¿En dónde está el debate sobre el cambio climático? Este debe ser práctico y mediado por el sentido común y no por el discurso técnico que termina alejando a los actores de su compromiso.
Poco a poco me convenzo más de que uno de los factores que impiden el bienestar, en especial, en las zonas rurales, es la nefasta costumbre de hacer difícil lo que en realidad es sencillo. Las interacciones entre la naturaleza y las personas que habitan en los paisajes, per-se, son complejas. Entonces ¿por qué nos gusta a los académicos, consultores y “expertos” hacerlas complicadas?
En ocasiones confundimos a las comunidades con tanto tecnicismo, teoría de cambio, marco lógico, bla bla bla,, y cuando surgen los talleres, focus groups, o lo que sea, notamos la manera cómo las caras empiezan a ponerse abrumadas y angustiadas. Llegan al territorio los Doctores que llevan soluciones a los problemas que tienen las comunidades. No obstante, muchas de ellas, se derivan de los papers, world cafés y conferencias en otras partes.
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Platanizar las soluciones es fundamental. Y todo comienza por configurar lenguajes sencillos y que inspiren a la acción. Esta reflexión me lleva a recordar mis épocas de universidad hace más de 13 años cuando perdí un exámen por no haber escrito de manera correcta la diferencia entre sostenibilidad y sustentabilidad.
El cruel 2,5 adornó mi exámen de la clase de Pensamiento Ambiental. Hoy noto que seguimos debatiendo sobre cosas que son menos fundamentales que lo fundamental, cosas que se reducen en narrativas que en lugar de motivar a la acción, la limitan. Es ahí en donde perdemos, no solamente tiempo, sino también minamos la confianza de tantas caras desesperadas que observan a los doctores como seres lejanos.
Hoy, que el cambio climático es una realidad (concepto de los papers que en la Vereda La Sardina en Florencia-Caquetá nadie me entiende), bien podríamos repensar cómo vamos a “restaurar” el lenguaje para hacerlo más “incluyente” para que las comunidades logren “apropiar los conocimientos” y con ello, lograr que los procesos sean más “sostenibles”, y así, poder garantizar el “impacto de triple cuenta” que buscamos, por medio de los sistemas de monitoreo, verificación y reporte que nos piden los “standares internacionales” para que así, podamos ejercer todos, como comunidad, el “compliance con la normatividad” que nos permitirá seguir contando con la licencia para operar.
Pucha, ¡qué trabalenguas! ¿cómo diablos le comparto esta información a Chepe, mi vecino, quien mañana a mañana me saluda y me dice “nos vemos Profe más luego después de que haya vendido la leche en la plaza”, y quien es el primer aliado con el que debo trabajar para arreglar la peña que se nos va a caer debido a las lluvias de mayo (vulnerabilidad ante el cambio climático)?
A veces nos enredamos tanto que al final terminamos enredando todo, generando abismos entre nosotros los doctores y los “beneficiarios”.
Usar el sentido común es lo único que nos podrá sacar de este embrollo. Hoy todos pensamos en sembrar árboles con las comunidades “beneficiarias” y creemos que con ello estamos generando impacto. Muy pocos le ponen sentido común a la cosa y logran comprendender que restaurar un paisaje pasa por algo fundamental: que si a las 12 p.m., hora en la que nos empieza a dar hambre, lo que necesitamos es comer, punto. Esto lo menciono porque mucho se habla e invierte, en el marco de las compensaciones ambientales, en los árboles y muy poco en garantizar la comida, o en montar baños dignos en las veredas (en la mía por ejemplo, tan sólo 2 de 10 familias tenemos sanitarios), esto, tan sólo, por mencionar algunos ejemplos en donde no opera el sentido común.
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Muchas veces, hacemos capacitaciones sobre conceptos y temas nuevos derivados de las tendencias. Llevamos a las comunidades a pasearse como carros viejos de taller en taller sin que muchos de estos blablablas respondan a la respuesta clara y concisa que todos buscamos: ¿lo compartido es lo que realmente necesita la gente hoy? ¿lo que contamos es lo que harían ellos para solucionar sus necesidades, si tuvieran el dinero del per-diem que recibe el consultor para justificar los viáticos de viaje?
Lo digo con conocimiento de causa estando en un territorio como Caquetá y trabajando en profundidad en otros como Cauca, Nariño, Meta o Guaviare. En estos lugares, a los cuales han llegado una gran cantidad de recursos de cooperación o programas privados, las personas locales ya empiezan a darse cuenta de una cosa: los programas de desarrollo son un negocio.
Ellos, con calculadora en mano sacan sus conclusiones. Me lo dijo la vez pasada entre risa y chanza, por allá en el 2019, una señorita llamada Kendy, líder estudiantil López de Micay-Cauca: “Profe, aquí quien gana con todos estos proyectos son el hotel del pueblo, el lanchero y las aerolíneas con toda la plata que ustedes se gastan viniendo aquí pa decirnos que el agua moja”. Ufff, qué sacudón tan berraco y lección que me dio. Desde entonces he abierto los ojos y el radar y sigo notando que esta narrativa, relacionada tanto con el uso del lenguaje, como con la orientación de las iniciativas que se implementan, siguen girando en un círculo vicioso que acentúa la imposibilidad de que las cosas esenciales y obvias, que nosotros llamamos impacto, realmente sucedan.
Advierto, no generalizo con esta columna. Como en todo, hay excepciones entre los liderazgos empresariales, públicos y del sistema de cooperación. Pero que todavía hay tela por cortar, la hay, y para empezar a coger la tijera de manera más determinada y decidida, es el momento de poner en práctica la herramienta de herramientas que nos garantiza la supervivencia como animales: usar el sentido común.
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Por:Julio Andrés Rozo*
*El autor es director de Amazonía Emprende: Escuela Bosque, ubicada en Florencia, Caquetá. Este proyecto académico se enfoca en fortalecer las capacidades de empresas y comunidades en restauración de ecosistemas y compensación de huella de carbono.
Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia.