La equidad de género no empieza con movimientos externos, en grupos de trabajo o marchas. La verdadera equidad inicia educando a niños y niñas que piensen en igualdad, libres de expresarse desde lo femenino o masculino.

Desde hace unas semanas vengo siguiendo en redes a influenciadoras, madres de niños (varones) que de manera jocosa han sabido retratar uno de los mayores retos que en lo personal he enfrentado como abanderada de la equidad de género y mamá de varones: la crianza con enfoque de género.

Estas mujeres enseñan a sus hijos a cocinar, hacer las tareas del hogar, llorar y sentir, rompiendo los paradigmas bajo los cuales fuimos educados y continuamos siendo medidos. La literatura de pedagogía infantil tiene cuentos, libros y consejos para educar niñas más conscientes, empoderadas, capaces de conquistar cualquier rincón del planeta, profesión y lugar (como siempre debió ser), pero poco se ve sobre el otro lado de la balanza: el rol de los hombres en este nuevo mundo que viene avanzando en igualdad para las mujeres. En la crianza de varones en la era de la “nueva masculinidad” son escasos los referentes. Celebro y aplaudo que abramos espacios para hombres (y mujeres) que quieren expresarse desde lo femenino y ser en su esencia libres. Pero veo en mis hijos una mirada de desconcierto al no verse dibujados en esos referentes y no entender cómo entonces debe ser un hombre en esta nueva era.

Los problemas actuales en la definición de la masculinidad son reales y están bien documentados. Factores como la desindustrialización y la automatización han cambiado drásticamente el mercado laboral y no a favor de los hombres: la necesidad de trabajo físico ha disminuido, mientras las habilidades blandas y las credenciales académicas son cada vez más recompensadas. Esto ha hecho que un creciente número de hombres en edad de trabajar se hayan desconectado del mercado laboral. Mientras tanto, las mujeres avanzan en la educación y en el trabajo, lo que socava aún más el modelo de “proveedor” que durante mucho tiempo ha estado arraigado en nuestra concepción de la masculinidad.

Además de los desafíos en el ámbito laboral, también se han producido cambios significativos en las relaciones y la dinámica de género. Las mujeres ya no dependen del matrimonio como medio para la seguridad financiera o incluso para la maternidad (un número creciente de mujeres elige formar familias por sí mismas, con la ayuda de la tecnología reproductiva). Las mujeres son “cada vez más selectivas”, lo que lleva a un aumento de los hombres jóvenes solitarios y solteros. Los hombres representan casi el 75% de las “muertes por desesperación”, ya sea por suicidio, abuso de alcohol o sobredosis.

No obstante lo anterior, los hombres todavía dominan los puestos de liderazgo en el Gobierno y las corporaciones. En Colombia no hemos tenido aún la primera presidenta de la República y según el más reciente estudio del Club del 30% solo el 9,5% de presidentes de compañías listadas en bolsa son mujeres y la participación de mujeres en juntas directivas es de solo 22,3%.

Mientras los últimos 50 años han sido revolucionarios para las mujeres, el movimiento feminista ha defendido su poder y ha surgido toda una disciplina académica para teorizar sobre el género y explorar la historia de las mujeres; no ha habido una conversación correspondiente sobre qué papel deben desempeñar los hombres en un mundo en cambio. Abordar estos desafíos requiere una conversación abierta y constructiva sobre lo que significa ser un hombre en el mundo moderno, y cómo podemos fomentar relaciones saludables, igualdad de género y oportunidades para todos. Esto no significa restar importancia a los avances logrados por las mujeres, sino reconocer que la evolución de la sociedad afecta tanto a hombres como a mujeres, y que la igualdad de género es un objetivo que beneficia a todos.

Por: Natalia González Santa*
*La autora es gerente General de Women in Connection y partner en Figamma Arquitectura Interior.

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