Un profesor es mucho más que un transmisor de conocimiento, especialmente cuando se trata de formar a las nuevas generaciones. Por eso, no se puede asumir que la tecnología es un reemplazo de todo. ¿Por qué?
Es 2030 y Catalina—una joven colombiana que cursa su Doctorado en Física en la Universidad de Princeton—entra por primera vez a la clase de Física Teórica del profesor Albert Einstein, asombrosamente recreado por medio de la IA. Catalina escucha y observa ese holograma con fascinación, como le ocurre al resto de los asistentes en esa aula con lleno total.
Aunque temerosa al inicio, Catalina se anima finalmente a preguntar a aquella imagen sin brillo humano en sus ojos: “Profesor, es impresionante su entendimiento e inteligencia. Creo que usted conoce mejor su obra que el Einstein del siglo XX porque él no podría tener, a la mano y en un instante, las reflexiones sobre todos sus escritos y conferencias. Pero ¿puede también ser como él en cuanto a su capacidad para inspirar no solo con el conocimiento, sino también con su ejemplo moral y motivacional?”.
El Einstein-IA le explica que su procesamiento de grandes cantidades de datos es automatizado, sin una comprensión consciente o subjetiva. También le aclara que no tiene una voluntad libre, está determinado por algoritmos y otros condicionamientos. No tiene intenciones ni deseos propios. Escuchando esto, Catalina desiste de su siguiente pregunta. Se da cuenta de que las respuestas del Einstein-IA, aunque perfectamente lógicas, no podrían ir más allá de lo técnico. Piensa que un ente sin libertad ni voluntad no estará en capacidad de darle una respuesta que sea genuinamente humana.
Pensé en esta escena distópica después de haber tomado un curso con el profesor Martin Puchner, de la Universidad de Harvard, quien en su página web ofrece la posibilidad de interactuar con GPTs personalizados de personajes como Sócrates, Jesús, Shakespeare y otros. Esta poderosa herramienta nos lleva reflexionar sobre los límites de la IA en el proceso de enseñanza-aprendizaje y en lo que significa ser un verdadero maestro.
Un profesor es mucho más que un transmisor de conocimiento, especialmente cuando se trata de formar a las nuevas generaciones. La tecnología puede reproducir exponencialmente el conocimiento, pero lo que no puede replicar es la capacidad del maestro para educar a través del ejemplo, para motivar a los estudiantes con valores y principios éticos hechos vida, para—con cariño y respeto por sus estudiantes y colegas—inspirar con su lucha personal por ser mejor cada día. Como la Catalina del futuro, nuestros estudiantes no solo buscan conocimientos técnicos, sino una inspiración que trascienda los algoritmos y les permita entender algo más profundo. Sus inquietudes no se limitan a las ciencias, sino que se extienden a las reflexiones éticas, de sentido, que acompañan a los grandes descubrimientos científicos.
Al igual que el personaje en la película Oppenheimer—cuando conversa con Einstein al lado del lago—la Catalina del 2030 y nuestros estudiantes de ahora están buscando respuestas sobre el papel de los científicos en la toma de decisiones que afectan a la humanidad. Pero lo que ellos y nosotros entendemos es que esas respuestas no vienen de fórmulas o datos, sino de una voluntad ética que solo puede experimentar y enseñar el ser humano, es decir, de la ejemplaridad moral.
A este concepto se refiere Santiago Bellomo en su libro Educación Aumentada: Desafíos de la educación en la era de la inteligencia artificial. La ejemplaridad moral es aquella que un educador transmite no solo a través de sus conocimientos, sino también con sus acciones y su vida toda ella. Un profesor ejemplar enseña cómo resolver problemas complejos, pero también cómo enfrentarlos con integridad. De manera similar, la ejemplaridad disciplinar y la ejemplaridad motivacional hacen referencia a cómo los maestros inspiran con su compromiso, con su manera de enseñar y su capacidad para motivar desde la empatía.
Al igual que Einstein, muchos de los profesores que usted y yo hemos tenido no han sido simplemente “máquinas” de conocimiento, sino personas con historias de vida que reflejan convicciones morales profundas.
La IA puede ser una excelente herramienta para ayudar a desarrollar la ejemplaridad disciplinar de los profesores, pero ella sola, por más “personificada” que esté, no logrará nunca ser maestra de vida, ni demostrar ejemplaridad motivacional o moral. ¿O podrá hacerlo con la llegada de la IA General, tan anhelada por los transhumanistas? ¿Qué pasará entonces con la vocación del profesor?
Abro el hilo y seguimos conversando.
Por: Rolando Roncancio-Rachid*
*El autor es rector de la Universidad de La Sabana.
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