El autor del libro 'Hábitos Poderosos' entrega pautas para hackear la mente para que las personas sean más productivas y felices.

Justin Kan no era el típico joven americano a sus veinte años. Nació el 16 de julio de 1983 en Seattle, en un hogar de padres inmigrantes chinos, y estudió Física y Filosofía en la Universidad de Yale. Desde una temprana edad se interesó por el mundo del emprendimiento, la programación y la tecnología. Mientras sus compañeros pensaban en fiestas y banalidades, Justin se enfocaba en cómo aprovechar el boom del internet y la rápida evolución del mundo del software. Su espíritu inquieto y emprendedor se le suele atribuir a su madre, que a diario le daba tareas para cumplir junto con sus dos hermanos, lo que le inculcó el arte del trabajo duro y el liderazgo. No es coincidencia que Daniel y Damien, sus dos hermanos, también se hayan vuelto emprendedores de tecnología. Justin Kan es lo que en el mundo de hoy se conoce como un emprendedor serial: alguien que ha fundado y ha hecho crecer varias empresas, el arquetipo del joven exitoso y millonario de Silicon Valley. Tiene un canal de YouTube bastante famoso, en donde habla en detalle sobre su vida, su espiritualidad y sus experiencias como emprendedor.

En el 2003, Justin y su amigo Emmett Shear fundaron su primera compañía, Kiko, uno de los primeros calendarios en línea, y en 2006, tras verse amenazados por el surgimiento de Google

Calendar, vendieron la compañía en Ebay por $258.100 dólares. Con tan solo veinte años, y unos cuantos miles de dólares en su cuenta —algo que sus compañeros de universidad todavía no habían logrado—, decidió aventurarse y apostarle a algo que se saliera totalmente de la caja, ya que esta primera experiencia lo había dejado hambriento de más Silicon Valley.

En esa época, los realities de televisión estaban tomando mucha fuerza, y cada vez más celebridades participaban en esta extraña forma de transmitir la vida de las personas. Justin, al ver esta tendencia, tuvo la brillante —y loca— idea de transmitir su vida veinticuatro horas al día, siete días a la semana, pero ya no por televisión sino por internet. Inspirado en la película The Truman Show, y junto a sus amigos Michael Seibel, Kyle Vogt y Emmett, su socio anterior, lanzaron en el 2007 Justin.tv, la primera startup de internet en hacer “life casting”: la transmisión en vivo de la vida de una persona sin ediciones ni cortes, para que todo fuera tan crudo y real como fuese posible.

La compañía no tardó en capturar la atención de los medios y del público, pues ver a alguien caminar por la calle con una cámara pegada en su gorra, grabando cada minuto de su día, no era nada común en el 2007; de hecho, era un concepto novedoso y futurista. Sin embargo, el furor no duró mucho porque ver a Justin vivir su día a día dejó de ser interesante una vez pasó la novedad, y se volvió un tanto monótono para el público.

Por esta razón, decidieron abrir la plataforma para que cualquier persona en el mundo pudiera hacer transmisiones en vivo, a su antojo, gratis. Poco después, cuando ya contaban con un buen volumen de visitas, comenzaron a cobrarles a algunos usuarios para acceder al contenido. Esto hizo que, para principios de 2010, dejaran de ser una startup pequeña y sin modelo de negocio y pasaran a tener unas ventas anuales de $10 millones de dólares y veinticinco empleados. Las cosas marchaban bien.

Sin embargo, el desarrollo acelerado de YouTube y la aparición de plataformas similares hicieron que el crecimiento de su startup de repente comenzara a frenarse. El tráfico a su plataforma empezó a decrecer seriamente a mediados de ese mismo año y, en palabras de Justin, “si algo no está creciendo en internet es una señal muy grave, porque el internet está creciendo”21. Así pues, Justin y su equipo entendieron que tenían que tomar una decisión muy pronto; se encerraron en su oficina varios días y pensaron en todas las ideas locas que podían abordar para darle un giro de 180 grados a la compañía. Emmett propuso construir un servicio de streaming de videojuegos para gamers, ya que el 3% de sus usuarios estaban viendo este tipo de contenido en su plataforma, y este porcentaje estaba aumentando con rapidez. Michael creía que la navegación de internet en teléfonos móviles y el mundo de las aplicaciones estaban tomando mucha fuerza, por lo que debían enfocarse en hacer una plataforma de video para celulares. Instagram ya existía en esa época, pero solo permitía ver fotos, y lo que Michael proponía era centrarse en videos (¡qué curioso pensar que esa idea, seis años más tarde, sería algo llamado TikTok! Aunque, desafortunadamente, no fueron ellos quienes lo crearon). Pasaron horas y horas tratando de llegar a un consenso entre los cuatro fundadores, pues no les gustaba la idea de renunciar a $10 millones de dólares al año en ingresos. Por lo tanto, hicieron todo lo contrario a lo que recomiendan los libros de emprendimiento: decidieron dedicarse a las dos ideas de negocio nuevas, además de seguir impulsando Justin.tv; dividieron a su equipo en tres, aunque, con el tiempo, entendieron que trabajar en todas en simultánea les estaba quitando foco y solo les generaba distracciones.

Cuando construyeron el servicio de streaming de videojuegos, optaron por hablar con sus usuarios para asegurarse de satisfacer sus necesidades y descubrieron dos cosas: los streamers (es decir, los gamers que transmitían sus juegos) querían ganar dinero, pues, al final del día, estaban trabajando y querían tener una base de fans más grande. Justin y sus socios dedicaron un equipo entero (el Network Development Team) a trabajar muy de cerca con estos gamers para ayudarlos a ser más famosos y rentables.

Se dieron cuenta de que la plataforma de gamers estaba funcionando mucho mejor que la de video para celulares, así que decidieron meterle más fuerza a este creciente proyecto. Le pusieron Twitch, por el movimiento y la reacción rápida de los músculos que se requieren para ser un profesional de videojuegos. Pero vale la pena resaltar que la plataforma de videos, Socialcam, continuó operando con solo uno de los socios al frente, y lograron hacerla crecer y venderla por $60 millones de dólares en 2012. En este punto ya se habían vuelto millonarios.

Para 2014, Twitch se había convertido en la insignia del mundo de los videojuegos y el streaming, creciendo a pasos exponenciales y capturando la atención de Amazon, quien decidió comprarla por

$970 millones de dólares. Justin y sus tres amigos habían transformado la simple idea de grabar su vida en una plataforma multimillonaria que, a la fecha de escritura de este capítulo, está valorada en más de $15.000.000.000 dólares y tiene millones de usuarios.

Justin por fin logró lo que siempre había soñado y creía inalcanzable: construir una empresa de miles de millones de dólares y tener un éxito material inimaginable. Con treinta y un años, y recibiendo una suma astronómica de dinero, hizo lo que cualquier joven haría: se fue de fiesta. Asistió a Burning Man, el reconocido festival en el cual, por una semana, se forma una comunidad expe- rimental en el desierto Black Rock en Nevada (Estados Unidos), al que asisten grandes personalidades para hacer y ver arte, oír música y compartir. Para algunos es el lugar perfecto para abusar del alco- hol y los psicotrópicos y desprenderse de la sociedad. Después de esto, viajó a Italia a la boda de Kyle, quien alquiló un castillo en

Italia. ¡Los cuatro estaban viviendo una vida de multimillonarios! En su canal de YouTube, Justin cuenta cómo en ese viaje a Italia, con más dinero en la cuenta de lo que él creía humanamente posi- ble, fueron a un outlet de Prada y compraron todo lo que quisieron; después volvió a San Francisco y compró una casa.

Las condiciones de la venta a Amazon estipulaban que, aun- que tenía que participar en la Junta Directiva de Twitch, Justin no tendría que trabajar más ahí. Había culminado el ciclo exitoso de una startup de Silicon Valley; había cumplido su meta y se había vuelto objeto de admiración de las demás personas, pues muchos emprendedores querían imitarlo. Sin embargo, Justin no era feliz. Comenzó a abusar del alcohol y las fiestas para intentar cubrir sus primeras señales de depresión profunda, que lo perseguirían por varios años. Un sentimiento de insuficiencia y resentimiento lo abrumaba con frecuencia. Empezó a ver cómo su círculo social lograba cosas aún más grandes que las que él había logrado (ven- dían sus compañías por más dinero, levantaban más inversión o se volvían más famosos) y muy pronto su éxito dejó de parecerle suficiente, pasó a ser insignificante.

Aunque Justin tenía todo lo que quería, sentía que algo le faltaba. Su ego estaba hambriento y quería más. Por eso decidió fundar Atrium, una compañía de servicios legales automatizados, pero lo motivaban las razones equivocadas: el dinero y la fama. Debido a sus logros anteriores logró levantar $75 millones de dólares, pero la ambición de querer cada vez más lo hizo tomar decisiones equivocadas que, eventualmente, llevaron al cierre de la empresa. La tristeza y la ansiedad lo condujeron a ingerir cada vez más alcohol, hasta que llegó al punto de tomar todos los días de la semana y sentirse pésimo cada uno de ellos. Su vida estaba entrando en una espiral negativa; había intentado hacer detox o ir a Alcohólicos Anónimos, pero nada le había funcionado. Necesitaba un cambio urgente o iba a terminar muy mal.

La razón por la cual el dinero no compra la felicidad

¿Cómo puede alguien con una fortuna por encima de los $150 millones de dólares, que ha logrado todo lo que se ha propues- to profesionalmente, ser infeliz? ¿Acaso no es eso lo que todos queremos obtener? ¿Alcanzar metas y cumplir nuestros sueños? Fantaseamos con tener más, con conseguir ese ascenso que tan- to queremos, comprar la casa o el apartamento que deseamos, y se supone que trabajamos duro para lograrlo. Creemos que no seremos felices hasta que no tengamos esas cosas. Sin embargo, historias como las de Justin Kan nos muestran que lograr todo lo que queremos y tener cantidades abismales de dinero no nos van a dar más felicidad. Puede que nos den más estabilidad y una in- yección de dopamina y emoción instantánea, pero no nos pueden dar felicidad duradera.

Es contraintuitivo pensar que conseguir nuestras metas y los sueños que más nos apasionan puede volvernos más infelices de lo que estábamos antes. Esto se conoce como la “caminadora hedónica” o la adaptación hedónica, un término que describe la tendencia de los seres humanos a retornar rápidamente a un nivel base de felicidad: sin importar qué tanto más consigamos en términos de dinero y poder, siempre volvemos a este nivel. De acuerdo con esta teoría, a medida que una persona logra más metas, consigue más cosas materiales y acumula más dinero, sus expectativas incrementan de manera proporcional, lo cual hace que no experimentemos ningún aumento en nuestra felicidad a largo plazo. Es frecuente que corramos hacia deseos que creemos que nos van a dar felicidad, pero en realidad no avanzamos: solo estamos corriendo en el mismo lugar, como en una caminadora eléctrica, por años, sin ver un cambio emocional duradero.

Esto es lo que les pasa a personas como Justin, que aun después de exceder sus expectativas más locas, resetean su nivel de felicidad

a un nuevo estándar, lo que hace que, al final, no se sientan más felices. Una compañía de mil millones de dólares no fue suficien- te; ser reconocido por todo el ecosistema de emprendimiento de Silicon Valley, tampoco. Entre más lo reconocían, más se dedicaba él a mirar al de al lado, que por lo general tenía el pasto más verde, según él. Siempre había alguien con una empresa más grande, con más dinero en la cuenta o más famoso. El ambiente al que ahora pertenecía había cambiado su estándar de felicidad y, por lo tanto, cada vez se sentía más vacío. Y como sentía tenía que llenar ese vacío, empezó a abusar de sustancias que le subieran el nivel de dopamina y las endorfinas.

De hecho, así inician varias adicciones: nacen para tapar los huecos de los vacíos emocionales que experimentamos a conse- cuencia de esa comparación constante a la que estamos sujetos. Para algunas personas la vía de escape es la comida, para otras la pornografía, y para algunas más los videojuegos; hoy en día existen muchas más adicciones de las que había hace cincuenta años.

Llevamos mucho tiempo pensando que la felicidad es un pote lleno de oro que se ubica al final de un arcoíris —que en esta comparación serían nuestras metas profesionales y logros moneta- rios—, pero esto no podría estar más alejado de la realidad. Entre más tratemos de encontrar la felicidad, más infelices vamos a ser, porque el pote de oro tiende a seguirse moviendo hacia adelante, para que nunca podamos alcanzarlo. Le estamos poniendo dema- siada expectativa a este pote, esperando que sea la solución a todos nuestros problemas, cuando en realidad la respuesta está más cerca de lo que creemos, y no se ubica al final del arcoíris.

Si la felicidad no está en donde creíamos,

¿dónde rayos se encuentra?

¿Me creerían si les digo que la felicidad está en el propósito y la disciplina? Una de las razones por las cuales Justin Kan no

encontró la felicidad en todos sus éxitos fue porque en cierto punto paró de trabajar. Cuando vendió su compañía y se en- contró con miles de millones de dólares en su cuenta bancaria,

¿qué otra aspiración le quedaba? Perdió el propósito de su vida porque amarró el concepto de felicidad a una pasión. Al perder- lo, experimentó niveles más altos de estrés y ansiedad y, poco a poco, se sumió en una espiral negativa de pensamiento que lo llevó a sentirse deprimido. No importa qué tanto más tuviera o comprara, su mente seguía hundiéndose en pensamientos ne- gativos que lo dejaban cada vez más insatisfecho. Y es por esto que estoy convencido de que perseguir pasiones es un camino erróneo a la felicidad, que nos puede llevar a terminar como él: solos, infelices y hundidos en alguna adicción. De esto hablaré un poco más en el siguiente apartado.

Después de años de lucha y búsqueda, Justin Kan logró salir de esa oscuridad encontrando su propósito de vida y volviéndo- se una persona disciplinada; esto lo logró a través de un set de hábitos que describiré más adelante, con el cual me identifico por completo, porque a mí también me sacó de un profundo estado de infelicidad. Este set lo reta a uno en varios aspectos de la vida y requiere de un esfuerzo consciente para que se pueda implementar con éxito. No es un camino fácil, pero justo esa característica de dificultad hace que sea perfecto para alcanzar niveles de felicidad nunca imaginados. Es paradójico pensar que someterse a obstáculos y retos pequeños resulta en mayores niveles de felicidad, sobre todo si lo que estamos tratando de hacer es construir una estabilidad económica y social para po- der acostarnos en una hamaca a descansar. Pero resulta que ese descanso que nos imaginamos en la playa no es lo que nos lleva a ser felices, después de todo. Justin encontró esa felicidad en una decisión difícil para él —dejar el alcohol— y al comenzar a concentrarse en sí mismo, al 100%, poniéndose retos que le generaran un propósito más allá del hedonismo.

No persigas tu pasión, sino tu propósito

Hemos estado persiguiendo el premio equivocado. Desde que éramos pequeños venimos oyendo frases como “haz lo que te apasione” o “busca tu pasión”. Hay miles de videos en YouTube y libros que están llenos de consejos que se parecen mucho a este: “Haz lo que amas y no tendrás que trabajar ni un solo día de tu vida”. Creemos que tenemos que estar haciendo algo todos los días que nos encienda un fuego interior intenso y nos mantenga motivados. Uno ve eso y de inmediato se confunde. ¿Por qué no estoy haciendo lo que amo? ¿Qué amo? ¿Cómo hago para encon- trarlo? ¿Cuál es mi verdadera pasión? Si a esto le sumamos que nos hemos convencido de que si hacemos lo que amamos vamos a conseguir dinero y alcanzar un estado de satisfacción con la vida, el resultado es una trampa muy peligrosa, que nos mantiene co- rriendo en la caminadora hedónica. Corremos y corremos detrás de lo que amamos para eventualmente estar cómodos. Pero ¿qué pasa cuando ya no amamos lo que hacemos? ¿Qué pasa cuando el fuego y la pasión se extinguen?

Si buscan la definición de pasión en Google, encontrarán lo siguiente: “Sentimiento vehemente, capaz de dominar la volun- tad y perturbar la razón, como el amor, el odio, los celos o la ira intensos”. El amor, el odio, los celos y la ira son todas emociones, y, por ende, son cambiantes. Todos lo hemos experimentado. Esto quiere decir que una pasión, por definición, es algo transitorio y maleable, no es sostenible en el tiempo. Como la pasión de una relación amorosa, que inevitablemente se apaga después de un tiempo, la pasión por nuestros trabajos y proyectos de vida tam- bién se apaga. No existe tal cosa como una sola verdadera pasión laboral en la vida. Es probable que haya muchas y dependen de la etapa de la vida en la que estemos. Por consiguiente, el consejo de “busca tu pasión y trabaja en ella todos los días” puede llevarnos a un callejón ciego. En el momento en el que el fuego de la pasión

ya no sea tan intenso, vamos a sentirnos insatisfechos, fracasados, estancados. Y no solo eso: para algunos resulta muy frustrante no saber cuál es su pasión y qué aman hacer. Piensan, indagan, exploran, pero nada parece encenderles ese fuego intenso del que todos hablan, y esto es causa de depresión y decepción en muchos casos. La búsqueda de esa pasión, en vez de generar más felicidad, termina provocando más sufrimiento.

A lo largo de mis investigaciones, y en mi experiencia perso- nal, he encontrado algo más sostenible, que trae más felicidad y satisfacción a nuestras vidas que las pasiones: tener un propósito. Si tenemos un propósito, una razón clara detrás de por qué ha- cemos lo que hacemos, le damos significado a lo que sea que nos traiga la vida. Cuando encontramos esta razón de ser, desarrolla- mos más resiliencia para afrontar problemas y situaciones, porque tenemos una meta más grande que va más allá de lo que estamos haciendo. Al encontrar un propósito no juzgamos la cantidad de dinero que tenemos, no nos comparamos con los demás y, mejor aún, no llegamos a los estados de burnout22 que hoy en día están abrumando a la humanidad porque tenemos un compromiso en nuestra mente que no se agota con el tiempo. Cuando tenemos un propósito claro, dejamos de correr en la caminadora hedónica persiguiendo espejismos de lo que creemos que nos llenará y co- menzamos a recorrer un camino real, sintiendo que cada paso que damos contribuye a ese propósito.

Mi manera de ver la vida cambió radicalmente al buscar un propósito en mi ámbito laboral, en vez de intentar entender qué me apasiona. Descubrí que, aunque mi pasión es el mundo de las startups, el capital de riesgo y la tecnología, detrás de todo había un propósito más grande: inspirar a las personas y ayudarlas a sobre-

22 Fenómeno moderno de arruinar la salud o quedar completamente ex- hausto por trabajar en exceso. En español coloquial muchas veces se le conoce como “estar quemado”.

ponerse a sus propias limitaciones. Ese despertar ocurrió después de un conversatorio de emprendimiento en el cual participé hace varios años. Al bajar del escenario, una señora se me acercó y me dijo: “Vengo a agradecerte personalmente porque hace un año mi hermana se quería suicidar. Decidí regalarle la suscripción a Fitpal para ver si se animaba a hacer actividad física y fue como magia para ella. Superó su depresión, adelgazó, conoció a su novio actual y ahora está más feliz que nunca”. Fue la primera vez que me di cuenta de que yo no estaba construyendo una empresa para mí, sino que cada acción que yo hacía cada día de mi vida, cada decisión que tomaba sobre el funcionamiento de la aplicación, podía tener un impacto mucho más grande que lo que podía soñar, que tenía el poder de cambiar vidas. Por eso mismo escribo libros. No porque publicar libros me haga millonario, sino porque es una manera muy efectiva de trasmitir mi propósito.

No siempre vamos a poder hacer lo que amamos. La vida nos pone en diferentes lugares y situaciones que no podemos controlar. Por lo tanto, lo más importante de todo es entrar en un estado mental en el cual uno ame lo que sea que esté haciendo. ¿Ven la diferencia? La clave no es hacer lo que amamos, es amar lo que hacemos. A eso se le llama propósito. El propósito nos hace seguir adelante, aun cuando creemos que no tenemos más fuerzas. El pro- pósito es lo que hace que los matrimonios perduren años después de que se haya perdido la pasión inicial del amor. Funciona igual para todo lo que hagamos. Y por eso personas como Justin Kan encuentran un gran mar de insatisfacción al final del arcoíris: él no tenía un propósito determinado; estaba persiguiendo una pasión y, cuando esta llegó a su feliz conclusión, él se quedó sin sustento y base. Por eso estoy convencido de que hay que enamorarse del proceso sin importar cuál sea; tratar de encontrarle un significado a las cosas más allá del dinero, la fama, el poder y todo lo efíme- ro y pasajero. Aquí es donde empieza el verdadero secreto de la felicidad, cuando es un propósito el que nos saca de la cama. El siguiente escalón es la disciplina, que nos enseña a mantenernos en la ruta del propósito día a día.

La disciplina es la madre de todas las virtudes

La gente siempre está buscando atajos: cómo llegar adonde quieren de la forma más rápida y menos dolorosa posible. El conocido hack. Pero los atajos no nos llevan adonde necesitamos. Para alcanzar lo que queremos y sobreponernos a los obstáculos de la vida es impo- sible tomar rutas cortas y fáciles. En todos los eneros, las suscripcio- nes a gimnasios crecen por lo menos 300% más que en cualquier otro mes del año. Hablemos de nuevo de los conocidos propósitos de Año Nuevo, que hacen que las personas se fijen nuevas metas y cosas que quieren lograr para el año que empieza con cada una de las doce uvas que se comen en su celebración. Es un ritual muy bonito e inspirador, aunque también es la mayor muestra de falta de compromiso de la humanidad. Para marzo, el 50% de las personas se olvida por completo de su propósito de hacer más ejercicio. Lo sé porque en Fitpal teníamos esos datos. Para mayo, el 90% ha dejado su propósito de hacer ejercicio de lado, lo ha olvidado por completo, y ha regresado a sus viejos hábitos. Lo mismo sucede con casi todos los propósitos que se fijan en Año Nuevo. ¿Qué pasa ahí? Si es algo que queremos tanto, ¿por qué lo dejamos a medio camino?

Un propósito sin disciplina es tan solo un ideal de algo que queremos. En términos de emprendimiento, el propósito es tan solo la idea de negocio; la disciplina es la ejecución, que es lo que realmente importa. Cualquiera tiene ideas de negocio, así como cualquiera puede fijarse un propósito, pero solo algunos logran encontrar la disciplina para poner estos ideales a prueba. La disci- plina es la raíz de todas las buenas cualidades que podemos tener; es el motor de la ejecución diaria y el principio que puede superar la pereza y las excusas como “hoy no, mejor mañana, necesito descansar”. ¿Y de dónde viene la disciplina? La respuesta es simple.

No la vamos a encontrar en libros, coaching, gurús o programas de televisión. Es una fuerza interna que debemos aprender a desatar, una decisión que tenemos que aprender a tomar, y justamente mi propósito con este libro es ayudarlos a conseguirlo.

La disciplina ocurre cuando el libre albedrío, consciente y objetivo, gobierna nuestras emociones, nuestra mente y nuestro cuerpo. Cuando dejamos que las emociones nos manejen, sucum- bimos muy rápido a romper aquella dieta que iniciamos porque nos sentimos tristes y queremos una hamburguesa para levantarnos el ánimo, o a no madrugar a hacer ejercicio como habíamos prometido porque está haciendo frío. La disciplina implica estar en control de nosotros mismos y direccionar la mente y las emociones hacia donde queremos, aun cuando el cuerpo y los pensamientos digan que no. Tony Robbins, el famoso coach y conferencista, todos los días de su vida se mete en una piscina de hielo en su casa. ¿Por qué? Él dice que es para mantener el control sobre su mente y cuerpo, para permanecer disciplinado. Aunque su cuerpo le diga que no se quiere meter a la piscina de hielo porque siente mucho frío, o porque hoy quiere darse un descanso, él lo hace a diario para enseñarles a su cuerpo y mente que hay una fuerza mayor en control23.

Cuando dejamos que los pensamientos y las emociones nos guíen, les damos el control de nuestra vida, así que quedamos a mer- ced de algo cambiante y dinámico. Por eso es que una de las mejores cosas que podemos hacer por la salud mental, y en la cual personas como Justin Kan o yo encontramos la salvación, es ser disciplina- dos. El autocontrol es el elemento fundamental de la disciplina, y la disciplina es el elemento clave para darle vida a las ideas. No importa qué tan inteligentes, talentosos o hábiles seamos, nada es posible o alcanzable sin una mente disciplinada. Si no adquirimos disciplina en nuestra vida no podremos practicar ninguna otra

23      Berlinger, Huffman y Gray (2016).

virtud, porque no haremos lo que tenemos que hacer cuando el cuerpo y los pensamientos nos dicen que no, que esperemos, que podemos hacerlo otro día. Esto no es algo que me inventé yo. De hecho, viene desde hace cientos de años, a partir de la filosofía estoica, y las reflexiones de filósofos y pensadores importantes como Marco Aurelio.

Marco Aurelio Antonino Augusto, más conocido como Marco Aurelio, fue emperador de Roma desde el año 161 d. C. hasta el 180 d. C. Fue uno de los representantes más importantes de la filosofía estoica, la escuela de pensamiento que enseña el desarro- llo del autocontrol y la fortaleza mental para sobreponerse a las emociones destructivas, y que, a través del pensamiento claro, la sabiduría y la remoción de sesgos, se puede entender el universo. Durante su gobierno, encontró el tiempo para escribir una serie de textos autobiográficos conocidos como Meditaciones, un breve tratado que Marco Aurelio escribió para sí mismo en un principio, con el propósito de recordar sus reflexiones del estoicismo para vivir bien. Uno de los apartados más importantes de esta obra explora el tema de la autodisciplina; para Marco Aurelio, la disciplina nace de manera natural en el ser humano cuando trabajamos en algo que nos importa de verdad; en otras palabras, cuando tenemos un propósito. Para el autor, la disciplina nos hace lograr cosas increí- bles, no solo externas sino también internas, y hace que podamos permanecer tranquilos aún cuando nos miramos cara a cara con las dificultades. Esto nos hace ser más estables emocionalmente, y nos mantiene en sintonía con nuestra existencia. En esta gran obra hay diez puntos importantes, que son fundamentales para aprender a ser disciplinados en cualquier cosa que hagamos, y están muy bien resumidos en un video del canal de YouTube Philosophies for Life. Al momento de escribir este capítulo, este video tiene más de 2.6 millones de reproducciones24. Intentaré sintetizarlos aquí.

1.  La disciplina empieza con encontrar un propósito

El propósito es aquello que nos saca de la cama todos los días. Marco Aurelio creía firmemente que todos tenemos un propósito, algo para lo que fuimos creados y es nuestro deber perseguirlo. Si entendemos las metas con claridad, y cómo lo que hacemos está contribuyendo a alcanzarlas, las probabilidades de conseguirlas incrementan. Por ejemplo: si uno quiere ser escritor, debería es- cribir todos los días sin pensar que cada vez está produciendo una obra maestra. Esto aplica para cualquier cosa en la que queramos mejorar. El simple acto de repetición, aun cuando no estamos motivados a hacerlo, nos va volviendo más hábiles y diestros.

Jerry Seinfeld es uno de los comediantes más exitosos de nues- tros tiempos. En su punto máximo de fama, en 1998, llegó a ganar en un solo año $267 millones de dólares. ¿Su secreto? La disciplina. En una entrevista en Lifehacker, Seinfeld le contó a Gina Trapani25 que el truco para ser un mejor cómico era escribir chistes todos los días. Lo que Seinfeld hacía era tomar un calendario grande, que tuviera todo el año mapeado, y con un gran marcador rojo anotaba cada día que escribiera un chiste. Después de un par de días, ya tenía una serie de chistes; él notó que, si seguía con esta cadena, había un 100% de certeza de que iba a comenzar a escribir mejores chistes (según él), y a hacerlo con mayor facilidad. De hecho, esta es la estrategia que he utilizado para escribir mis dos libros y funciona de una manera casi mágica.

2.  Tener un plan de acción y comprometerse con él

Para Marco Aurelio, después de tener un propósito claro hay que comprometernos a seguir todos los pasos que sean necesarios para cumplirlo. Podemos escribir un plan de acción en el cual detalle- mos todas las acciones, por pequeñas que sean, que vamos a realizar para llegar a esa meta sin importar qué obstáculos se nos atraviesen

en el camino ni nuestro estado mental o emocional. Todo lo que queremos en la vida depende de esto. La clave consiste en escribir el plan y dividir la meta en hitos pequeños que percibamos como fáciles de alcanzar; y lo más importante es comprometernos con cada uno de estos hitos. Esto nos pone en control y nos da peque- ñas victorias cada vez que alcanzamos uno de ellos.

Dean Karlan, profesor de Economía del Comportamiento de la Universidad de Yale, y su equipo descubrieron, a través de una investigación académica y personal, que las personas podían alcan- zar sus propósitos con más éxito si firmaban un contrato que los obligara a conseguirlos26; esto era aún más efectivo si hacían público el contrato. Entonces, una buena forma de cumplir con este punto sería escribir el plan para alcanzar lo que queremos y compartirlo con alguien, puede ser un amigo, nuestra pareja, o hacer una pu- blicación en redes sociales. Según la investigación de Karlan, una vez lo hacemos público, la probabilidad de cumplirlo incrementa.

3.  Constancia todos los días

Aun cuando tenemos un propósito y un plan de acción, el 95% de nosotros no alcanzamos nuestras metas; fallamos porque no somos constantes. Mi abuelo solía decir una frase con frecuencia: “La constancia vence lo que la dicha no alcanza”. El simple acto de hacer algo cuando lo habíamos planeado, así todo el cuerpo y la mente digan que no, nos ayuda a ejercitar la resiliencia; este acto consciente de direccionar el día a día hacia lo que nos proponemos hace que podamos tomar el control de nuestras acciones y que no vivamos a merced de las emociones y el estado de ánimo. Nos muestra que la fuerza de voluntad prima, y que podemos forzarnos a hacer cosas aunque todo nos trate de convencer de lo contrario. El problema surge cuando nos juzgamos constantemente. Esta charla mental que nos dice “hoy no quiero”, “lo estoy haciendo mal”, “como no estoy de ánimo, el resultado no va a ser el que quiero” es la raíz de la procrastinación; estas son las excusas más peligrosas que podemos encontrar en nuestro camino.

Este libro que están leyendo lo escribí siguiendo estos princi- pios. Mientras escribo este párrafo, estoy cansado de una semana ardua de trabajo, construyendo mi empresa Ontop. Lo que menos quería hacer hoy era escribir, pero aún así lo hice. El paso más di- fícil fue empezar, pero apenas comencé a hacerlo con constancia, se volvió algo casi automático. Llevo ya siete semanas escribiendo seguido, y cada vez que en mi plan de acción marco esa gran X en el calendario, me lleno de satisfacción.

4.  Practicar dificultades voluntarias

Marco Aurelio afirma que deberíamos disciplinarnos en cosas pequeñas al principio e ir aumentando la dificultad por el simple hecho de mantenernos entrenados. Someternos a dificultades vo- luntarias nos ayuda a entender que la vida no siempre es fácil y que nos pone a prueba con frecuencia. Obligarnos a volver nuestros días un tanto incómodos hace que construyamos una especie de escudo que nos ayudará a estar bien equipados el día que necesi- temos enfrentarnos a una gran dificultad.

David Goggins es un navy seal retirado, ultra maratonista, triatleta y autor del best seller Can’t Hurt Me, que describe las dificultades a las que se sometió para salir de una espiral negativa que lo tenía pesando más de 130 kg, tomando malteadas todos los días y no haciendo nada con su vida. Hoy en día es uno de los ex-navy seals más famosos del mundo, reconocido sobre todo por- que siempre se pone a prueba y se somete a dificultades voluntarias absurdas, como correr más de 100 millas con un pie fracturado o romper el Récord Guinness de barras, logrando hacer 4.030 en diecisiete horas, a pesar de que las manos le sangraban por com- pleto y estaban llenas de ampollas reventadas.

Ojo: no estoy diciendo que tengamos que llegar a esos ex- tremos, pero yo sí creo que podemos practicar dificultades vo- luntarias como el ayuno intermitente, las duchas frías, borrar las redes sociales de nuestro celular o abstenernos de consumir ciertos alimentos o bebidas. Otra dificultad voluntaria bastante saludable es hacer actividad física intensa con frecuencia. Es muy importante entender que el proceso de cada persona es diferente y único. Para algunos, tomarse una ducha fría puede no ser una dificultad, sino algo que han hecho de manera natural toda su vida. El concepto de dificultad o reto es relativo para cada ser humano, pero la idea detrás de todo esto es empujar un poco nuestros límites, incomo- darnos con el fin de lograr mayor bienestar a largo plazo.

Las dificultades voluntarias nos hacen entender cómo se sien- ten la escasez y la dificultad, y nos ayudan a comprender que se puede vivir en estas condiciones sin problema. La sociedad moder- na sí que necesita practicar esto. Cada vez nuestra vida se vuelve más cómoda y hay que hacer menos esfuerzos; la tecnología nos está maleducando, nos tiene con un sinnúmero de comodidades y deseos satisfechos y esto hace que nos volvamos menos discipli- nados.

5.  Practicar la dicotomía del control

Marco Aurelio dice que tenemos poder sobre la mente, no sobre los eventos externos. Si se dan cuenta de eso, encontrarán fortaleza. En la vida no podemos controlar el resultado de las cosas, solo el trabajo y el nivel de esfuerzo que le dedicamos a algo. Hay que aprender a aceptar lo que está fuera de nuestro control y recordár- noslo constantemente, repitiendo que solo podemos controlar la mente, las acciones y reacciones.

De esta máxima de pensamiento sale la siguiente reflexión, que es bastante popular: ¿Tienes algún problema en este momento?

¿Puedes hacer algo al respecto? Si sí puedes, hazlo; si no puedes hacer nada, ¡no te preocupes! Estar preocupados por cosas que se

salen de nuestro control es contraproducente para la disciplina y el compromiso porque la mente sale de un lugar de foco y llega a uno en el cual corre miles de escenarios sobre cosas en las que no tenemos incidencia directa, lo que genera emociones contraprodu- centes que nos pueden llevar a una espiral negativa. La dicotomía del control nos permite llegar a un lugar de calma, y es en estos lugares en donde podemos mantenernos más enfocados y enca- rrilados en lo que estamos tratando de lograr.

6.  No hacerse la víctima y dar el primer paso

Este punto implica hacer lo que sea que tengamos que hacer sin quejarnos. Las quejas son una pésima excusa, y tienen el poder de retroalimentarse agresivamente en nuestra mente, generando emociones como rabia y rencor. De acuerdo con la relación que ya exploramos entre emociones y pensamientos, darles rienda suelta a estas emociones nos genera más pensamientos de cómo y por qué somos las víctimas y, por ende, terminamos encontrando argumentos muy convincentes para no hacer las cosas. La mente es muy poderosa y puede convencernos tanto de cosas buenas como de cosas malas, dadas las condiciones adecuadas. La clave está en no permitirle profundizar mucho en cosas negativas y caer en excusas, juicios y críticas, y, por el contrario, impulsarnos a ejecutar nuestros planes y ponernos en movimiento. El primer paso siempre es el más difícil, pero una vez que uno se pone en movimiento, seguir moviéndose no es tan difícil.

Cada vez que identifiquemos esos pensamientos que nos dicen que no somos suficientes, que no recibimos la educación o for- mación necesarias o que no somos lo suficientemente atractivos, deberíamos interceptar de inmediato este estado y tomar acción. Sin pensarlo o analizarlo mucho, solo debemos pararnos y hacer lo que sea que tengamos que hacer. Esto es tomar las riendas de nuestra vida y asumir la responsabilidad de todo, sin escondernos detrás de circunstancias externas.

7.  Posponer la gratificación

Varias culturas y religiones aplican este punto de alguna manera, pero es posible que el mundo no haya entendido su gran importan- cia porque se sumerge en creencias y dogmas que generan choques. Posponer la gratificación es la habilidad de esperar para satisfacer nuestras necesidades, cambiar la gratificación instantánea por una más grande, más adelante. Los monjes budistas renuncian a sus posesiones y deseos en búsqueda del Nirvana o la iluminación. Los católicos no comen carne en Semana Santa, buscando acercarse un poco más a Jesús y a Dios en un acto de autodisciplina. Los musulmanes ayunan durante el Ramadán para acercarse a Alá a través de la oración y la contemplación.

Hoy en día, nuestra sociedad está llena de gratificaciones instantáneas. ¿Quieres una pizza? La puedes pedir por Rappi y te llega en unos cuantos minutos. ¿Quieres ir a algún sitio? Pide un Uber que te recoja y te lleve. ¿Quieres conocer a alguien y tener una cita? Descarga Tinder y rápidamente podrás hacerlo. No solo este tipo de servicios, sino las redes sociales en general, nos dan esa gratificación instantánea. Siempre estamos buscando la próxima historia, el siguiente post, el siguiente contenido para consumir, y lo tenemos ahí, a la mano. Insisto: esto nos está maleducando.

Un aspecto central de la disciplina es poder posponer lo que queremos en este momento y hacer lo que nos toque hacer para luego obtener algo más grande y satisfactorio. La mayoría de gente rompe las dietas porque no son capaces de posponer la gratifica- ción. Deciden comerse una hamburguesa doble en vez de comerse una ensalada, y no son capaces de ver que adelgazar esos kilos de más les va a traer mucha más gratificación a futuro que pegarle ese primer mordisco a aquella carne jugosa. Es la misma razón por la cual las personas son infieles, y por la cual nos volvemos esclavos de nuestros deseos.

8.  Ignorar a los que les gusta decir que no se puede

En toda sociedad, grupo, comunidad o inclusive círculos familia- res, nos vamos a encontrar con personas que nos juzgan, critican o sienten resentimiento hacia nosotros por lo que estamos tratan- do de hacer. Este tipo de personas objetan nuestras decisiones, dicen que lo que queremos no se puede, que es muy difícil o que no lo vamos a lograr; creo que esto sucede porque les da miedo el progreso y no quieren cambiar. Howard Schultz, el fundador de Starbucks, ha contado en varias entrevistas cómo sus propios socios no creían que las personas fueran a pagar altos precios por lattes y capuchinos. Algo similar cuenta Richard Branson sobre Virgin Atlantic, la reconocida aerolínea, que en sus inicios tenía bastantes escépticos y críticos, argumentando que no iba a tener éxito debido a la alta competencia de mercado.

Cuando encontramos un propósito y decidimos perseguirlo, es casi una ley natural atraer críticos. Oír sus opiniones es terrible para la disciplina, porque nos llena de pensamientos negativos que terminan generando emociones negativas y nos quitan foco. Lo más importante es aprender a volverse transparente ante estos comentarios, a menos que vengan con una crítica constructiva de la cual podamos aprender e iterar lo que necesitemos cambiar. No debemos dejar que se peguen a nosotros, sino que pasen a través, como si estuviéramos hechos de aire.

Incluso los expertos y altos ejecutivos que proyectan credi- bilidad se convierten también en críticos, pero gracias a la vida existen innovadores que logran ignorar y desafiar estas proposi- ciones. Marty Cooper, director de investigación de Motorola y uno de los primeros partícipes en la invención de los celulares, dijo en 1981 que no había posibilidad alguna de que los celula- res remplazaran a las líneas fijas de teléfono. ¿Se imaginan qué hubiera pasado si los innovadores de los smartphones le hubieran hecho caso?

9.  Encontrar modelos a seguir

Encontrar personas que ya hayan logrado lo que estamos buscando es fundamental para la disciplina. No se trata de copiar su camino, sino de encontrar fuentes de inspiración y motivación que nos demuestren que conseguir lo que queremos es posible, que hay alguien que ya lo logró. El camino hacia nuestras metas es largo y duro, y muchas veces solitario; por eso, escoger un modelo a seguir, así sea alguien del presente o del pasado, le hace mucho bien a la mente, la llena de esperanza y le da ideas de cómo seguir enfocada en el camino y lograr lo que estamos buscando.

10.  Cada noche repasar nuestro día

Este hábito, sobre el que profundizaremos más adelante, era fun- damental para los estoicos y para Marco Aurelio. La idea es que, todas las noches, nos sentemos a repasar nuestro día: ¿qué hice bien? ¿Qué hice mal? ¿Cómo puedo mejorar? Pero no se trata de ser autocríticos e intentar encontrar más razones para juzgarnos, sino de hacer un repaso consciente de nuestro día y ver en qué aspectos podemos mejorar. Es un proceso de mejoramiento continuo, sin apegarse mucho a lo que ya sucedió. De hecho, es una excelente estrategia para quitarnos pesos de encima. Si somos brutalmente honestos al hacer este repaso, lograremos soltar cualquier mala energía del día, descansar mejor y prepararnos para tomar las ac- ciones necesarias para mejorar al día siguiente. Sin esta reflexión consciente y honesta es imposible mejorar porque la mente siempre encuentra argumentos muy buenos para justificar nuestras acciones y, en ocasiones, resulta bastante convincente. La autoconsciencia, autoexaminación y autodeterminación son el terreno fértil en el cual logra crecer y florecer una mente disciplinada.

La ecuación de la felicidad

La receta de la felicidad no está en alcanzar lo que queremos y satisfacer nuestros deseos; paradójicamente, está en tener retos y actuar para perseguir un propósito. Si tuviera que proponer una ecuación para describir la felicidad, sería la siguiente:

Felicidad = propósito + disciplina + hábitos

Cuando identificamos un propósito que significa algo en nues- tra vida, y aprendemos a ser disciplinados, lo último que tenemos que sumar es los hábitos. La disciplina es el marco conceptual, y los hábitos son la ejecución. El propósito es algo mucho más grande, y se encuentra casi siempre cuando miramos más allá de nosotros mismos e identificamos una contribución que podemos hacer para alguien más.

Bill Walsh es tal vez uno de los entrenadores de fútbol ame- ricano más famosos de la historia. Fue el coach principal de los San Franciso 49ers y de Stanford, y tuvo la oportunidad de lograr algo que muy pocos consiguen: ganar tres títulos del Super Bowl. Incluso después de ganarlos, que para cualquier aficionado del fút- bol americano sería un sinónimo de felicidad y realización, Walsh manifestaba que aún no era feliz. Esto es porque la felicidad no está amarrada a un logro determinado. Ganar tres Super Bowl o diez no va a hacer a ningún ser humano feliz; eso no es un propósito, es un hito determinado. Un propósito podría ser ayudar a que jóvenes americanos sean mejores atletas y salgan adelante: es algo que va más allá del entrenador. Por eso es que las pasiones y los deseos se desvanecen rápidamente una vez que se alcanzan. Aquel carro o computador con el que tanto soñábamos, a los tres meses ya no nos genera esa euforia que confundimos con felicidad en algún momento. Por esto es que la felicidad no se puede amarrar a algo fijo, y se encuentra dentro de un propósito mezclado con

disciplina y hábitos; y para conseguirla siempre debemos dar la milla extra para seguir adelante e ir conquistando pequeñas metas, paso a paso.

La razón por la cual somos infelices profesionalmente

Trabajar es difícil. Cada día sentimos el estrés y la presión de cumplir objetivos, metas y expectativas, no solo de nuestros jefes, sino de amigos y familiares. ¡Y ni hablar de las expectativas que tenemos de nosotros mismos! Para muchos, el trabajo incluso se convierte en una fuente tan alta de estrés que nos lleva a sentirnos exhaustos, vacíos emocionalmente, deprimidos y en burnout, el famoso estado mental y emocional en el cual todo nuestro ser está quemado, literalmente vuelto cenizas, y perdemos la capacidad de pensar de manera correcta. Sentimos que no podemos más.

¿Por qué llegamos a estos estados? Creo que la respuesta está en que tenemos expectativas erróneas de lo que el trabajo debería ser y de lo que debería significar en nuestras vidas. Mezclamos por completo la pasión y el propósito y abordamos el concepto de trabajo desde un ángulo equivocado. Resolvemos la ecuación de la felicidad poniéndole un mayor peso a la variable de pasión, sin darnos cuenta de que nos estamos midiendo con las varas que no son. El trabajo, conceptualmente, es una transacción. Vendemos el tiempo y talento para ganar dinero y gastarlo en dos categorías: en lo esencial para sobrevivir y sostener a nuestras familias, y en elementos y experiencias de consumo que muchas veces no nece- sitamos, pero que el mercadeo nos hace desear (no soy nadie para juzgar, ¡yo también compro cosas que no necesito!).

En esta transacción estamos intercambiando el activo más importante en la vida —el tiempo— por uno menos importante —el dinero—. Y muchas personas hacen de su pasión el dinero. Es más, conozco a algunos que creen que su propósito es amasar

más y más dinero cada vez. ¿Para qué? No lo sé. El tiempo es lo único que no nos devuelven; es un recurso no renovable, en mi opinión mucho más valioso que el oro, el petróleo o el dinero mismo. Por el contrario, el dinero se consigue, viene y va; ojo, no digo que sea fácil, pero siempre existe la posibilidad de hacer más dinero, mientras que no existe la posibilidad de hacer más tiempo.

No es coincidencia, entonces, que el sueldo o salario común- mente se conozca como “compensación”. Las empresas nos están compensando por gastarnos nuestro valioso tiempo en cumplir los objetivos de un grupo de accionistas. Y como esto paga las cuentas y nos da una ilusión de progreso, estabilidad y libertad, lo aceptamos sin problema.

El problema es que podemos caer en una trampa muy fácil: priorizar esta compensación sobre cualquier otra cosa, y más pe- ligroso aún, volverla nuestro objetivo, porque, como ya vimos en repetidos ejemplos, no importa la cantidad de dinero que ten- gamos: si no tenemos un propósito claro, no vamos a ser felices. Optimizamos la vida a partir del dinero en vez de hacerlo por rubros más importantes, como un propósito o meta a largo plazo. Cuando hacemos esto, somos más susceptibles a sentirnos que- mados después de un tiempo, porque lo que estamos haciendo no tiene un fondo real. Abraham Maslow, el principal exponente de la psicología humanista, propuso en 1943 la pirámide de las necesidades humanas, conocida como la Pirámide de Maslow, en la cual muestra la jerarquía de dichas necesidades. Después de tener cubiertas todas las necesidades básicas como comida, vestimenta, sexo, vivienda, empleo, seguridad física y familia, los seres huma- nos necesitamos ser reconocidos, tener el respeto de los demás, alcanzar el éxito y sentir nuestras ideas y opiniones validadas. Una vez alcanzamos la estabilidad que queremos y todos los niveles de la Pirámide de Maslow han sido conquistados, sentimos que nos falta el más importante: la autorrealización. Sentir que estamos

trabajando por algo más grande que simplemente el dinero. Si el foco primordial es el dinero, perdemos de vista las variables más importantes de la ecuación de la felicidad, aquellas que incremen- tan los chances de sentirnos satisfechos y motivados: el propósito, la disciplina y los hábitos27.

Muchos se estarán preguntando ¿qué debo hacer para adoptar nuevos hábitos positivos que me hagan más feliz? Sé que tengo que hacer cambios en mi vida, pero ¿cómo hago para que sean duraderos y sostenibles? Todos queremos ser mejores en nuestros trabajos, estar más motivados, ser mejores miembros de familia, hacer más ejercicio, ser más saludables y atractivos. Pero ¿cómo llegamos en realidad a esos resultados, y más importante aún, cómo podemos llegar a ellos y garantizar que seremos felices? Al- gunos estarán pensando qué hacer para sacar adelante esas ideas que tienen desde hace un tiempo y que no han podido ejecutar, y puede que esa procrastinación los tenga en un estado constante de insatisfacción y decepción con la vida.

Mi propósito lo encontré hace un tiempo y no consiste en volverme millonario o famoso, aunque, sinceramente, si esto se da como resultado añadido a lo que estoy buscando, no me que- jaré. Quiero levantarme todos los días a hacer algo que me haga sentir inspirado, emocionado y que me permita ayudar a la mayor cantidad de gente a salir de estados negativos de la mente. He estado en esos lugares y sé lo doloroso que es. Por eso decidí ser emprendedor, hacer pódcast, entrevistas y escribir libros. Si logro que una sola persona saque adelante sus ideas, esto puede marcar la diferencia. Imagínense si el fundador del próximo Amazon toma acción después de leer este libro y le cambia la vida a millones de personas en Latinoamérica. Vale la pena, ¿no?

En los próximos capítulos quiero enseñarles lo que he des- cubierto sobre los hábitos, la disciplina y el propósito. Si bien no considero que sea la verdad absoluta, es un camino que a mí me ha funcionado para llegar a resultados que nunca me había po- dido imaginar. Espero que estén listos para recorrer este camino conmigo.

Este fragmento que publica Forbes cuenta con la autorización de cortesía de Penguin Random House Grupo Editorial (Ediciones B) en Colombia.