Colombia no vive hoy de producir café y petróleo, los ingresos por estos sectores son menores comparados con el sector de los servicios, que sí domina a la economía colombiana. El problema de que esto sea así es la informalidad que aún existe en ese sector.

Contrario a lo que muchos piensan, Colombia no es una economía extractiva. Aunque la famosa canción de los 70’s lo sugiera, el país, en realidad, no vive hoy de producir café y petróleo. Sí, estos son parte importante de los rubros tradicionales de exportación en Colombia. Son, por tanto, una fuente esencial de divisas. Además, una buena parte de los ingresos del Estado colombiano vienen del negocio petrolero. Sin embargo, la producción de estos sectores es una fracción bastante pequeña de la economía nacional.

Así, a diferencia de países como Iraq, República del Congo, o Kuwait, donde el sector petrolero representa más del 30% del PIB; o Somalia, Sierra Leona, y Chad, donde la agricultura representa más del 50% del PIB; en Colombia estas cifras son cercanas al 2% y 7% respectivamente. La economía colombiana está ampliamente dominada por el sector servicios, cuya demanda se concentra en el mercado interno.  

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Esto es parte del proceso de modernización del país. Desde mediados del siglo XX, el sector interno se ha ido ampliando. La agricultura y la industria se han ido contrayendo y los servicios han cobrado importancia en la economía nacional, representando hoy más del 40% del PIB. Uno lo puede ver en las calles de cualquier ciudad colombiana. Éstas están llenas de bancos, colegios, peluquerías, restaurantes, etc.

Que Colombia no sea una economía extractivista y que los servicios dominen no es necesariamente algo para celebrar. Dentro del sector servicios existe una gigantesca economía informal que poco valor agregado genera y que es incapaz de sostener las tasas de crecimiento económico necesarias para mejorar sostenidamente las condiciones de vida en el país. Sin embargo, dentro de los servicios, existen actividades con mucho dinamismo, las cuales, si no son atrofiadas, podrían llevar al país al club de países con ingresos medio altos en los próximos 30 años.

Les podría describir esto con cifras, pero prefiero contarles la historia de una experiencia que me llenó de ilusión. Hace un par de semanas, tuve la grata oportunidad de conocer las oficinas en Bogotá de una startup colombiana llamada Decimetrix. Esta genera soluciones digitales para una amplia variedad de problemas. Por ejemplo, ha decidido atacar los retos de las desigualdades en el acceso a la educación a través del diseño de herramientas que utilizan realidad aumentada e inteligencia artificial. Con esto logran hacer más efectiva la labor de los docentes y ampliar el acceso a productos educativos de calidad en lugares remotos. Tienen, además, una línea de negocio en transición energética, la cual le ofrece a empresas del sector de gas y petróleo soluciones basadas en ciencia de datos y teoría de juegos para poder cumplir de forma más efectiva y menos costosa las regulaciones ambientales. Decimetrix es una empresa fundada hace unos pocos años, que ya es rentable, y que crece exponencialmente.

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Esta visita me llenó de emoción, no solo porque la vertiginosa energía de las startups es profundamente contagiosa, sino también porque toda esta maravillosa tecnología que me enseñaron—la cual no tiene nada que envidiarle a la que yo veo salir todos los días de las grandes empresas tecnológicas en el Silicon Valley—ha sido generada, en su totalidad, por un equipo de jóvenes ingenieros colombianos.

Esta compañía ilustra la esperanza de que Colombia pueda generar un aparato productivo capaz de competir en la economía mundial del siglo XXI. Muestra cómo el sector privado puede insertar a la muy amplia población joven en Colombia, cada vez más educada, a las necesidades del aparato productivo internacional, generando valor en la economía del conocimiento. Todo esto, alineado con valores de las nuevas generaciones, como la reducción de la desigualdad y la protección del medio ambiente.

Los hacedores de política económica en el país deben reconocer esto. Nuestra estrategia de desarrollo no puede ser una inspirada en los líderes tecnológicos de hace 70 años. La obsesión con la industria y la confianza de que el Estado puede manejar microscópicamente la actividad económica no es apropiada en un contexto en el que el valor se genera primordialmente en las ideas. El mundo ha cambiado, y solo una estrategia acorde, que se concentre en la creación de ideas y promueva un aparato productivo flexible, podrá responder a los grandes retos de desarrollo económico que el país enfrenta.

Contacto
LinkedIn: Javier Mejía Cubillos*
*El autor es Asociado Postdoctoral en el departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Stanford. Ph.D. en Economía de la Universidad de Los Andes. Ha sido investigador y profesor de la Universidad de Nueva York–Abu Dhabi e investigador visitante de la Universidad de Burdeos.

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