David Manzur manifiesta un ánimo incansable por el arte y la curiosidad de saber cómo la tecnología influirá en la disciplina en la que ha entregado toda una vida
Si algo no le agrada a David Manzur es que se refieran a él como “maestro”. Asegura, si aceptara ese adjetivo calificativo no volvería a hacer nada. Además, afirma sin asomo de duda: el arte no se enseña. Este es una especie de fuerza interna que no se puede transmitir y nace con el individuo.
Por ello, a los 93 años de edad, el renombrado artista colombiano lo que realmente quiere es seguir explorando nuevos conceptos plásticos. De hecho, uno de sus deseos es vivir 100 años más para ser testigo de lo que se podrá generar con el arte digital. “Tarde o temprano nos tendremos que enfrentar a la Inteligencia Artificial”, dice. Y se cuestiona a sí mismo: “¿qué nos podrá dar en materia de imágenes? ¿Serán visuales, serán auditivas? ¿Serán palabras? O ¿Serán simplemente sonidos, para los cuales no tenemos códigos para interpretarlos?”.
Esta incansable curiosidad lo mantiene con las mismas energías que tenía cuando era más joven. “En este momento estoy trabajando en una obra que tiene dos metros de altura y tengo que estar subiendo y bajando de un andamio. Esta agilidad me permite pensar desde el punto de vista conceptual e ir agregando pasos y más pasos en la cabeza”, comenta a Forbes Life.
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El pretexto para conversar con él, son los 70 años de trayectoria que está celebrando este 2023. Parte de los acontecimientos que han implicado esta conmemoración es el lanzamiento de su libro, editado por Skira, en donde se hace una revisión de sus obras más emblemáticas.
“David Manzur es un artista al que le encanta vivir fuera de tiempo, fuera de la historia: es un artista que ocupa intencionalmente un lugar apartado de la historia del arte. Demasiado distinto, demasiado intelectual para ser incluido en cualquier corriente artística del siglo XX”, explica Eugenio Viola, curador del Museo de Arte Moderno de Bogotá, quien escribió el texto del libro.
“El arte no se enseña. Es una especie de fuerza interna que no se puede transmitir y nace con el individuo”
David Manzur, artista plástico
Al preguntarle qué le pareció la obra terminada, Manzur esboza una sonrisa y se apresura a comentar: “conmigo nunca hay nada terminado. Uno en la vida no muestra los errores que ha cometido y cuando se hace un libro, generalmente, ponen lo mejor que se ha hecho”. Por esta razón, el lanzamiento de la obra editorial lo ha hecho recapacitar respecto a la manera de “corregir los errores”, así como revisar las experiencias buenas y malas que ha tenido en su devenir artístico.

CONSTRUIR SOBRE LOS PEDAZOS
David Manzur nació en 1929 en Neira (Caldas); aunque desde muy temprana edad se trasladó con su madre a Guinea Ecuatorial y más tarde a España. Regresó a Colombia a finales de los años 40 para estudiar en la escuela de Bellas Artes de Bogotá.
Debido a esos trayectos, su pasión por el arte se vería influida profundamente por los grandes maestros de la plástica española como Francisco de Zurbarán, Diego Velázquez, Francisco de Goya o Pablo Picasso.
“Yo siempre he pensado que mirando al pasado pueden encontrarse cosas que no se hicieron (…) Todos estos pintores tienen un gran aporte a lo visual, pero no para copiarlos, sino para observar cómo lo hicieron”, resalta el artista colombiano
Él no repara en citar a otra gran figura como Balzac quien dijo: “el arte que no asombra no es arte”. Manzur agrega que es importante ser misterioso y no siempre explicar todo, porque, como siempre lo ha dicho: “el que ve la obra, a su manera y según su cultura, termina la obra.”
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En la propuesta plástica del artista aparecen, constantemente, figuras de caballos, el cuerpo humano y naturaleza muerta… Estos elementos son parte de su búsqueda de distintas posibilidades poéticas. Desde su visión profunda, es como si rompiese el caballo y con los pedazos construir algo más.
El resultado es una nueva forma y Manzur lo explica así: “No el caballo heroico que todo el mundo quiere, sino una imagen idealizada sobre una base temática que es caballo. Lo mismo ocurre con la figura humana en materia de tratamiento visual”.
Para encontrar esas posibilidades infinitas, reconoce que aun cuando duerme, o está descansando, mentalmente continúa trabajando y visualizando los cuadros de una forma tan precisa que, a veces, esa imagen supera a la obra al momento de volver material la forma, y se daña.
Así transcurren muchos de sus días en Barichara (Santander) en donde vive desde hace años. “En las vueltas de la vida terminé en este pueblo adorable de tipo colonial. En este lugar he encontrado la luz más perfecta, la temperatura ideal y, sobre todo, el espacio para construir el estudio y poder trabajar”, finaliza con ese entusiasmo de crear y evolucionar.