La información masificada se ha convertido en uno de los negocios más rentables de esta época. El smartphone se ha convertido en el principal medio para cautivar audiencias. ¿Qué hacer?
Uno de los negocios más rentables en estos tiempos es la información masificada: partidos de fútbol, programas de telerrealidad (‘reality shows’), telenovelas, coprolalia de los influenciadores, series, así como especulaciones y ataques en las redes sociales, escándalos en los noticieros y, por supuesto, los anuncios comerciales. Y entre todos estos recursos, parece competirse por cuál ocupa el primer lugar en ese proceso por la estupidización global.
Cuando la mayor parte de los medios de información están controlados por empresarios, resulta muy fácil deducir que la intención de unos y otros apunta, en últimas, a obtener un beneficio lucrativo. Por supuesto que debe aparecer algún pretexto para cautivar a ese inagotable mercado mundial, que es de donde proceden las ganancias. Así, el truco para que esos contenidos resulten efectivos es incentivar las emociones, no la reflexión. Si las audiencias piensan, ellos pierden (mejor: dejan de ganar).
Implantar ideas en la mente de los consumidores es uno de los más reiterados objetivos del mercadeo y la publicidad. En esos ámbitos, se acude con frecuencia a la palabra ‘recordación’ para arraigar pensamientos constantes acerca de un producto o servicio determinado a fin de que se compre, se recompre (una y otra vez), se venda y se revenda, y se siga ese mismo ritmo de gasto hasta cuando sea posible vigilarlo y mantenerlo, aunque una infinidad de productos o servicios solo conformen el grupo de la ilusión (para ilusos). Eso sí: estimulando hasta la saciedad las emociones, solo las emociones.
Por ello, nada extraño es descubrir que las imágenes con las cuales se ofertan infinidad de productos y servicios presentan solo “bellezas”, mundos fantásticos, expresiones de satisfacción o a personas “exitosas”, entre muchos otros ingredientes de esta sopa etérea. La mayoría no son vitales, pues hemos habitado en este planeta por miles de años sin necesidad de acudir a estos para seguir existiendo.
Ese panorama, en apariencia, nada implica de censurable porque a todos los seres humanos nos asiste el derecho de expresarnos con libertad. Sin embargo, aquí va la primera objeción: los controladores de los medios de información y quienes controlan el Estado (confabulados) acaparan la oferta y, claro, las audiencias. Y, aunque muchos ciudadanos supongan que opinan por ellos mismos, esas “opiniones”, que se convierten en acciones, casi siempre son inducidas.
A fin de resguardar esta perspectiva, es mejor acudir a una fuente de suprema autoridad: Aristóteles. Con unas afirmaciones que se han soportado por cerca de 2.400 años, es dudoso, y hasta risible, que algún temerario pretenda derribarlas. En el capítulo III de Ética a Nicómaco, este pensador griego precisa cómo la fuerza y la ignorancia contaminan la voluntad. Por tanto, las acciones (como las compras desaforadas o el estancamiento con la boca abierta viendo un partido de fútbol) ejecutadas por desconocimiento (ignorancia) por lo regular son contrarias a la libertad.
Ahora sí, sumemos más objeciones. Habrá quienes recuerden cómo hace unos años un presentador de noticias solicitaba un permiso a los televidentes para ausentarse por unos minutos y anunciaba el segmento de comerciales. Ahora no, porque los espacios comerciales ya no se anuncian, sino que se imponen, se inyectan, se inoculan, entre una noticia y otra, entre el inicio y el encabezado de un programa. Le arrebataron al público el derecho a elegir los bocados informativos; ahora debe tragárselos. Esos espacios, junto con los de entretenimiento, se convierten en platos sazonados para ocultar por allí, sin que los solicite la gente, una gran cantidad de material tóxico.
Es más: junto a esta estratagema, muchos contenidos comerciales se disfrazan de noticia, y así se divulgan (los llamados publirreportajes, pero más agazapados). Así, se venden escorpiones con apariencia de delicados canarios. Con métodos semejantes, se promocionan campañas sociales para ayudar a ancianos, niños abandonados o a personas desplazadas, por ejemplo; sin embargo, allí el altruismo es solo una burla, pues el dinero recogido procede de los ciudadanos, pero dizque se agradece solo a la firma patrocinadora, la cual, explotando otra vez las emociones, promociona su marca, su producto; es decir, nota cómo empiezan a aumentar sus ventas, sus ganancias.
Sí: el asedio es desenfrenado, porque otra de las argucias proviene de la invasión y reiteración de esos mensajes: por el teléfono móvil, frente al computador, en la televisión, la radio y hasta en la portada de revistas y periódicos, espacio preferente en que ya no anuncian la noticia del día, sino automóviles, perfumes, tarjetas de crédito… En las páginas de internet, y en las redes sociales, nadie busca de manera directa un anuncio comercial, sino contenidos de otro tipo. No obstante, debe atascarse con las interrupciones abruptas de las ventas ante las cuales no se le permite escapar si desea seguir consultando la información que pretendía.
En este escenario, ¿cómo defenderse de ese cerco, de esa persecución? Para empezar, deben buscarse alternativas enriquecedoras de información (las mejores: los libros selectos). De ahí, la trascendencia de cultivar siempre el sentido crítico, que surge solo de una educación auténtica y, por supuesto, libre. Ninguna educación es auténtica si a partir de esta no es posible ejercer la libertad.
Por: Jairo Valderrama*
*El autor es Doctor en Ciencias de la Información de la Universidad Austral (Argentina) y profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de la Sabana (Colombia).
Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia.
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