¿Qué viene después de las elecciones? En Colombia el futuro va a depender del modelo económico que se adopte y de si tanto ganadores como perdedores están dispuestos a construir alternativas.
Tanto en Colombia como en otras sociedades del mundo, se experimenta un aumento de la polarización política y el resentimiento social, un fenómeno que el Foro Económico Mundial (WEF) denomina como “las fracturas en la economía global”. Y entre la esperanza de un cambio y la resistencia al cambio, propias de la dinámica electoral, se caldean aún más las tensiones entre los “unos” y los “otros”, como si al final no fuéramos todos “nosotros”.
Quienes están familiarizados con la gestión de riesgos de desastres, o con la acción climática, quizás puedan darnos luces para afrontar sea cual fuere el resultado de las elecciones presidenciales. Parafraseando el ODS 13 (acción por el clima), considero que es sensato en estos momentos llamar a todos a la racionalidad y a “adoptar medidas urgentes para combatir los efectos -negativos- del cambio político”.
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Particularmente en el caso de Colombia, en palabras de Juliana Mejia, “el futuro va a depender […] del modelo económico que se adopte y de si tanto ganador como perdedor estarán dispuestos a construir alternativas sobre la diferencia o querrán ahondar aún más la polarización.”
En conversaciones con un grupo de queridos y admirados amigos sobre lo que se viene, coincidimos en que lo peor que le va a ocurrir al país no es quién quede de presidente. Lo peor serán las fricciones y los efectos de la retaliación de quien pierda y de quienes con fervor siguen a quien no sea electo o electa. Por tal razón, es determinante nuestra capacidad de adaptación a los resultados de los comicios electorales. Es decir, en el corto y mediano plazo, la opción de construir y avanzar se supedita a cómo la oposición se relacione con el presidente electo.
No se trata solamente de “aguantar” o “ignorar” a quien es el nuevo jefe, se trata de abrir líneas de comunicación para buscar un entendimiento mutuo contextualizado, construir relaciones genuinas, tolerar que el nuevo gobierno sea exitoso, y tender puentes por el bienestar de todos.
Por su parte, es obvio que el nuevo “Jefe” debe mostrarse virtuoso, fuerte, seguro y en total control. Debe asegurarse de demostrar con contundencia a quienes lo eligieron que no les va a defraudar sus expectativas. Y necesita posicionarse con igual contundencia sobre sus opositores. Sin embargo, no reconocer o no dar legitimidad a quien fue democráticamente electo, o el triunfalismo y el desconocer al perdedor como un actor político relevante también afectan las posibilidades de un gobierno constructivo.
De igual manera, las épocas en que había transiciones serenas y constructivas y empalmes amigables con los predecesores parecen ser ya un asunto del pasado. Y, por el contrario, cada vez es más frecuente lo que algunos popularmente han llamado el “complejo de Adán”, es decir, asumir que se comienza de cero como si se fuera el primer hombre en la Tierra, como si todo lo anterior no hubiera existido. Así que se espera que el nuevo gobierno acepte con generosidad que la historia le precede.
La primera impresión es decisiva. El momento en que se conozcan los resultados de la contienda electoral será crucial, y es una oportunidad irrepetible para establecer vínculos virtuosos para el beneficio colectivo (y la continuación de los objetivos individuales).
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Sin importar entonces quién sea el ganador en las contiendas democráticas, demostrar explícitamente respeto al opositor y al ganador será decisivo. Construir narrativas en torno al respeto, revindicar el papel de la diplomacia, y las relaciones públicas y establecer canales de conversación con el nuevo gobierno son asuntos innegablemente críticos para la sociedad entera.
Las empresas, por supuesto, no están exentas de mostrarse abiertas al cambio político. Thomas Maak —profesor de la University of South Australia— y sus colaboradores definen el liderazgo responsable como un proceso de influencia relacional entre los líderes y los grupos de interés orientado al establecimiento de la responsabilidad en los asuntos relativos a la creación de valor organizacional.
Por tal razón, es responsabilidad de la dirección mantener la integridad de las empresas, evitar la destrucción de valor organizacional y, por ende, procurar armonizar las relaciones con los grupos de interés que puedan representar amenazas para los fines corporativos y del mercado.
Y de la misma manera que el liderazgo responsable va más allá de la derecha o la izquierda, una sociedad responsable —sin negar que está compuesta por sectores muy diversos y a veces distantes entre sí— asume con actitud honrosa la voluntad expresada en las urnas. Es de lo que finalmente depende la integridad de nuestra “democracia”.
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LinkedIn: María Alejandra Gonzalez-Perez
Twitter:@alegp1
*La autora es profesora titular de la Universidad Eafit. Es expresidente para América Latina y El Caribe de la Academia de Negocios Internacionales (AIB). PhD en Negocios Internacionales y Responsabilidad Social Empresarial de la Universidad Nacional de Irlanda.
Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia.