¿La crisis climática y alimentaria mundial tiene como base la creencia de los hombres de que somos el centro del universo?

El cambio climático, las amenazas nucleares, la desigualdad, la crisis alimentaria, la pérdida de biodiversidad y la contaminación del aire, el suelo y los océanos, atribuidas todas a causas antropogénicas, dejan un amplísimo espacio para pensar que quizás la actual crisis planetaria se debe precisamente al antropocentrismo, a la creencia de que los humanos somos el centro del universo. Y aunque apenas unos días atrás, en Semana Santa, se avivó el recuerdo de que hasta Dios murió por nosotros, nunca es mal momento para cuestionar el espejismo de la supremacía humana.

En el antropocentrismo nuestra interpretación del universo se basa en valores y experiencias humanas, pero el no-antropocentrismo, una idea cuyo génesis se encuentra en el pensamiento poshumanista, va mucho más allá. Bajo la postura no-antropocéntrica hay un entrelazamiento entre todas las especies y fenómenos, y por esto, no sugiere descentralizar la experiencia humana (como sería la postura antiantropocéntrica), sino que propone desvanecer la concepción binaria de “humanos versus naturaleza” y buscar lenguajes unificadores, como por ejemplo, llamarnos “terrícolas” a todas las especies humanas y no humanas. 

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El no-antropocentrismo considera que debido a este entrelazamiento entre los humanos y el resto de la biósfera, la preservación de nuestra especie implica el cuidado de las otras especies y del ecosistema en general.

Algunos ecofilósofos consideran que los objetos naturales como las plantas, los animales y los paisajes tienen un estatus moral, y, por ende, el no-antropocentrismo supondría, según el filósofo ambiental noruego Trond Gansmo Jakobsen, “una revisión y ampliación de los principios éticos habituales”.

La obligación moral de los humanos hacia los seres no humanos está presente en el budismo y en el hinduismo desde hace más de 2.500 años. En ambas religiones, según la creencia en la transmigración de las almas o tanāsukh, un alma puede mutar de un cuerpo físico a residir en otro ser (vivo o inanimado), y su condición de existencia está determinada por sus comportamientos y decisiones en la vida pasada (el Karma). La metempsicosis, el correlato griego de la transmigración de las almas después de la muerte, es una creencia que compartía Platón; y también hubo creencias similares en varias otras culturas primitivas, incluyendo precolombinas. 

Uno de los argumentos por las cuales hemos justificado el antropocentrismo ha sido el definirnos como especies inteligentes.  El profesor Dimitri Coehlo Mollo, de la Universidad de Umea en Noruega, analiza que la manera en que hemos conceptualizado y medido la inteligencia de actividades que solo los seres humanos pueden hacer asociadas a la cognición y la racionalidad (jugar ajedrez, comprender el lenguaje, etc.) aplica solamente a un número limitado de especies. Por ende, asumir el no-antropocentrismo significa también desafiar lo que definimos inteligente.

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Virar hacia el no-antropocentrismo reta incluso al derecho internacional, pues supone la asunción de una declaración universal de los derechos del medio ambiente y de derechos humanos intergeneracionales.

En palabras de Francesca Ferrando de NYU, si la posmodernidad puede ser vista como la sinfonía pluralista de voces humanas que habían sido silenciadas en los desarrollos históricos de la noción de “humanidad”, la era post-humana incorpora a este concierto voces no humanas. Y agrega que silenciarlas es lo que actualmente se define como la sexta extinción masiva.

El poshumanismo también se asocia con el concepto de coexistencia multiespecie y con los aspectos macroscópicos de la condición humana. Desde una perspectiva de escala macro, los humanos vivimos en el planeta Tierra, tanto como las bacterias; desde una perspectiva de escala micro, viven en las manos.

En definitiva, los seres humanos no somos necesariamente excepcionales; y aun así, con frecuencia, tendemos a observarnos como seres exonerados del mundo ecológico. Pero, como escribe Karen Malone, quizás pueda ser el momento de considerar con humildad posiciones menos arrogantes e incorporar el concepto de comunidad ecológica, en donde podamos extender la empatía a los seres no humanos y asumamos que no podemos eximirnos de las consecuencias de estar en el mundo con otros. 

Contacto
LinkedIn: María Alejandra Gonzalez-Perez
Twitter:@alegp1
*La autora es profesora titular de la Universidad Eafit. Es expresidente para América Latina y El Caribe de la Academia de Negocios Internacionales (AIB). PhD en Negocios Internacionales y Responsabilidad Social Empresarial de la Universidad Nacional de Irlanda.

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