Desde el Banco de la República se ha alertado que la actual reforma podría acabar con 450.000 empleos formales en los próximos años. Este pronóstico no es descabellado. ¿Por qué?

Buena parte de los mayores expertos colombianos en economía laboral están en el Banco de la República. Un grupo de ellos hizo público recientemente un reporte en el que estiman los muy altos costos que vendrían de la reforma laboral propuesta por el gobierno actual. Ellos pronostican que unos 450.000 empleos formales desaparecerían en los próximos tres o cuatro años producto de aquella reforma.

Creo que existen muchas razones para pensar que ese pronóstico es razonable y quisiera ahondar en ello, pensando en las consecuencias de más largo plazo. ¿Qué pasa en una sociedad luego de una o dos décadas de hacer mucho más costosa la generación de empleo formal?

Un buen punto de partida es pensar en uno de los resultados más robustos en la historia económica de la modernidad, hablo de cómo la mecanización suele ser el camino preferido por el empresariado para enfrentar altos costos laborales. Por ejemplo, es difícil entender la Revolución Industrial sin tener en cuenta lo costoso que era el trabajo en Inglaterra.

Bob Allen, uno de mis mentores y gran experto en la historia económica europea, mostró hace muchos años cómo los salarios en Londres eran cerca de dos veces mayores a los del resto de los centros urbanos de Europa, India y China en el siglo XVIII. Esto, sumado a los menores costos del carbón en Gran Bretaña, hizo que los empresarios ingleses empezaran a adoptar las recientes innovaciones en maquinaria industrial con el objetivo de reducir sus costos laborales.

Aunque eventualmente la mayor innovación tecnológica abrió las puertas del crecimiento económico moderno, trayendo las mayores mejoras en las condiciones de vida en la historia humana, el creciente consenso de la academia es que las tempranas décadas de la Revolución Industrial fueron profundamente perjudiciales para los trabajadores. La pobreza, hambre, y enfermedad prevalecieron por décadas entre los obreros en los centros industriales de Inglaterra.

Los peligros de la mecanización serán particularmente importantes para Colombia en las décadas venideras. El aumento en los costos salariales de la reforma coincidirá con la rápida mejora y abaratamiento de tecnologías como los robots comerciales y la inteligencia artificial, las cuales tienen un potencial extraordinario para reemplazar trabajos medianamente calificados.

Entonces, lo que uno debería esperar es que en los próximos 10 o 20 años buena parte del grupo de trabajos formales que ha compuesto a la clase media colombiana desaparezca. Empleos como los cajeros en supermercados y restaurantes, los celadores en conjuntos residenciales y centros comerciales, y los encargados de atención al cliente en bancos y hospitales serán convenientemente reemplazados por máquinas a las cuales no habrá que pagarles recargos nocturnos, ni dominicales, ni indemnizaciones por despido. Y esto seguramente vendrá con mejoras en productividad, tal como en la industrialización británica; sin embargo, puesto que la mayoría de las innovaciones de las que hablamos no son generadas en el país, ni tienen nada específico que sugiera que empezarán a generarse allí, hay pocas razones para esperar que los órdenes de magnitud de estas mejoras compensen los costos en bienestar de la destrucción de empleos.

Todo esto, paradójicamente, coincidirá con una reducción del costo del trabajo informal. Aquellos cientos de miles de trabajadores que no podrán conseguir trabajo en el sector formal competirán con otros millones de personas que ya trabajan en el sector informal en ocupaciones que se han realizado con la misma tecnología por generaciones. Así, el país tendrá más jornaleros, jardineros, empleadas domésticas, y demás trabajadores típicos de la economía del rebusque. Estos, con ingresos cercanos a la línea de pobreza, tendrán pocas oportunidades de acumular capital o educar a sus hijos, estancándose en los círculos de baja movilidad social a los que están expuestos ya tantos colombianos hoy.

En conjunto, esto profundizará la naturaleza dual de la economía colombiana. Porque contrario a lo que muchos piensan, la economía colombiana no es una economía precapitalista feudal. La baja productividad promedio del país resulta de la coexistencia de una pequeña economía formal moderna que tiene lugar en sectores con firmas de gran tamaño, no muy diferente a la que caracteriza la de países de altos ingresos como Suiza o Alemania, con una economía tradicional gigantesca de muy baja productividad en sectores donde proliferan microempresas y autoempleados, tal como la que domina en países de ingresos bajos como Sierra Leona o Liberia.

Este atributo dual de la economía del país es importantísimo, ya que allí es donde realmente descansa nuestra alta desigualdad, aquella de la que el gobierno actual dice preocuparse tanto. El ingreso promedio en Colombia es menor al salario mínimo legal, esto ya hace evidente que la mayoría de las personas en el país no pueden acceder a los empleos del sector formal. Por tanto, tener un empleo formal ya es un privilegio en Colombia.

Con esta reforma, lo será aún más. Lo que tendremos en 10 o 20 años, si se aprueba esta reforma, será entonces una sociedad cada vez más segregada en la que las clases medias altas urbanas gozarán de trabajos mejor pagados, con mayores garantías y estabilidad en el sector formal, mientras que una fracción más grande del resto del país vivirá de trabajos más inestables, con menores ingresos, y mayores riesgos. Es decir, no haremos más que ampliar la brecha entre los privilegiados y ‘los nadies’.

Por: Javier Mejía Cubillos*
*El autor es Asociado Postdoctoral en el departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Stanford. Ph.D. en Economía de la Universidad de Los Andes. Ha sido investigador y profesor de la Universidad de Nueva York–Abu Dhabi e investigador visitante de la Universidad de Burdeos.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia.

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