En épocas en donde todos somos influenciables por las redes, tendencias y grupos, resulta contradictorio hablar de tener libertad, si se tiene en cuenta que seguimos a otros. ¿Por qué?

Resulta muy complejo determinar si la libertad también incluye la opción de la esclavitud como forma de vida, cediendo el control del cuerpo y permitiendo la tiranía sobre las propias ideas, que es el mayor de los sometimientos. Esto se debe a que pensar, y sobre todo actuar, solo como otros dicen es entregar el destino y, por supuesto, la existencia toda para que la moldeen. Una autoestima minúscula sepulta el presente y el futuro de cualquier persona; y cuando la confianza en sí misma tambalea todo el tiempo, se regalan las decisiones a los oportunistas y explotadores, por incapacidad, pereza o conveniencia. Es el perro que agacha las orejas y la cola por un trozo de pan: comer y ocultar las penas le resulta más vital que pensar.

Sin embargo, mientras el flujo del pensamiento se derive de las investigaciones, cavilaciones y decisiones personales, acertadas o no, cada uno estará abriendo su camino. Ante ello, la inquietud aquí aparece cuando las afirmaciones ajenas se toman como verdades y se asumen como resoluciones propias. Desde este punto de vista, la manipulación ha llegado a su máximo nivel: cuando las víctimas creen que sus pareceres surgen de la voluntad de ellas, y no del trabajo agazapado y constante de su manipulador, a quien denominan “guía”, “pastor”, “maestro”, “doctor”, “líder”, “padre”, “orientador”, “hermano”, o “gran hermano”, y otros apelativos más que llevan incorporado el sentido de superioridad. Se trata de que los seguidores de manera inconsciente afiancen la condición de inferiores, desvalidos o inútiles, y solo sigan el camino que otros trazan para que así no encuentren el propio.

El borreguismo ha existido desde el surgimiento de las llamadas civilizaciones. Desde entonces, se cuentan los dominadores y los dominados, y la lógica señala que unos sin los otros no son posibles. Entre estos dos grupos, es claro que los dominados serán la mayoría, y el discurso que se impone sobre ellos debe ser circular, repetitivo, insistente y con una carga emocional muy fuerte, para evitar a toda costa que razonen. Por eso, también se les amaestra para que eludan en todo momento las versiones diferentes, porque si ellos encarnan la “verdad” para qué consultar otras interpretaciones si serán solo “falsedades”. Tampoco deben saber que los hombres ruines, sus amaestradores, pisotean el honor para conservar su prestigio.

Esa esclavitud, que es la peor, la de ideas, se arraiga porque se extingue la oportunidad para contrastar y confrontar versiones, y es evidente que estos sumisos ignoran cómo el criterio se cultiva y engrandece solo con el contraste, la comprobación y la duda. Al parecer, se les ha instruido para evitar cualquier postura distinta; los han persuadido hasta el tuétano de que pensar por cuenta propia y con otros discursos o teorías provocará el riesgo de padecer una condena eterna, y se los dicen con voces arrulladoras. Esos ingenuos confunden los “buenos” modales con la honestidad.

La posibilidad de liberarse es casi nula si un mensaje ha sido reiterado durante mucho tiempo y en el mismo cerebro vacío de estos damnificados. Ignoran que se tiene dignidad solo cuando nos apartamos de quienes somos objeto de burla y engaño: políticos, mercaderes, pastores y amantes oportunistas. Es más: dentro de su mente, los ingenuos se repiten sin cesar las mismas palabras que son sus cadenas, persuadidos de que deben agradecer por una libertad remedada; pero, mientras alguien crea que debe agradecer por su libertad, la esclavitud sigue viva.

Sí: son esos que suponen que llevan la verdad, porque repiten las afirmaciones del que creen inefable, de ese que nunca se equivoca. Jamás han considerado que todos los seres humanos se equivocan; si no, serían dioses. Tal vez, por eso entristece tanto comprobar cada día cómo millones de estos dicen: “Es mi ídolo”. Además, repetimos, cuando un ser humano lame los pies de otro, casi siempre debe arrastrarse, desconociendo (esto es lo peor) si los zapatos han transitado por un suelo lleno de excremento; pero, en estos tiempos, ese es el material preferido que los incautos ingieren de las redes sociales, la televisión, las tribunas y de sus “salvadores”, imaginado que saborean deliciosos postres.

Eso ha funcionado en incontables espacios y a cualquier edad, como la señora que solo después de los 50 años decidió sumergirse en los discursos de un nuevo grupo de salvación eterna, porque allí notaron su autoestima baja y el carácter vulnerable que la convertía en una presa fácil. Ella repite ahora los “testimonios divinos” a los que nunca había atendido durante su medio siglo de existencia, reforzados por supuesto con la cháchara repetida de su “orientador” de vida. A él debe compensarle, con un dinero periódico e infaltable, los “favores” disfrazados con unas palabras que inclusive aplastaron el efecto de las advertencias sinceras de los seres queridos. En plena pandemia de coronavirus, la señora llegó hasta el punto de afirmar que no había ningún riesgo de contagio porque así lo había dicho su “maestro” o “pastor”. Esa es la llamada falacia ad verecundiam: creer que una afirmación es verdadera porque la dijo su “ídolo”.

Así, una vez más, se evidencia que la ignorancia es un derecho, y en este la adulación funciona como un recurso de engaño porque se generalizan la autoestima falsa y lasuperstición que alimentan el conformismo. Cuando ha pasado mucho tiempo bajo el sometimiento de estas falacias, ya no importa si es la misma libertad la que los invita a salir. En el discurso machacado de esos serviles, se percibe el bloqueo total cuando intentan exponer alguna idea propia: un perro es dócil si ha aprendido a ladrar en el mismo tono, con la misma frecuencia y con la misma fuerza que le ha indicado su amo.

Asimismo, les aterra encontrar “posverdad” en el diccionario. La actitud servil ni siquiera les deja notar el cambio del sentido de las palabras de su “guía” y, por miedo, suponen que es una ofensa controvertir. Por eso, siembra temor y recogerás voluntades.

El desenlace trágico de este fenómeno se exhibe en toda su magnitud cuando estos desafortunados ya repiten la prédica rutinaria de su prisión. Cerrando el candado y arrojando muy lejos la llave, por ellos mismos se encierran en la celda de sus ideas férreas y, sin intuir el engaño del cual han sido objeto, esclavizan su vida convencidos de que han elegido con libertad.

Por: Jairo Valderrama*
*El autor es Doctor en Ciencias de la Información de la Universidad Austral (Argentina) y profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de la Sabana (Colombia).

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia.

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