Forbes conoció los detalles de producción, los desafíos logísticos y la visión de Luis Alberto Restrepo, Juan Pablo Urrego y Viviana Serna para reinterpretar esta obra desde lo más profundo del territorio nacional.

Cien años después de que La Vorágine marcara un antes y un después en la literatura colombiana, la obra de José Eustasio Rivera ha encontrado una nueva vida en la pantalla. La adaptación televisiva, dirigida por Luis Alberto Restrepo, no busca simplemente contar la historia de Arturo Cova y su huida hacia lo desconocido, sino sumergir al espectador en la atmósfera densa y palpable de la selva colombiana. En palabras del director, la obra de José Eustasio Rivera es “una novela por pedazos compleja de entender”, por su estructura que salta entre tiempos y realidades.

“Es una narración paralela entre lo que Arturo Coba vive en la realidad y lo que siente. No es una mirada lógica, es más animal, más intestinal”. La historia, que transita entre la violencia y el destino de sus personajes, se caracteriza por un amor “absurdo” entre los protagonistas: “Realmente los personajes ni se conocen bien ni congenian mucho y, sin embargo, las cosas que deberían separarlos, los terminan juntando”. La conexión emocional, el impulso visceral que los lleva a vivir la aventura, está al centro de la trama.

Juan Pablo Urrego, protagonista de la serie, comenta que trabajó de la mano del director para construir a Arturo Coba, un personaje de muchas capas, romántico, impulsivo, mujeriego, machista y charlatán que podía pasar de la calma a la furia en segundos. Explicó que suele prestar a sus personajes sus propias experiencias. Si Arturo tenía una escena de celos, él recordaba momentos propios de rabia desbordada en su vida personal para conectar profundamente con la actuación.

Foto: Cortesía Quinto Color. Juan Pablo Urrego interpreta a Arturo Cova en la serie ‘La Vorágine’, rodada en los llanos del Casanare.

La realización, aunque ambiciosa, tuvo que condensar gran parte de la historia, explica el director del proyecto: “Tuvimos que escoger y centrarnos en los personajes principales, aquellos que veníamos trabajando desde el inicio”. En esa curaduría narrativa, la apuesta estética jugó un papel crucial: el paisaje de la selva, los llanos y los ríos caudalosos no solo funcionaban como escenario, sino como un personaje más. “Siempre buscamos encuadres estudiados, no solo por lo que ocurría, sino por el lugar donde ocurría”, añade.

El alma del proyecto

Para Juan Pablo Urrego, Viviana Serna y todo el equipo de actores, grabar en locaciones reales fue esencial para darle autenticidad a su interpretación. El calor, los mosquitos y la inmensidad de la naturaleza no eran solo escenografía, sino una experiencia palpable que marcaba cada escena. El mayor reto vino al filmar las escenas masivas, donde se mezclaban indígenas, colonos, peruanos y colombianos.

Rodar la serie, sobre todo en lugares tan remotos, no estuvo exento de dificultades logísticas. “Lo difícil es llevar un equipo de grabación a un lugar de éstos. En las sabanas del Casanare las distancias son enormes. Dormíamos en Maní y Monterrey, pero los lugares de grabación estaban a horas. Éramos ciento ochenta personas moviéndonos de un lado al otro tratando de ganar tiempo”, recuerda el productor del proyecto, José Lombana.

“Queríamos una serie realmente colombiana, dejando claro no solo que es un homenaje a la novela de Rivera, sino una fiel representación de nuestra identidad” Luis Alberto Restrepo, director.

Foto: Cortesía Quinto Color. El director Luis Alberto Restrepo de rodaje en la selva. El equipo enfrentó desafíos logísticos y climáticos para grabar en locaciones remotas con más de 180 personas en movimiento.

El desgaste físico fue una constante. “En la selva estuvimos mucho en el agua, en los ríos, caños, lagos.
Llegábamos remando en canoas porque no se podían usar motores grandes. El calor, los mosquitos, las
culebras, las sanguijuelas…Todo era muy difícil, pero el equipo fue muy profesional”.

A lo largo del rodaje, el equipo trabajó de la mano con las comunidades de la región, quienes compartieron generosamente sus conocimientos y saberes, recuerda Restrepo: “Contamos con el apoyo de la gente del llano para los vaqueros y el manejo del ganado. En el Guaviare, colaboramos
estrechamente con las comunidades indígenas, a quienes consultamos sobre el idioma, el vestuario y la
ambientación. Nuestro propósito era crear una serie profundamente colombiana, que fuera no solo un
homenaje a la novela de Rivera, sino también una representación fiel y respetuosa de nuestra identidad”

En esa apuesta por la autenticidad y el respeto a la identidad colombiana, cada detalle del rodaje contó. El vestuario, no solo cubría a los personajes, sino que contaba su propia historia. Viviana Serna, quien da vida a Alicia, recuerda cómo las telas y trajes iban despojándose con ella en su travesía por la selva. La transformación física de Alicia reflejaba también la transformación emocional de quien se enfrenta a la inmensidad de la naturaleza.

Pero no fue un esfuerzo aislado. “Estábamos todos tan emocionados de ser parte de La Vorágine…Esa emoción nos unió un montón”, cuenta Serna. Esa sinergia, sumada al saber de las comunidades indígenas y los vaqueros del llano, terminó de darle alma a un proyecto que desde su esencia es un homenaje vivo a la Colombia profunda.

“Hacer esto para la televisión pública es muy interesante porque tiene un deber cultural. No estamos
creando un producto para buscar grandes índices de audiencia o rating, sino para rendir homenaje y ofrecer al país una representación fiel de lo que narra el libro”, comenta el director. A medida que la historia avanzaba en la ficción, también lo hacía en la vida real. Las noches en Maní y Monterrey se volvían pequeñas celebraciones, el equipo, agotado pero feliz, salía a caminar por los pueblos que
eran escenarios reales. “Nos abrían los sitios, así los estuvieran cerrando”, recuerda José Lombana, productor de la serie.

En los días de rodaje, las compras de fique, cabuya, tela y fiambre en las tiendas locales se volvieron
parte del ritual diario. La serie dejó un regalo invaluable: el registro vivo de quienes habitan esos territorios. “Los extras fueron casi 400 personas nativas, entonces esas caras van a estar ahí por
siempre”, cuenta Lombana. Un siglo después de que Rivera retratará con palabras la selva impenetrable, otra generación la volvió a narrar, esta vez con imágenes. Y como entonces, en cada mirada y en cada gesto, quedó atrapada la Colombia profunda, vibrante y eterna.

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