La economía creativa ha revalidado su posición como un activo estratégico de la región. Luego de la pandemia, Colombia no puede perder la posibilidad de seguir creciendo.


Si aún hoy persisten imaginarios individuales o colectivos en los que se cuestiona el potencial de la economía creativa –integrada por las industrias creativas, culturales y también las asociadas a innovación digital– como fuente de desarrollo, empleo y progreso, es un buen momento para acudir a las cifras y dejar que estas hablen de cara a no perder el momentum que vive el sector.

Según el último reporte económico trimestral del Dane, la economía creativa ha revalidado su posición como activo estratégico para el país durante el proceso de reactivación con un crecimiento del 38,5% año corrido, un porcentaje que la ubica por encima de sectores tradicionales como la construcción (3,6%), agricultura (3,8%) y actividades financieras y de seguros (4,1%), y que muy seguramente le permitirá alcanzar una gran participación dentro del PIB a cierre del año.

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Esto no debería ser motivo de sorpresa ya que, entre 2014 y 2019, el sector representó el 3% del PIB en promedio e incluso llegó a generar más empleos que el sector financiero y la minería en conjunto. Asimismo, en ese último año alcanzó un resultado récord de USD 238 millones en materia de exportaciones, destacándose como una importante fuente de equilibrio para la balanza comercial.

Ahora bien, pese a que el 2020 no fue el mejor año para la economía creativa producto del cierre obligatorio de cientos de bibliotecas y salas de cine, más de 700 museos, 300 teatros, cerca de 80 circos, decenas de escuelas de música o danza, y alrededor de 800 casas de cultura a nivel nacional; esta demostró resiliencia y mantuvo una participación significativa en el Producto Interno Bruto al representar el 2,5%, una caída de tan solo 0,5% versus el año inmediatamente anterior.

Esta flexibilidad y capacidad de adaptación fueron las razones que llevaron en 2019 –cuando el término pandemia no era parte de nuestro día a día– a la Asamblea General de la ONU a declarar el 2021 como el Año Internacional de la Economía Creativa. Sin saberlo, ese fue el origen de una casualidad que, en retrospectiva, parece ser una acertada lectura del futuro para anticipar la necesidad de acudir a este tipo de industrias como motores del desarrollo sostenible.

Lo anterior, porque en su calidad de bienes y servicios basados en intangibles, que en muchos casos permiten la protección por derechos de propiedad intelectual, las artes, el patrimonio, las producciones culturales y las creaciones funcionales ofrecen el doble beneficio de ser tanto fuente inagotable de oportunidades de negocio como plataforma para promover el progreso de manera inclusiva y equitativa.   

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Sin embargo, a medida que la recuperación avanza y la vieja normalidad regresa gradualmente, existe la probabilidad de que la economía creativa se vea opacada por las actividades tradicionales y, con ello, pierda relevancia. En ese sentido, lo que hoy tiene el potencial de convertirse en un vehículo para fomentar la diversificación de la economía y el cambio del modelo productivo a través de la innovación, podría terminar siendo tan solo una promesa no cumplida.

De ahí la permanente necesidad por continuar explotando las herramientas que ofrecen normativas como la Ley Naranja y la Ley ReactivARTE, las cuales han demostrado tener mecanismos de valor para fortalecer este tipo de economía y convertirla en un círculo virtuoso capaz de llevar a la arquitectura, la moda, el diseño, el cine, la fotografía, la música o el arte, entre otros, a ser verdaderas locomotoras de crecimiento sustentable.

Lo cierto es que, como país, no podemos darnos el lujo de dejar perder el terreno ganado por la economía creativa y esta debe ser una causa por la que individuos, empresas, gobierno y, en general, toda la sociedad civil se una para la creación de modelos o estrategias que estimulen su crecimiento porque desaprovecharlas, o peor, desconocerlas, sería un error de alto impacto económico y social.

Por: Juan Pablo Galán*
*El autor es Country Head de Credicorp Capital en Colombia.

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