El ChatGPT es apenas uno de los nuevos dilemas sobre los cuales debemos trabajar y cuestionarnos desde la academia.

La inteligencia siempre debe estar presente en las aulas. La natural y la artificial. El dilema -como educadores- no debe ser cómo luchar contra ella, sino cómo usarla y asumirla, cómo convertirla con criterio en una herramienta más, no en un fin en sí mismo.

Umberto Eco en su ensayo “Apocalípticos e Integrados” ya traía el tema a colación en referencia a la cultura y a los medios de comunicación masivos. Esto se podría traslapar al de la tecnología y la reacción que genera, donde hay dos grandes posturas: pensar que es buena o mala en sí misma o cambiar el planteamiento, aceptar las nuevas realidades que trae el avance de la humanidad y pensar en la mejor manera de integrarla. El ChatGPT es apenas uno de los nuevos dilemas sobre los cuales debemos trabajar y cuestionarnos desde la academia.

En el CESA, por ejemplo, ya hemos empezado discusiones de fondo. ¿Nuestros estudiantes pueden usarla como apoyo a sus entregas? ¿Cuándo es plagio y cuándo es una fuente? ¿Debemos enseñar más sobre el criterio y menos sobre la absorción de la información? ¿Debemos permitir que se use, o debemos impedir que se use? ¿Podemos prohibirla? ¿Estamos enseñando a pensar o solo a recopilar datos e información? ¿Sirve para algo aprender, o es mejor entender?

El tema de plagio, por ejemplo, no debe ser nunca tolerado. ChatGPT o cualquier otro sistema de IA puede ser una herramienta para comenzar a construir una idea, para dar forma inicial a un ensayo o a cualquier otra tarea, pero no una fuente de información que deba aceptarse sin filtro y sin posición crítica.

El plagio puede darse intencionalmente o sin intención, por ignorancia. La discusión respecto de estas herramientas debería ir más allá. Enseñar sobre el respeto a las fuentes de información y la veracidad de las mismas, lo mismo que sobre otras habilidades blandas, no es un asunto menor en la academia, y un tema fundamental para los líderes del presente y de los de mañana.

Enseñar a dudar de todo, a cuestionar, a hacer doble click debe ser central. Evaluar no la capacidad de redacción, sino el aterrizaje de las ideas. No hay que valorar a las personas por la capacidad de información que tienen, sino por la capacidad estratégica de usar esa información para tomar decisiones y aportar valor.

Pensar en cómo usar la herramienta de Inteligencia Artificial u otras similares en el aula de clase, como parte de la misma, es tan importante como en su momento fue entender que Google era una herramienta de consulta, o cuando en su momento la virtualidad nos llevó a tener que repensar los planes de estudios, los formatos de clase, las interacciones.

Soy una convencida y una abanderada del cambio. Lo único constante es la transformación, porque el entorno, la educación, las empresas, deben ser dinámicas para no perder velocidad, capacidad de reacción y adaptación, y, sobre todo, para entender que en el mundo educativo los avances tecnológicos deben ayudar a elevar la calidad educativa, a formar mejores estudiantes y profesores a lo largo de toda la vida.

La tecnología es un habilitador de las estrategias, da respuestas, pero somos los educadores los que debemos ayudar a formular las preguntas, a incentivar el uso de diversas fuentes y formas, a cuestionarse todo, incluso la misma tecnología.

Nadie -excepto su autor- podría decir si este texto fue escrito usando inteligencia artificial. La realidad es que no se usó inteligencia artificial, pero sí se apoyó en la inteligencia natural, en la consulta de textos, en la memoria, en el criterio o decisión entorno al cambio.

Por ello, la invitación es a no temerle a los avances como el ChatGPT y la IA, sino a propiciar discusiones sobre estas en las aulas, en los consejos académicos y directivos, en la casa, a pensar qué tipo de líderes debemos crear para el futuro y con qué habilidades, y siempre a pensar cuál es el rol de la academia: una que es estática frente al cambio, o una que es capaz de adaptarse, modificarse y entender las tendencias no como una amenaza sino como una oportunidad. Integrados más que apocalípticos, pero, sobre todo, humanos entendiendo la tecnología como una extensión del saber, no como un fin en sí mismo.

Por: Emilia Restrepo Gómez*
*La autora es rectora del CESA.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia.

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