De acuerdo con los hallazgos de la iniciativa “No Es Hora De Callar” y el Observatorio de la Democracia de la Universidad de Los Andes, 6 de cada 10 mujeres periodistas han sufrido acoso y 8 de cada 10 deciden autocensurarse o abandonar su profesión por miedo.

Por: Diana Giraldo*

Hace décadas, cuando los canales de televisión escogieron a mujeres hermosas para presentar los noticieros, se creó el estigma de que el periodismo hecho por mujeres era sinónimo de superficialidad. Tal estigma jamás ha recaído sobre los hombres que deciden ser reporteros, sobre quienes existe la idea de críticos, audaces y hasta irreverentes.

Pero la realidad del oficio desde la perspectiva de género es aún peor que la percepción.

El periodismo bien hecho, que se ocupa de denunciar la corrupción, servir a los ciudadanos y decir verdades incómodas, genera amenazas, agresiones y presiones frente a las cuales los periodistas, principalmente de los medios más pequeños, regionales o independientes, están desamparados. Según las cifras de la Fundación para la Libertad de Prensa, en Colombia la impunidad en amenazas a periodistas llega al 98 % y en casos de homicidio alcanza el 78,8 %. La Comisión Interamericana y la Relatoría Especial para la Libertad de Expresión han reconocido que el riesgo de las mujeres periodistas es mayor, pues a los riesgos inherentes al oficio se suma el de la violencia y el acoso sexual.

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De acuerdo con los hallazgos de la iniciativa “No Es Hora De Callar” y el Observatorio de la Democracia de la Universidad de Los Andes, 6 de cada 10 mujeres periodistas han sufrido acoso y 8 de cada 10 deciden autocensurarse o abandonar su profesión por miedo. A su vez, las fuentes dan un trato peor a las periodistas y privilegian la entrega de información a reporteros hombres, pues los consideran más ‘capaces’. Un estudio del diario The Guardian encontró que los artículos escritos por las mujeres atraían más comentarios abusivos de los lectores que los escritos por hombres, independientemente de su contenido. Pero nada de esto parece importarnos.

El caso más aberrante que ha puesto sobre la mesa la realidad de la violencia contra las mujeres periodistas fue el ocurrido con Jineth Bedoya. En 1999, entonces reportera de El Espectador, sufrió un atentado por sus constantes informes sobre la violencia paramilitar. Bedoya denunció los hechos ante la Policía y el DAS, pero jamás investigaron. Aunque siguió siendo objeto de amenazas, no recibió esquema de seguridad. En el 2000, recibió una llamada en la que le informaban que el paramilitar alias ‘El Panadero’, preso en La Modelo, quería entrevistarse con ella. Acudió a la cita, pero era una trampa. Al llegar fue secuestrada. Durante 10 horas fue golpeada y abusada por varios hombres. Después fue abandonada en la vía.

Una vez más denunció. En 12 ocasiones, y ante distintas autoridades, relató una y otra vez lo sucedido. No pasó nada. Una década después, dos de sus agresores aceptaron su participación en el hecho. Fueron condenados a 30 y 40 años. Hasta hoy se desconoce quiénes los enviaron.

El pasado 26 de agosto, la Corte Interamericana de Derechos Humanos condenó a Colombia por la reiterada vulneración de los derechos de Jineth. Además le exigió al país que adopte un enfoque de género al momento de tomar medidas para garantizar la seguridad de mujeres periodistas. En el fallo, el tribunal recordó que la ineficacia judicial propicia la impunidad, promueve la repetición de la violencia y envía el mensaje de que el abuso contra las mujeres puede ser tolerado. Por esta razón le exige a nuestra Nación implementar programas de capacitación a funcionarios para que puedan identificar las violencias basadas en el género y actúen frente a los responsables.

Para muchos, hablar de violencia de género es cuestión de feministas histéricas. Lejos de esto, es hablar de realidades. El primer paso para poder enfrentar esta realidad es reconocer estas violencias que se siguen dando de forma silenciosa en diversos ámbitos, como ocurre hoy en el periodismo.

*La autora es directora del diario Vanguardia y miembro del grupo Women In Connection.

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