¿Cuáles son las narrativas que soportan la guerra contra las drogas? Pensar en el consumidor como un delincuente.
En una anterior columna reflexionaba sobre las posibles tensiones entre lo que se ha caracterizado como un enfoque “territorial”, enfocado a la idiosincrasia de cada lugar, y las macro-estructuras que determinan el futuro de nuestra humanidad, como nuestro sistema económico, cultural e ideológico. Un excelente ejemplo para reflejar esta tensión es la posición de Colombia ante la lucha contra las drogas.
La prohibición de las drogas recreativas viene impuesta por Estados Unidos, durante la presidencia de Richard Nixon, en donde se les consideraron como un objetivo militar por cómo sus efectos podrían causar perjuicios a la salud pública de los ciudadanos, y por qué no, al sistema represivo y macartista que vivía ese país en épocas de guerra fría. Así, Colombia importa esa ideología mediante el poder blando de la potencial mundial, que impone sus visiones ideológicas al resto del mundo y empezamos en Colombia a luchar contra la producción de cocaína, con resultados patéticos. Viajando por Nepal el anterior año, me comentaron que al Nixon declarar que las drogas debían ser ilegales, allá se les prohibió fumar marihuana, esa mata que llevaban más de 1,000 años consumiendo culturalmente y que de repente debía ser considerada un delito porque un gobierno en el otro lado del mundo tuvo esa revelación.
¿Cuáles son las narrativas que soportan la guerra contra las drogas? Pensar en el consumidor como un delincuente. Si el gran problema de las drogas se encuentra en el efecto nocivo que genera en el que las consume, ¿no deberíamos más bien ayudarle a esa persona a que salga de esos ciclos degenerativos? Mientras el consumo y el expendio de drogas sea ilegal, los consumidores seguirán viéndose rechazados por una sociedad que desesperadamente busca enemigos internos para justificar el orden de las cosas. La ética judeo-cristiana nos ha enseñado a los hijos de estas civilizaciones que las conductas heterodoxas deben ser reprimidas y que el potencial humano necesita de una sumisión a los valores culturales de las sociedades presentes; pero nuevas ontologías e ideologías, hijas de nuestra desestructurada posmodernidad han pregonado que el potencial humano necesita de nuevos paradigmas que confrontan directamente a la ortodoxia. Las drogas psicodélicas son también un mecanismo para visionar mundos distintos y despertar nuestra sensibilidad.
¿Qué puede hacer Colombia en esta lucha ideológica? En primera instancia, debemos tener una conversación honesta y pragmática sobre la necesidad y los retos que puede enfrentar un cambio en nuestra política de drogas. ¿Puede Colombia liderar una transición hacia la regulación y no la prohibición?¿Debe esta transición ser liderada por los países del Norte Global? Juan Manuel Santos dijo recientemente que Colombia no necesita la aprobación de Estados Unidos para plantear medidas hacia la regulación de las drogas; finalmente hemos sido quienes han puesto los muertos en esta guerra, tenemos la autoridad histórica para plantear nuevos caminos al mundo entero. Esta columna es el resultado de una inspiradora conversación que tuve con el equipo de Knowmad Institut, una organización que dentro de sus ejes está el contribuir a reformular las actuales políticas de drogas. Invito a todos y todas a que estudien las valiosas contribuciones de este instituto.
*El autor es fundador de Saving The Amazon
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