"Teniendo en cuenta el gasto que conllevaría y la poca capacidad para llevarla a cabo, no aplicar la agenda sería la solución más ventajosa para el país; aunque ello signifique postergar numerosas reformas".
La pasada semana hablaba sobre cómo aprovechar el crecimiento que está viviendo la economía colombiana, la que más crece de la región atendiendo a los datos que ofrece el Fondo Monetario Internacional (FMI), para atraer los capitales que andan por el mundo en búsqueda de nuevos destinos ante la desglobalización o, más posible, el gran nearshoring que se está produciendo en el planeta. No obstante, que exista crecimiento y potencial no exime a Colombia, como también dije, de llevar a cabo y ejecutar reformas de calado que cambien estructuralmente esta economía emergente.
Las intenciones de Gustavo Petro como nuevo presidente no son tan radicales sobre el papel. Además, la desaprobación de Duque por parte de la ciudadanía también ha ayudado, pues ante el descontento social, el cambio ya supone un alivio. Sin embargo, hemos de señalar que, lejos de numerosas promesas de las que todavía no conocemos un plan de acción, el nuevo mandatario pretende poner en marcha una ambiciosa relación de políticas basadas en un gasto que, teniendo en cuenta la situación que atraviesa Colombia a nivel financiero, podrían convertirse en meros brindis al sol (y como veremos más adelante, “benditos brindis”).
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En otras palabras, la agenda de Petro, como poco y a falta de conocer detalles, sabemos que será cara. No sabemos si será efectiva, pero que será cara sí que lo podemos decir con seguridad.
Desde que Petro ganó las elecciones se ha dedicado a calmar los miedos de que su agenda izquierdista -la primera en la historia de la República- podría traducirse en expropiaciones, gasto público desenfrenado o acorralamiento del sector privado, como advertían algunos expertos. De hecho, fue el mismo José Antonio Ocampo, reputado profesor y a quien nombró nuevo ministro de Hacienda, quien advirtió que aceptaba el cargo debiendo tener el Gobierno en cuenta que, con él al frente del ministerio, ni iba a proponer locuras ni iba a aceptar locuras.
Sin embargo, pese a esas advertencias del presidente y del nuevo ministro, Petro necesita mucho dinero para cumplir con la mayoría de sus planes, pues basa gran parte de su estrategia en políticas sociales con una caja fiscal en números rojos. Y en esta situación, el endeudamiento, que hoy se encuentra en el 50% del PIB, se convierte en un recurso para un presidente que pretende financiar su ambiciosa agenda reformista con deuda, en un escenario en el que los costes de la deuda ya son altos; pudiendo serlo todavía más en este nuevo escenario, en el que debemos tener en cuenta la pérdida del grado de inversión en las revueltas políticas el pasado año.
Es por esta razón por la que al nuevo presidente le gusta tanto introducir la reforma tributaria en todos los discursos. La subida de impuestos que se avecina, el incremento de la recaudación y, en esencia, la incorporación de ingresos al Estado que pretende iniciar Petro pretenden ser el motor del cambio en el país, generando ingresos suficientes como para financiar todo ese gasto que quiere acometer en esas políticas sociales y reformistas que plantea. Sin embargo, esas estimaciones de ingresos, teniendo en cuenta la capacidad institucional de Colombia, son difíciles de aproximar y, casi siempre, estimaciones muy optimistas.
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En este sentido, es más probable que esas políticas vengan financiadas con deuda que con los ingresos que se esperan obtener de más con las medidas tributarias que plantea Petro. Al menos en el corto plazo. Pues se requiere de un mayor margen temporal. Pero si pretende hacer esta transición de forma rápida, es decir, en el corto plazo, lo que está en juego ya no es la situación financiera del país, sino el atractivo que perdería el país en tanto en cuanto se vaya incrementando esa presión fiscal y los impuestos a las inversiones del exterior; inversiones que, como dije en la columna pasada, debemos atraerlas para impulsar el crecimiento económico y la apertura de la economía colombiana.
Así, Colombia presenta potencial para impulsar reformas e ir centrando su plan para impulsar la economía colombiana. Sin embargo, las intenciones de Petro, de cumplirse, podrían ir mal encaminadas. Incrementar el endeudamiento del país y debilitarlo financieramente hablando es una estrategia que debilita al propio país y limita su crecimiento. Pero, de la misma manera, impulsar al alza los impuestos para financiar esta cara y ambiciosa agenda podría ahuyentar a todos esos capitales que mencionábamos al inicio y que podrían ver en el crecimiento colombiano un atractivo por el que invertir.
En resumen, podríamos decir que el hecho de que estas políticas quedaran en meros “brindis al sol”, como decía al inicio y teniendo en cuenta el gasto que quiere acometerse y la poca capacidad para acometerlo, sería la solución más ventajosa para el país; aunque ello conllevase que una agenda continuista y la postergación de las reformas. Pues Colombia necesita aplicar muchos cambios y muchas reformas, pero ello no significa que, aprovechando el crecimiento, debamos incrementar el gasto desenfrenadamente; sin intentar antes, siquiera, hacerlo más eficiente sin perjudicar la economía.
Por: Francisco Coll Morales*
*El autor es economista, responsable de educación económica y financiera en Rankia. Analista, habiendo colaborado con organismos como el Foro Económico Mundial, el Foro de Turismo Mundial o el Secretariado de Transparencia Internacional.
Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia.