La opinión pública de Latinoamérica, para quien la guerra ruso-ucraniana no fue más que una tendencia de redes sociales durante unos pocos días, sigue anhelando el arribo de gobiernos que mágicamente traigan la prosperidad.
Las utopías siempre han existido. Desde la antigüedad, la naturaleza soñadora del ser humano nos ha hecho propensos a creer en ellas, propensos a creer que es posible un mundo en el que el dolor y la insatisfacción de todos los seres es evitable. Ciertas épocas, sin embargo, son más proclives a la ingenua esperanza de que las utopías son posibles. Por ejemplo, el comienzo del siglo XIX en Europa fue un periodo famoso por ello. El romanticismo de aquellos días ofreció un terreno fértil para el surgimiento de activistas que pensaban transformar el capitalismo industrial en un amistoso socialismo a partir de la espontanea voluntad de las personas. Estos, que Marx burlonamente llamaba socialistas utópicos, no tuvieron mayor éxito y sus ilusiones fueron aplastadas por la violencia y el caos de la segunda mitad del siglo.
Los últimos 10 años han visto un similar florecimiento de las utopías. Utopías pacifistas, ambientalistas, y socialistas han sido quizá las más populares. Probablemente la atípica estabilidad política en la que crecieron los jóvenes del mundo occidental ha fomentado la idea de que la armonía social es la norma y que los remanentes de dolor en el mundo son resultado de la falta de voluntad de los gobiernos. Pero para desgracia de esta generación de soñadores, pienso que, tal como con los ideales de los socialistas utópicos del siglo XIX, las actuales utopías enfrentarán la violencia de la realidad, y este año parece ser la primera señal de ello.
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Para empezar, la posibilidad de conflictos armados de gran escala ha resurgido. La invasión de Rusia a Ucrania ha hecho evidente que la guerra entre países es factible y que un pacifismo unilateral es completamente ingenuo. Si el país de uno resulta estar en medio de ciertos intereses geopolíticos, ser atacado militarmente es completamente posible.
La comunidad internacional parece tener una capacidad bastante limitada para intervenir en estas circunstancias y defenderse militarmente es, con frecuencia, la única alternativa disponible. Así, en contra del ideal de las utopías pacifistas, la mayoría de los países de Europa Occidental han decidido aumentar su gasto militar como precaución ante posibles amenazas de esta naturaleza.
Por otro lado, las presiones sobre los mercados de gas y petróleo que la guerra ruso-ucraniana ha traído hicieron evidente que transitar a un mundo de energías limpias no es una mera cuestión de voluntad política. Las sociedades modernas requieren niveles de consumo de energía que aún no es posible suplir completamente por medio de energías alternativas. La seguridad energética de países como Alemania ha resultado en riesgo por sus años de desinversión en energías convencionales. Ahora, en contra del ideal de las utopías ambientalistas, el gobierno alemán muestra una clara disposición por fomentar la producción de energía nuclear y la importación de gas de países con gobiernos totalitarios o prácticas ambientales reprochables.
Finalmente, los brotes inflacionarios de los últimos meses han hecho claro en prácticamente todo el mundo que las políticas monetarias expansivas no son sostenibles indefinidamente. Con esto, se ha recobrado algo de cordura y se ha hecho evidente que ciertos problemas sociales, como la pobreza y la desigualdad, no se pueden solucionar a través de la impresión de dinero.
Buena parte de los bancos centrales del mundo, incluyendo la Reserva Federal de EE. UU., han comenzado a aumentar sus tasas de interés, en contra del ideal de las utopías socialistas. Estas tres dosis de realismo han bastado para traer algo de sensatez al “establecimiento” en los centros globales de poder. No obstante, aquellas utopías siguen tan vivas en la opinión pública hoy más que nunca. Particularmente, la opinión pública de Latinoamérica, para quien la guerra ruso-ucraniana no fue más que una tendencia de redes sociales durante unos pocos días, sigue anhelando el arribo de gobiernos que mágicamente traigan la prosperidad económica y la armonía social siendo amigables con el medio ambiente. Seguramente harán falta choques más cercanos y dolorosos al continente para evidenciar la inviabilidad de muchas de esas expectativas.
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LinkedIn: Javier Mejía Cubillos*
*El autor es Asociado Postdoctoral en el departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Stanford. Ph.D. en Economía de la Universidad de Los Andes. Ha sido investigador y profesor de la Universidad de Nueva York–Abu Dhabi e investigador visitante de la Universidad de Burdeos.
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