El poder de los distintos actores y los límites son determinantes en cuanto a cuáles son las libertades que más debemos proteger.
Seguro has escuchado el dicho que dice: “mi libertad va hasta donde empieza la del otro”. Desde esta concepción, inmediatamente nos ubicamos en entender a la libertad desde su dimensión individual; como la que experimenta un particular y cuyo límite es el otro; todo lo que no sea su propia individualidad. Vale la pena reflexionar sobre los postulados de esta definición; ya que existen distintas perspectivas, donde la relación con el otro, y con el medio ambiente, sea entendida como algo que exponencie la propia libertad.
Es valioso entonces visitar una relación dialéctica y siempre constante entre dos conceptos: la libertad y el límite. Las leyes, que esencialmente dictan los límites a los patrones que son permitidos en cierta sociedad, permiten entonces que los ciudadanos puedan experimentar la libertad de ser unos agentes con cierto poder de decisión dentro de un sistema social específico.
Podemos entonces divisar cómo la libertad ha sido siempre estrechamente relacionada con el poder, los grupos sociales con el poder político y/o económico han sido quienes más han podido ejercer la libertad, y moldear las concepciones de los otros grupos sobre el ¿Libertad para qué?
Ahora; ¿Cómo podemos sopesar a cuáles libertades debemos darles más prioridad?
Usemos un ejemplo directamente relacionado con la problemática ambiental para situar el problema. Los derechos que están en la carta de Los Derechos del Hombre y del Ciudadano enuncian derechos que se han llamado de “primera generación”, que son individuales. Luego llegan otro tipo de derechos. Particularmente, los derechos de tercera generación son colectivos, como el derecho a un medio ambiente sano y a la paz. El derecho a un medio ambiente sano necesita que los límites de contaminación, cambio de hábitat y sobreproducción no sean sobrepasados; pero eso necesitaría también reducir drásticamente los niveles de consumo de las clases más privilegiadas (si buscamos aumentar al mismo tiempo el bienestar de las sociedades más pobres y vulnerables). Estaría en contra de todos nuestros preceptos ideológicos el obligar al millonario a limitar su libertad para consumir, pero esto es lo necesitado para cumplir con los preceptos de nuestro derecho a un medio ambiente sano.
El poder de los distintos actores y los límites son determinantes en cuanto a cuáles son las libertades que más debemos proteger. Estas decisiones están estrechamente ligadas a nuestros sistemas de valores. Mientras el conjunto de la sociedad no considere una prioridad el mantener un medio ambiente sano, esas no serán las libertades más defendidas. Las libertades que solemos defender con más entusiasmo son las inmediatas y materiales, como comprar, viajar, comer y salir; es esa obsesión por lo inmediato y material lo que nos ha hecho olvidar que detrás de todas esas libertades, está la de tener un medio ambiente sano, que tiende a ser más abstracta, difusa y difícil de experienciar en nuestro día a día.