La empatía se ha convertido en el término que los grupos usan para presionar al resto de la sociedad a acoger sus preferencias políticas. ¿Entonces si no es empatía, qué le falta a esta generación?

Pocas palabras han sido más abusadas por esta generación que la empatía. Algo que solía utilizarse para describir un sentimiento espontáneo de cercanía a las circunstancias de otros, pasó a hacerse un llamado al activismo político. En particular, en el contexto en el que las políticas de identidad dominan el debate público la empatía se ha convertido en el término que cada grupo identitario usa para presionar al resto de la sociedad a acoger sus preferencias políticas. Esto suele tomar la forma de: “si usted no adopta nuestra visión del mundo—en la que nosotros, por supuesto, estamos en el centro—es porque usted carece de empatía”. Los riesgos inquisidores y totalitarios que se desprenden de esto son evidentes, diría yo.

Aquellos riesgos son más inquietantes si uno reconoce que, en coincidencia con el acogimiento de esta forma de entender la empatía, esta generación, además, ha abandonado un par de valores que eran ampliamente aceptados en el mundo occidental. Estoy hablando de la compasión y la tolerancia.

La compasión es un valor que reconoce cómo el mundo tiene una naturaleza injusta, y mientras uno puede estar en el lado favorecido de la injusticia, muchos otros no lo están. La compasión busca que aquellos favorecidos reconozcan su posición y busquen ayudar a aquellos menos favorecidos.

La tolerancia, por su lado, parte de aceptar la diversidad inherente al ser humano. Las personas somos diferentes tanto en nuestras preferencias como en nuestros comportamientos. A partir de esto, la tolerancia sugiere que la actitud apropiada en un contexto social no es la de presionar para que otros sean como uno, sino la de aceptar que ellos sean como son. Es un principio que busca que podamos coexistir con personas diferentes, respetando esa diferencia.

Noten que estos dos principios son herramientas útiles para responder a las preocupaciones por las circunstancias de minorías sistemáticamente discriminadas, pero son bastante más compatibles con la libertad individual que la noción identitaria de empatía. No es necesario acoger como propia la cosmovisión de otros para poder reconocerlos como parte integral de la sociedad y tratarlos con gentileza y consideración. En ese sentido, son unos principios moralmente superiores a la empatía.

Pero no solo son superiores moralmente, son además unos principios más robustos en la práctica. La empatía tiene requisitos prácticos difíciles de mantener en una sociedad no supervisada. Es difícil que todos estemos de acuerdo en nuestra visión del mundo. Piensen, por ejemplo, en lo que exige que cada persona de la sociedad sea consciente de las circunstancias que hacen que cada minoría haya sido históricamente marginada. No solo se necesita un sistema que le ofrezca a todos en la sociedad exactamente la misma información sobre el pasado, sino que éste debe garantizar que cada persona interprete y analice esa información de forma similar. La compasión y la tolerancia no exigen eso. Basta con que las personas sepan de las condiciones desfavorables contemporáneas de otros para validar la construcción de actitudes de gentileza extraordinaria hacia ellos.

Así las cosas, aunque la empatía parece ser el camino natural para llegar a un mundo hermoso en el que todos convergemos hacia la misma forma de ver el mundo, es realmente la puerta a un proyecto de sociedad totalitario e inestable. La compasión y la tolerancia, en cambio, no prometen un mundo sin tensiones y desacuerdos, pero ofrecen la posibilidad real de una sociedad donde personas diferentes pueden coexistir. Los invito a ser menos empáticos, pero más compasivos y tolerantes.

Por: Javier Mejía Cubillos (*)

*El autor es Asociado Postdoctoral en el departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Stanford. Ph.D. en Economía de la Universidad de Los Andes. Ha sido investigador y profesor de la Universidad de Nueva York–Abu Dhabi e investigador visitante de la Universidad de Burdeos.

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