El afán de universalizar la cobertura de la educación en Colombia puede traer errores como el que se plantea de revivir la jornada nocturna. ¿Qué puntos negativos tiene esta propuesta?
En materia educativa, en lo corrido del siglo XXI, se han dado muchos más avances que los obtenidos en los siglos XIX y XX. Si bien aún hay grandes desafíos, el afán por universalizar la cobertura no puede llevarnos a cometer errores como, por ejemplo, en querer revivir las jornadas nocturnas. Explicaré por qué.
En el último cuarto de siglo, en educación superior hemos incrementado sustancialmente la cobertura, pasando de menos del 10 % a finales de los años 90 del siglo pasado, a casi el 55 % hoy. La calidad formativa, reflejada en procesos de acreditación de programas e instituciones ya hace parte del quehacer de las universidades. Cada vez hay más instituciones universitarias colombianas en rankings internacionales; y ha habido decidido compromiso de los últimos gobiernos en materia presupuestal para avanzar en que el acceso a la educación superior no sea un privilegio, sino un derecho y, sobre todo, una herramienta del Estado para brindar a sus connacionales una educación como impulsora de productividad, de trabajo, de convivencia y de generación de más recursos.
Particularmente con el Gobierno del presidente Petro, ha cobrado mayor sensibilidad en la opinión pública la reflexión, nacida desde comienzos de siglo en la Unesco, sobre la necesidad de que cualquiera que cumpla requisitos académicos, pueda tener plenas condiciones de acceso a la educación superior, y que el sistema no deje por fuera a cientos de miles de compatriotas que queriéndolo no lo puedan hacer por falta de recursos.
La universalización en el acceso hace parte esencial del pensamiento de este llamado “Gobierno del Cambio”, e intensifica las acciones que, en su momento, hicieron los mandatarios Uribe, Santos y Duque. Esto se ha confirmado, recientemente, con tres propuestas de reformas impulsadas por el Ministerio de Educación: una ley estatutaria para que la educación sea un derecho y no en un servicio -como sucede actualmente-, una reforma a la Ley 30 de 1992, sobre educación superior, y cambios en el enfoque del crédito educativo que realiza el Icetex.
Parece unánime el consenso sobre la necesidad e importancia de avanzar en estos caminos para mejorar el acceso, más allá de diferencias técnicas, políticas y, sobre todo, presupuestales, de lo que conlleva aplicar una apuesta como esta.
Pero la preocupación por brindar equidad, acceso masivo y bienestar no puede llevarnos a buscar alternativas que sacrifiquen la calidad formativa y las debidas condiciones para el estudio.
En razón de las limitaciones en infraestructura y capacidad instalada de las instituciones de educación públicas (63 de las 64 que hay, entre instituciones técnicas profesionales, tecnológicas, universitarias y universidades funcionan con clases presenciales, siendo la UNAD la única que garantiza educación superior, acreditada en alta calidad, en la modalidad virtual -con acompañamientos personalizados-, lo que le permite efectivamente crecer en cobertura en condiciones fiscales más favorables para el Estado), varios rectores han dicho que, además de una muy fuerte inversión en instalaciones y funcionamiento, pueden contribuir habilitando sus sedes para ofertar programas en las noches.
Si bien muchas instituciones universitarias privadas desarrollan programas académicos en las noches, es clave aclarar a los lectores que la jornada nocturna despareció de la legislación educativa hace más de 20 años. Es decir, si bien hacen clases a esas horas, éstas no son únicas y su formato académico debe incluir actividades en otros horarias, en virtud de que la debida dedicación y bienestar de un estudiante no es posible si estudiara sólo en la noche.
Hay que considerar que, por su caracterización social, la mayoría de los estudiantes que aún no han llegado a la educación superior vienen de familias de bajos recursos, y que hacerlos estudiar en la noche, asumiendo que deben trabajar en el día, no sólo sacrifica su comodidad de hogar y salud, sino que necesariamente esto conlleva a menores tiempos para un estudio de alto nivel y en impedirles disfrutar de escenarios de práctica, laboratorios y bienestar de las instituciones en el día. Además, como el aumento de la cobertura que se busca está concentrado en ciudades intermedias y pequeñas y en municipios en los que no hay institución pública presencial, la medida no lograría el impacto deseado e incluso, expondría a miles de jóvenes a largos desplazamientos en contextos geográficos marcados, tristemente, por la inseguridad. La jornada nocturna se justificó cuando, hace más de tres décadas, se requería incrementar la cobertura con las limitaciones propias del sistema educativo. Hoy, con la tecnología y la virtualidad, la presencialidad remota gracias a la conectividad y los sistemas de video y el replanteamiento del trabajo colaborativo, la investigación, la interacción y los tiempos de duración para el estudio, hay que buscar en la modernidad y no en formatos ya anacrónicos la universalización de la educación superior con calidad, seguridad y comodidad para estudiantes y profesores.
Por: Jaime Alberto Leal Afanador*
*El autor es rector de la Universidad Nacional Abierta y a Distancia (Unad).
Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia.
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