¿Qué tanta participación debe dársele a estas comunidades en la planeación y ordenamiento de una ciudad como Bogotá?

Hoy el mundo se interesa cada vez más por los pueblos indígenas, es hegemónica la narrativa de buscar resguardar sus derechos y empoderarlos a que cuiden de nuestros territorios.

Las comunidades indígenas están enfocándose en asegurar la gobernanza de sus propios territorios, que por medio de su conocimiento ancestral cuiden de su tierra y que tengan representación y reconocimiento en sus propios espacios de toma de decisiones. Me alineo con todos los esfuerzos por empoderar a los indígenas como cuidadores y soberanos sobre los territorios colectivos, aprender de sus cosmovisiones y costumbres para ser más empáticos y cultivar una cultura ecocentrista.

Ahora bien, quiero abrir la pregunta, ¿Qué tanta participación debe dársele a estas comunidades en la planeación y ordenamiento de una ciudad como Bogotá? Antes de la sangrienta colonización eran los indígenas muiscas quienes vivían ahí, en armonía con los procesos de la tierra. ¿Son ellos las autoridades ancestrales del territorio? ¿Qué significaría eso en los procesos de toma de decisión? Una distinción útil es reconocer la diferencia entre el reconocimiento y la representación, haciendo eco a la deslumbrante teoría de Nancy Fraser. Reconocimiento hace luz a los actos simbólicos y aceptar en los espacios públicos la contribución que estos grupos le hacen a cultivar un set de valores y una relación con la tierra sostenible. Esa es la principal dimensión en la que se les ha dado espacios a nuestras comunidades indígenas. Es más fácil para los tomadores de decisiones darles visibilidad y manejar un discurso proindígena, pero del dicho al hecho, hay mucho trecho. La representación se refiere al poder de toma de decisión que puede tener un grupo poblacional. Que sean directamente ellos quienes tengan la potestad de tomar ciertas decisiones de ordenamiento. En ese aspecto, la contribución de los indígenas sobre materias no indígenas es casi nula.

El sueño de los estados sociales de derecho buscan que sea la ciudadanía quien escoja cuál es el camino que debe buscar y que se protejan los derechos de los vulnerables. Ese romántico discurso se fragmenta en lo que respecta a los diálogos y consensos entre los indígenas y los “occidentales”. La epistemología y ontología occidental, categórica, jerárquica y dualista, es diametralmente distinta a la indígena; que es más relacional, holística y fluida. El conocimiento tecnocrático y científico es actualmente hegemónico, la contribución que puede hacer el conocimiento indígena continuará siendo simbólica hasta que las decisiones procedimentales de ordenamiento utilicen también sus fundamentos epistemológicos, lo que significaría encontrar cuáles son los espacios en los que estas dos cosmovisiones pueden encontrarse. El pensamiento sistémico apunta por ahí, mirando las interrelaciones entre todos los distintos sistemas y comprendiendo que nada puede entenderse por completo solo al separarlo en sus partes.