Siendo la transición energética un problema de desarrollar nuevas tecnologías, son los países del norte quienes más tienen por ganar.

Es indudable que las soluciones que requerimos requieren de muchísimo comercio internacional, pues por ejemplo, los minerales necesitados para instalar la energía eólica y solar que debe desplegarse a través del mundo, solo se encuentran en ciertos países. Las transferencias de conocimiento, de servicios y de productos entre países son también fundamentales para afrontar los retos a los que se enfrenta el mundo actualmente.

Los defensores del libre comercio tienden a justificar su ideología basados en la eficiencia. Se asientan en los postulados de Adam Smith, quien pregona que cada quien debe especializarse en las actividades que mejor sabe hacer, para después hacer comercio con otros actores, y así se puede lograr el bienestar mayor para la población en su totalidad. La mano invisible.

Esta teoría ha mantenido a los países del sur en un rol de exportadores de materia prima, mientras el conocimiento tecnológico y los productos y servicios de alto valor agregado se quedan en el norte. ¿Cuál es, entonces, la ventaja competitiva de los países “desarrollados”? Muchos dirían que esa ventaja es poseer el poder económico y el conocimiento, como un legado del colonialismo, para continuar haciéndonos pensar que debemos mantenernos en el destino de exportadores de commodities. Siendo la transición energética un problema de desarrollar nuevas tecnologías, son los países del norte quienes más tienen por ganar. Esto es clarísimo en los índices de competitividad para la economía verde. Acá, se vuelve a repetir la misma historia; las empresas de los países desarrollados importan la materia prima de los otros países para después vendernos sus mismos productos finalizados.

Últimamente está en proceso de construcción y debate una política pública de la Unión Europea para restringir la importación de productos que no hayan pagado un impuesto al carbono similar al que actualmente tiene la Unión Europea para sus propios productos. Algunos sectores califican estas políticas como ecoimperialismo, pues se trata de imponer condiciones a los países, muchas veces dependientes de esas exportaciones, que son muy difíciles o imposibles de cumplir en materia de competitividad, contribuyendo más a su vulnerabilidad.

Personalmente, considero que estas medidas son imperativas, pero deben estar acompañadas también de acompañamiento y financiación hacia los países del sur para que podamos cumplir con esos requisitos. Puede entonces que nos volvamos a preguntar; ¿No deberíamos enfocarnos más bien a desarrollar nuestras industrias, para nuestro propio consumo? Esta no es una pregunta nueva; es la misma que se hicieron en Latinoamérica en los 60’s los pensadores de la teoría de la dependencia, donde latinoamérica cultivó un sentimiento anticolonial que se manifestó en políticas desarrollistas, que dicho sea de paso, funcionó mucho mejor en la medida que los defensores del libre mercado suelen defender: el crecimiento económico.

Por: Daniel Gutiérrez Patino*

*El autor es fundador de Saving The Amazon

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia.