El crecimiento del 2023. 0,6% según datos del Dane, fue terriblemente malo. ¿Por qué se dice que el país está viviendo una 'argentinización'?

En Colombia, existen cifras de crecimiento económico anual desde 1905. Las más confiables provienen del GRECO del Banco de la República—un valioso proyecto que lideró Miguel Urrutia hace un par de décadas, buscando mejorar nuestro entendimiento de la historia macroeconómica del país. Esas cifras hicieron visible la extraordinaria robustez de la economía colombiana. Desde 1905, Colombia solo tuvo crecimiento negativo en 1930-31 (-0,86% y -1,60%), 1999 (-4,2%), y 2020 (-7,3%) y los siguientes dos periodos de peor crecimiento económico fueron 1942-43 (0,21% y 0,41%) y 1982 (0,95%).

Es fácil reconocer que todas las crisis económicas del país estuvieron asociadas a fuertes choques internacionales. En 1930-31, el mundo estaba atravesando la mayor crisis de la historia del capitalismo, la Gran Depresión; en 1942-43, se vivía la etapa más incierta de la Segunda Guerra Mundial; en 1982, Latinoamérica se encontraba sumida en el peor momento de la Crisis de la Deuda; y en 2020, nos vimos enfrentados a una pandemia que paralizó la economía mundial por meses.

Me detendré un segundo en la crisis del 99 porque la opinión pública colombiana parece tener poca consciencia de su origen externo. Contrario a lo que muchos piensan, la crisis del 99 fue una más de las decenas de crisis que estallaron en el mundo en desarrollo desde el colapso de los mercados financieros asiáticos a mediados de 1997. Este colapso, que inició en Tailandia, en lo que se conoció como la crisis Tom Yam Kung, generó gran preocupación en los inversionistas internacionales y contrajo rápidamente la oferta de crédito al Este de Asia. Esto se tradujo, prontamente, en una contracción económica severa en la región. En 1998, Singapur, Corea del Sur, Tailandia, Indonesia, y Malasia decrecieron a más del 5%. La preocupación por la estabilidad de las economías emergentes no se detuvo en el Este de Asia.

A mediados de 1998 se desencadenó la Crisis Financiera Rusa y, para finales de ese mismo año, la situación en buena parte de Latinoamérica, particularmente en los países andinos, se agravó. Esto, sumado al deterioro en los términos de intercambio—que bien ilustraron los precios del petróleo cayendo por debajo de los 11 USD por barril—y a fragilidades locales específicas de cada economía, llevó a la contracción del 4.2% del PIB en Colombia, el 4.7% en Ecuador, y el 6% en Venezuela.

Así las cosas, es evidente que el crecimiento del 2023—0,6% según datos del Dane—fue terriblemente malo. Lo fue en términos absolutos. Solo hubo cuatro momentos de peor desempeño económico en los últimos 120 años. Pero fue aún más malo en términos relativos, puesto que sucedió en un contexto internacional bastante favorable. El año pasado, el crecimiento económico promedio en el mundo fue 3%, y el de Latinoamérica fue 2,3%.

El viento internacional fue, además, particularmente favorable para Colombia. En primer lugar, la popularidad del país como destino turístico no ha parado de crecer desde la firma de los acuerdos de paz con las Farc. En 2023, el país recibió más de 5 millones y medio de turistas, 23% más que 2022. En segundo lugar, los términos de intercambio fueron bastante favorables. El barril de petróleo se mantuvo por encima de US$70 todo el año y los precios del café y el oro se recuperaron de las fuertes caídas de finales de 2022 y bordearon los máximos de los últimos 15 años. Finalmente, el incremento en las tensiones entre China y EEUU ha promovido la reubicación de la producción industrial en Latinoamérica, algo que, aunque Colombia ha desaprovechado, ha disparado las cifras de inversión en México y Brasil.

Es decir, las condiciones internacionales para que Colombia creciera vigorosamente en el 2023 eran difíciles de mejorar. Hay que decirlo con claridad, el estancamiento económico colombiano tuvo factores estrictamente locales. Esto fue obvio para todos los analistas a lo largo del año, en la medida en la que las proyecciones de la economía mundial se fueron revisando al alza, mientras que las de la colombiana se fueron revisando a la baja.

Las razones específicas de esta desaceleración son múltiples. La expansión excesiva de los dos años previos y la desconfianza generada por el actual gobierno son quizá las más importantes. No ahondaré en esto, ya es algo que ha sido bastante bien descrito por otros analistas. Lo que sí quisiera señalar aquí es cómo esto parecería ser parte de una transformación estructural del país, que me gusta llamar “la argentinización de Colombia.” Con este término, lo que busco es hacer referencia a la convergencia de Colombia, en los últimos años, hacia los patrones populistas latinoamericanos y la desaparición de sus dos grandes singularidades: la alta estabilidad macroeconómica y la alta violencia política. En la medida en la que la vía armada se ha ido cerrando para los proyectos extremistas y se han ido abriendo las puertas del camino electoral, se han reducido los actos violentos con motivaciones políticas, pero la política económica se ha ido haciendo más volátil.

No sé si hemos de continuar por este nuevo sendero. Solo sé que si lo hacemos, prontamente será necesario volver a escribir una columna acerca del nuevo año con el crecimiento económico más decepcionante de la historia.

Por: Javier Mejía Cubillos*
*El autor es Asociado Postdoctoral en el departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Stanford. Ph.D. en Economía de la Universidad de Los Andes. Ha sido investigador y profesor de la Universidad de Nueva York–Abu Dhabi e investigador visitante de la Universidad de Burdeos.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia.

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