¿La desigualdad en Colombia radica en la falta de acceso a oportunidades que tienen los colombianos? Trabajos, educación, salarios, están ligados a las conexiones sociales más que a otra cosa. ¿Por qué?

Yo llevo años argumentando que atacar al capital es la forma incorrecta de combatir la desigualdad en Colombia. Este no es un país muy desigual porque tenga un aparato productivo que premia extraordinariamente al capital. Todo lo contrario, hacerse tremendamente rico como empresario suele ser bastante difícil en Colombia. Este país es muy desigual porque tiene una estructura social que impide que millones de personas accedan a las pocas oportunidades que ofrece un aparato productivo no muy robusto. Las profundas barreras para el acceso generalizado a mecanismos de acumulación de capital humano y social son una pieza esencial para entender esto.

Piense en lo siguiente. Para acceder a los pocos trabajos altamente remunerados en el país, una persona debe tener la educación o las conexiones apropiadas. Ambas cosas se adquieren en espacios de interacción específicos. En particular, la inmensa mayoría de la educación y las conexiones que uno acumula antes de su entrada al mundo laboral se generan en los colegios y universidades a los que uno asiste.

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Sin embargo, no todos los colegios y universidades ofrecen la misma cantidad y calidad de educación y conexiones. En general, solo un puñado de universidades, todas ellas en grandes ciudades, ofrecen aquello necesario para acceder a esos trabajos altamente remunerados. A su vez, para llegar a dichas universidades, usualmente se necesita venir de los no muchos colegios, privados en su mayoría, que ofrecen lo necesario para ser admitido en ellas.

En la práctica, entonces, quienes tienen la capacidad para enviar a sus hijos a estas “buenas” instituciones educativas lo harán, esperando que esto les abra las puertas de los trabajos altamente remunerados del país. Así, contrario a lo que suele suceder en sociedades menos desiguales, en Colombia la clase media no acostumbra a enviar a sus hijos a instituciones educativas públicas, las cuales perciben como no tan “buenas”. Este es el gran pilar sobre el que se soporta la estructura social que mantiene la alta desigualdad en el país.

Primero, la clase media suele ser el corazón de la opinión pública. Su voz es esencial en la canalización de recursos estatales. La ausencia de la clase media en el sistema educativo público promueve la indiferencia del Estado hacia éste. Sin la financiación apropiada del Estado, las brechas de calidad entre el sistema privado y público se hacen realidad, lo cual refuerza las intenciones de la clase media por buscar educación privada.

Al final del día, lo que se termina promoviendo es un sistema privado que le da a unos cuantos las llaves para acceder a la parte funcional de la economía del país, y un sistema público en el quedan atrapados la inmensa mayoría de las personas a las cuales no se les ofrece mucho más que cartones poco valorados por el mercado laboral.

En segundo lugar, y quizá de forma más importante, los colegios y las universidades son los espacios donde las personas aprenden a interactuar con otros y donde construyen la base de su círculo social. Si las clases medias no van a los colegios públicos, las oportunidades de interacción que éstas tienen con las personas pobres serán pocas y estrictamente jerárquicas. No se verán como pares los unos a los otros. No entenderán las dificultades y privilegios que cada uno tiene. No podrán ayudarse entre ellos. Es decir, lo que se genera es una sociedad donde los senderos de interacción se separan desde la infancia, creándose mundos completamente aislados. Con esto, la ausencia de la clase media en la educación pública lo que hace es perpetuar todos los patrones culturales y sociales de segregación.

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Entonces, aquí hay un argumento claro acerca de por qué es apropiada la consolidación de un sistema educativo público de muy alta calidad al que asista la mayoría de la población independientemente de su nivel de ingresos. Esta es la forma más efectiva para reducir la desigualdad económica y la segregación social. Lastimosamente, los grupos que llevan la bandera del fortalecimiento de la educación pública suelen tener otro tipo de intereses.

Por un lado, están los poderosos sindicatos de empleados—profesores de primaria y secundaria en su mayoría—quienes buscan mantener privilegios que han adquirido a lo largo de muchos años. Los esfuerzos de Fecode para mantener cerrados los colegios públicos durante la pandemia, con impactos ya claros en el aprendizaje de estudiantes, es un evidente ejemplo de esto.

Por otro lado, están los movimientos estudiantiles. Estos, que son particularmente influyentes en el contexto universitario, suelen estar controlados por grupos altamente ideologizados con agendas que desbordan el objetivo de proveer educación de alta calidad de forma eficiente a la mayor cantidad de personas. Así, los frecuentes paros promovidos por estos movimientos en las universidades públicas—con frecuencia motivados en activismo político ajeno a cuestiones educativas—han alejado por décadas a la clase media de éstas y han entorpecido el proceso de formación de quienes ya son estudiantes en el sistema público.

Entonces, aunque muchas de las cosas por las que luchan estos “defensores” de la educación pública puedan ser valiosas en otras dimensiones, con frecuencia alejan a la política educativa de su verdadero rol como herramienta para reducir la desigualdad de la sociedad colombiana. El enemigo de la igualdad en Colombia no es el capital, son los grupos al interior del Estado que, en procura de su propia agenda, desvían al Estado de su función esencial como proveedor de bienes públicos de calidad para todos.

Contacto
LinkedIn: Javier Mejía Cubillos*
*El autor es Asociado Postdoctoral en el departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Stanford. Ph.D. en Economía de la Universidad de Los Andes. Ha sido investigador y profesor de la Universidad de Nueva York–Abu Dhabi e investigador visitante de la Universidad de Burdeos.

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