría totalmente en contra de lo que el G20 está tratando de hacer”
charles kane, profesor de Economía Internacional del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT)
“La eliminación de otra fuente de tensión en la asociación comercial transatlántica ayudará a las industrias de ambas partes. Se trata de un hito importante para nuestra agenda renovada y orientada al futuro con los Estados Unidos”, apuntó.
Con este movimiento, Biden dio muestras de que la actitud de la administración actual tiene una mirada mucho más global e inclusiva, apuntando a que Estados Unidos trabaje en equipo con otras naciones para hacer frente al cambio climático, por ejemplo. Aquí es donde entra en escena China.
Durante la COP26 celebrada en Glasgow, Biden y el presidente chino, Xi Jinping, acordaron unir esfuerzos para frenar la crisis climática. Entre sus estrategias, ambas naciones contemplan compartir tecnología que les permita contrarrestar la crisis, aspecto que en su momento se vio como una señal de esperanza para alcanzar un documento contundente al final del encuentro.
Sobra recordar que esto no pasó, y en parte sucedió por un movimiento de China en el último minuto, pero eso es tema de otro artículo que encontrará más adelante en esta misma edición.
China, ¿el nuevo enemigo del mundo?
“China es un caso complicado, porque siempre es difícil predecir qué dirección van a tomar”, comentó Kane, y razón no le faltó. Después de la ‘jugadita’ de la COP26, unido al hecho de que fue de las pocas naciones en no firmar el acuerdo para frenar la venta de combustibles a gasolina para 2035, el mundo observa hacia la nación más poblada del mundo con algo de recelo, pero también por su reciente evolución.
“Las capacidades y habilidades acumuladas por China a lo largo de las últimas décadas indudablemente la convierten en una superpotencia. Es quizá un caso atípico que no se aviene a los patrones que hemos observado en escenarios anteriores, pero no por ello deja de ser merecedor de esta consideración”, reveló a Forbes el becario Serra Húnter en Relaciones Internacionales y experto en Asia Oriental de la Universidad Pompeu Fabra (UPF), Pablo Pareja.
En cuanto a la importancia de China para 2022 y los siguientes años por venir, la mayoría de analistas coincide en señalar su creciente peso en la gestión y gobernanza de los desafíos globales, incluyendo la emergencia climática.
“En los últimos años hemos visto cómo China pasaba de ser un participante escéptico en algunas negociaciones sobre el cambio climático a un líder con dudas. Creo que es pronto para afirmar que su nivel de compromiso e implicación bajarán a corto plazo”, subrayó Pareja.
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A pesar de todo, China aún depende en gran medida de sus ganancias económicas por la demanda que proviene del mercado estadounidense, que dedica a los productos chinos la mayor parte de su consumo. Desde una perspectiva de negocios, los dos están estrechamente ligados, lo que puede prevenir cualquier clase de conflicto por fuera del terreno económico.
Según cifras del Observatorio de Complejidad Económica (OEC), el principal destino de las exportaciones chinas es Estados Unidos. Con corte a agosto de 2021, el país asiático le había enviado US$94.900 millones en productos a EE.UU.
Es justo allí donde radica su éxito, pues se están convirtiendo en una potencia económica que no se vislumbraba hace 20 años. El problema es que, al ser consciente de esa influencia que está ganando, su gobierno sabe que debe venir acompañada de una responsabilidad que, hasta ahora, están mostrando en términos de fuerza militar para preservar su poder.
“Los europeos y los estadounidenses se dan cuenta ahora que el equilibrio de poder se ha desplazado en su dirección, y los rusos también. En el futuro, creo que tienen que lidiar con eso. Eso ha definido la forma en que EE.UU. y Rusia han tratado con ellos: esperando que cualquier tipo de poder militar que están construyendo sea para una disuasión y no para una opresión, pero China es ahora el ‘wild card’ del mundo”, concluyó Kane.

El fracaso de Afganistán
La profundización de esa pérdida de poder de la Unión Europea y Estados Unidos vino precisamente de su nefasta salida de Oriente Medio. Tras la retirada de sus respectivos ejércitos, así como de la misión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otán), el país fue nuevamente controlado por los talibanes tan solo un mes después de su partida.
“Una vez más, EE.UU. ha aprendido una lección muy valiosa que debería haber sido entendida en Vietnam: no podemos ser el policía para el mundo. Es lamentable que esta guerra se prolongara durante 20 años, pero nunca iba a terminar de una buena manera. Cometimos muchos errores probablemente, pero al menos estamos fuera. Más tiempo allí habría significado más muertes y no habría sido una solución tan buena como la que tenemos ahora”, sentenció Kane.
Asimismo, el secretario general de la Otán, Jens Stoltenberg, no ha ocultado su sorpresa ante los fallos presentados en Afganistán, asegurando que “nadie anticipó un colapso tan rápido del liderazgo político y militar afgano”.
“Esta es una tragedia para el pueblo afgano y un asunto desgarrador para todos los que lo hemos apoyado durante dos décadas. La comunidad internacional está mirando y responsabilizará a los talibanes por sus compromisos”, dijo durante unas declaraciones a la prensa a las que Forbes tuvo acceso.
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Stoltenberg también fue tajante al afirmar que es demasiado pronto para sacar conclusiones, pero dejó clara una cosa: la crisis en Afganistán no cambia la necesidad de que América del Norte y Europa se unan en un mundo más peligroso y competitivo.
“Las acciones agresivas de Rusia, la continua amenaza del terrorismo, China mostrando sus músculos económicos y militares, ciberataques sofisticados, la proliferación de armas nucleares y el impacto del cambio climático en la seguridad: estos son desafíos que ningún país y ningún continente pueden enfrentar solos”, añadió.
La última frase de Stoltenberg lo dice claro: 2022 ya tiene las cartas sobre la mesa y ninguna nación está totalmente segura de su estrategia para contrarrestar los desafíos que el mundo entero va a enfrentar. Lo que viene ahora es un juego de alianzas donde cada participante deberá observar cuidadosamente el panorama, considerando todas las variables que puedan llegar después.
¿Quién tiene el poder? Al parecer, ni los mismos líderes mundiales lo saben.